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LA REVOLUCIÓN DEL ESTUDIANTE
UNA CARTA AL ESTUDIANTE Y AL ALUMNO

Queridos alumnos y estudiantes,

Siento haberos fallado, debí escribir esta carta hace años, pero aunque no lo creáis, yo hago más cosas que escribir, por ejemplo, pensar en qué escribir.

También quiero disculparme porque, debido a mi interés en hacer pública esta carta mientras sigo en el Liceo Europeo, no me queda más remedio que lanzarme a una redacción apresurada en la que no puedo sino arañar la superficie de nuestra aparentemente inquebrantable mala educación.

El motivo de mi nueva aparición es cerrar mi trilogía de artículos de crítica al sistema de educación aclarando la razón de ser de la misma, que no es justificar el fracaso escolar, sino animar al alumno a convertirse en estudiante.

En estos días, como los anteriores y los siguientes, la educación está seriamente contaminada por intereses políticos (siempre económicos), lo que impide que la formación de la juventud española alcance el grado de decencia. El asunto, aunque de difícil solución, es sencillísimo de explicar, vosotros mismos sabréis contestaros. ¿Creéis que una sociedad intelectual se rebajaría a regalar un voto a personajes como Zapatero o Rajoy? Por eso, los jóvenes debemos simbolizar el inconformismo, manifestarnos en contra del ridículo nivel que nos exigen y exigir un sistema –que el profesorado no es el problema- que permita un aprendizaje basado en las conexiones y la reflexión en lugar del sistema actual, basado en el bombardeo de datos.

El alumno tiene el deber legal de aprobar ciertos cursos dependiendo del sistema (la verdad, no es mucho lo que hay que aprobar), pero también tiene el deber moral de aprender y esto no lo conseguirá simplemente memorizando, tendrá que establecer relaciones entre los ataques a base de datos que recibe y amortiguarlos de modo que se haga con ellos sin que lo derriben. Sabemos que el poder actual no va a contribuir ni al desarrollo intelectual ni al sentimental, de modo que debemos ser fuertes y superar sus pruebas cada año sin dejar de formarnos al margen del sistema y así, una vez que sepamos configurar un nuevo sistema educativo, hacer lo posible por introducirlo poco a poco en la sociedad.

El estudiante no puede ser débil, no puede esperar que los políticos solucionen sus problemas, porque no tienen tiempo y sus proyectos, incluso cuando presentan mejoras, fracasan, ya que la mejora tiene que ser enorme para que merezca la pena el cambio de sistema. Por eso, es imprescindible que los alumnos de hoy en día empiecen la revolución del estudiante, quizá sus hijos lleguen a ver los frutos.

Pero algo nos frena. No estamos capacitados para llevar a cabo una revolución.

Hay, entre nosotros, desvergonzados que eligen su propio horario, cada día seleccionan las clases a las que van a asistir. La asistencia a clase es obligatoria y, merezca la pena o no, debemos cumplir con ella y además, aprovecharla. Si el profesor no tira de los alumnos, en lugar de estudiar en tu casa, ven a clase y ayúdanos a empujar por medio de preguntas en cuanto a los espacios vacíos del temario, por medio de aportaciones personales y obtenidas de fuentes externas… No nos des la espalda, tú que estás tan cualificado que no necesitas de los servicios de la clase, préstale los tuyos.

Quizá sea conveniente que revele un secreto: los profesores son humanos. No se desmaye nadie todavía, aún hay más: los autores de los libros de texto también lo son. Y normalmente estos autores no son los más indicados para escribir un libro y su mayor aportación a la materia es un listado de términos para renombrar los anteriores. No nos queda más remedio que ser trabajadores y aprender los conceptos por encima de la terminología para no imposibilitar la comunicación entre diferentes generaciones. Todos hemos comprobado a la hora de examinarse, importa más el vocablo que el concepto. No seamos tan idiotas, ¿en verdad vamos a estudiar para cumplir con otras personas?, ¿en verdad pensamos estudiar lo que nos digan? Tengamos un poco de decencia, tengamos amor propio y estudiemos todo lo que nos pidan –si queréis por ley, si queréis por demostrar lo que valemos- y aprendamos.

Porque si admitimos que las notas son el salario del estudiante (eso nos resulta fácil de aceptar), entenderéis que el estudio es nuestro trabajo (aceptemos esto, sin importar si aceptamos lo anterior): el estudio es el centro de nuestra vida, algo a lo que nos tenemos que dedicar con extremo esfuerzo y pasión; el nuestro es un trabajo a comisión.

