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La caja de madera de alerce

Hay ocasiones en que me suceden cosas, hechos que me cuesta explicarlos, desde niño me ha gustado expresarme correctamente pero, el idioma me juega pasadas feas, así que mejor cuente de cómo ocurrieron estos sucesos.

A pesar que mi memoria me abandona de seguido, ese día no lo olvidaré jamás, esa tarde me dirigía al Estadio Nacional para presenciar un recital de homenaje a las víctimas de la represión militar y que estuvieron detenidos en ese campo deportivo convertido de la noche a la mañana en Campo de Concentración.

Mientras caminaba por la calle Campo de Deportes rumbo a Irarrazabal, me adelantó un hombre de unos 30 años, su rostro denotaba nerviosismo y temor, también se podría decir terror, me miró una fracción de segundo, se sorprendió, al verme su nerviosismo se incrementó, de rostro común, me pareció cara conocida. No podía ser dicha persona.
Puede ser un pariente lejano, - me dije - han pasado muchos años para ser él, cuando le conocí yo no peinaba canas y hoy tengo la cabeza casi blanca.

Bien pudiese ser un hijo, el tiempo que no lo veo es la edad que representa el hombre o a lo mejor simple parecido y claro si yo hasta tengo nietos, treinta años han transcurrido, pero, lleva ropa similar a la que se usaba en esos años.

Le miré con curiosidad, él bajó la mirada y siguió sin hacer ningún gesto, pensé que algo andaba mal, no pude evadirme y lo mismo que él me puse nervioso, la misma sensación de hace muchos años atrás regresó a mi, mantuve el ritmo del paso, al llegar a Irarrazabal me detuve, miré a todos lados, en una esquina podía mirar en cualquier dirección, digo esto ya que me retrotraje a esos años negros, vi que venían dos grupos de cuatro personas, tres hombres y una mujer en cada equipo, y dos autos, en la esquina detuvieron los autos y bajaron dos tipos uno de cada vehículo.

¿Para donde se fue el pájaro? – Preguntó uno que parecía ser jefe.
—El hijo de puta se nos perdió justo cuando dobló en la esquina, deben haber estado esperándolo, sólo en ese instante quedamos ciegos - Dice una de las mujeres.
—¡Putas, se les escapó el huevón!, sabía que le seguimos, le conocemos varias caletas a alguna va a llegar, sólo hay que esperar.

Curiosamente el diálogo lo escuché casi integro, miré a los autos, eran pequeños y rápidos, sin muestras que los diferenciaran de otros del mismo tipo, las placas de patente eran similares, mismas letras CYD y misma comuna, los números se notaba habían sido adulterados, un tres convertido en ocho, un uno, en cuatro, me miraron y no se dieron por enterados que yo estaba allí.

Esperé un par de minutos hasta que pasó la micro que me llevaría a mi casa, allí en la tranquilidad hogareña pensé en lo que había visto y particularmente en la extemporalidad de la figura, demás está decir que fue una noche de poco dormir.

Cuando me levanté y luego de la ducha acostumbrada, desayuné en la habitación que me sirve de biblioteca y escritorio, intenté seguir leyendo La Regenta una buena novela, al entrar lo primero que llamó mi atención fue percibir el olor que emanaba de la caja de alerce, su único dueño acostumbraba a pasar sus manos sobre ella, lo hacía luego de rasurar su rostro, cuando se colocaba esa loción after shave.

La cajita, de unos veinticinco centímetros de largo por unos cinco de alto y unos ocho de ancho, era la obra de un artesano, tallador de maderas y ebanista de lujo, mi compañero quería tanto a esta cajita, siempre que lo visitaba me decía:

—Sabe tanto de mí que usted se asombraría de la cantidad de secretos que me guarda. - De eso han transcurrido casi treinta años

La abrí, estaban en ella los instrumentos con que trabajaba mi compañero.
Hacía una semana había llegado a mis manos, fue el día que compré las entradas para el recital. Caminaba por una de las calles aledañas al estadio, cuando una anciana me habló...

— Pedro, Pedrito.
Yo que me llamo Reynaldo ni me inmuté y seguí caminando, la abuela me alcanzó y tomó de un brazo.

—Pedrito. ¿Es usted cierto?
Le miré y mi memoria retrocedió años, miré sus ojos y la abracé, nos abrazamos, me miraba y no lo creía, me dijo que ella pensaba que yo había corrido la misma suerte de mi yunta, como ella decía.

—Julita, perdóneme hace tantos años que dejé de llamarme Pedro que lo había olvidado.
—Pedrito, acompáñeme a casa para conversar un ratito, son tantos años.
—Un mate le aceptaría Julita.

No le pregunté mucho, una costumbre arraigada desde esos días negros en los que era mejor, no saber o conocer muy poco. Su marido – me contó – había fallecido hace veinte años, sufrió un infarto cuando supo de la detención de uno de sus camaradas.

En su mesa estaban las mismas galletas que siempre tenía, conversamos por lo menos una hora, cuando me iba a retirar me dijo.

—Pedrito, le tengo algo, no se vaya aún y, - Salió para introducirse en la habitación que su marido usaba para leer.
—Mire lo que le tengo. Era de Ángel, su compañero, poco antes de perderse de esta casa vino y nos pidió se la guardásemos, nos contó que era muy querida para él, que regresaría a buscarla cuando pudiese y que si por alguna casualidad no venía más, que se la diésemos a usted.
Fue como todos ustedes, un día dejaban de venir y ya no volvíamos a saber más, cada día mirábamos el diario para saber si ocurría alguna tragedia con algunos, ingratos ustedes no regresaron más.
—Madre linda, no era ingratitud, no podíamos, era lo mejor para todos, usted y su viejito son tan entrañablemente queridos para mí.
El Ángel fue detenido una tarde Julita.

—Pedro llévese la caja, es lo único que queda de él.

Me despedí de ella y me fui meditando y con la caja en las manos. Todos pudimos haber estado allí en el infierno que vivieron antes de desaparecer.

La caja parecía una clepia en flor, en el atardecer soltaba todo el aroma guardado en el día, particularmente cuando yo estaba en el estado de ensoñación, o sea, entre despierto y dormido, cada vez que la abría para mirar sus instrumentos de trabajo, la imagen de Ángel llegaba a mi mente, siempre con su sonrisa y, jugando con su caja.

Otro de los sucesos que motivaron este relato, me ocurrió como tres días después del de la calle Campo de Deportes.

Caminaba yo por la calle Vicuña Mackenna, iba a comprar una cañería de cobre para reparar una filtración de agua que hay en mi casa. Llevaba caminando unos treinta minutos.

Nuevamente veo al mismo hombre, no me mira, pero es él, su actitud es la misma, es como un animal que espera el paso de su presa para saltar sobre ella, va con todos sus sentidos alertas, aunque no lo demuestra, no me pregunten ¿Por qué sé? No tendría palabras para responder, lo sé simplemente por haberlo vivido permanentemente en ese estado hace algunos años, tantas veces al caminar me sentía con esa sensación. Me detengo en una parada de buses, aprovecho de mirar en ambos sentidos, a unos treinta metros y caminando en el mismo sentido que camina el hombre se ven dos grupos de cuatro personas, tres hombres y una mujer, caminan rápido y tratan de pasar desapercibidos por el hombre, cuando llega a