Ten siempre en cuenta que los sistemas de educación dependen de los políticos (en el régimen actual ha habido más sistemas de educación que gobiernos) y que, por tanto, tendrás que investigar sobre la verdad. En historia has de encontrar el mensaje oculto, en literatura tendrás que leer literaturas, en economía, sospecha cada vez que veas citado a un autor español, pregúntate por qué estudiamos a Ortega y Gasset…

No podemos darnos a la pereza, el estudiante de la revolución se armará de libros, cuanto más variados mejor, en lugar de esconderse bajo los homologados (¡Sálvese quien pueda!) libros de texto. Tomad nota de todos los libros que mencionen vuestros profesores, no hace falta leerlos todos, sólo con informaros de cuáles merecen la pena, ya habréis dado un paso. Devorad los más interesantes, no los que confirmen lo que ya habéis oído en clase, no hay tiempo para aprender dos veces, tenemos demasiado que aprender. Descubramos también el cine, el teatro, la pintura…

El estudiante debe saber que su generación tiene la responsabilidad de velar por el progreso de la sociedad y que sólo unos pocos serán quienes tiren de ella. Esta minoría intelectual –que no intelectualista- se reunirá para descubrir, estudiará los problemas y las faltas de la sociedad y hará lo posible por solucionarlos; mientras, el resto –los normales- se dejarán tirar, entorpeciendo la labor de los progresistas.

El que quiera aparecer en los libros de historia que se deje tirar, no se encuentre con estar demasiado cualificado para ser admitido en un partido político, pero el que quiera tirar, tendrá que doctorarse en lo intelectual y lo sentimental. Sí, no podemos descuidar el sentimiento, que resulta que los jóvenes somos adictos a la ataraxia, nos hemos vacunado contra el dolor sin darnos cuenta de que éste no es independiente de la felicidad. De ahí que recurramos a la felicidad artificial que nos donan el alcohol y otras drogas. No podemos aceptar sin indignación que esté mal visto pensar y sentir, no podemos acallar a alguien cada vez que trate exigir cierto esfuerzo intelectual en una conversación, no podemos frenar a alguien cuando veamos que rompe las leyes de la apariencia y muestra sus sentimientos, no con la cabeza alta.

Personalmente, me duele cuando los mayores nos riñen y dicen en los medios de comunicación que ellos nunca participarían en un botellón (y juran que nunca volverán a hacerlo), así que propongo a la juventud que se abrace a la amistad a pelo, nada de aditivos artificiales, que cuando descanse de su educación intelectual, se eduque sentimentalmente. Que el Retiro se torne en un paisaje donde el cielo de una noche estrellada quede decorado por diábolos a falta de fuegos artificiales, que los pobres inmigrantes en busca de negocio no lo encuentren en la venta de droga sino en la de libros, discos y películas; que los tambores retumben por todo el parque y a ellos se les sumen guitarras y otros instrumentos, que las palabras dibujen sonrisas, que los chistes y las bromas arranquen carcajadas, que los susurros enamoren, que la botánica sea obra de la paleta más colorida que se pueda imaginar, que la arquitectura y la naturaleza se fusionen en un paisaje de cuento, que las razas humanas se mezclen hasta ser tan iguales y diferentes como las razas caninas…

Pero cuando un joven pasea por el Retiro, recibe numerosas ofertas de venta de drogas, los vendedores saben que no hay negocio en los libros. Limpiemos nuestra imagen (la mejor forma es limpiarse el alma) y convirtámonos en una juventud madura que sepa conciliar razón y sentimiento.

Tenemos que salir de nuestra decadencia. Que sea inminente.

He de admitir que me siento muy pesimista en cuanto a la revolución del estudiante. No creo que se lleve a cabo: huimos del esfuerzo. Y esta carta, al igual que la segunda que escribí, no tendrá tanto éxito como la primera, porque no digo en ella una sola palabrota, porque no hay ataques descarados contra otros, porque es un ataque contra nosotros mismos. Debéis notar que en las otras cartas he criticado a profesores en concreto, a la hora de criticar al alumnado, me ha sido imposible, la mayoría de nuestros fallos están generalizados.

El aspecto especial de esta carta reside en quién es el autor. Por primera vez un alumno hace un llamamiento al inconformismo y a un progreso del que él mismo procura participar activamente (es fácil pensar en lo que tienen que hacer otros). Pero debéis saber que muchos de nuestros profesores han insistido en todos estos aspectos a lo largo de nuestros años en el Liceo Europeo, pero no les hemos hecho caso, porque representan a la figura intelectual, son personajes exigentes y, en consecuencia, poco apreciados por esta juventud decadente, conformista y superficial.

En poco tiempo, todos nosotros seguiremos madurando con la ayuda de otros profesores y, con los años, iremos olvidando incluso los nombres de muchos de los que hemos tenido hasta ahora; sólo recordaremos con cariño a esos pocos que se han dejado el alma día a día y han llegado ha preocuparse por nosotros, su proyecto inacabado, a todos ellos, gracias.

Texto agregado el 18-11-2006, y leído por 150 visitantes. (0 votos)


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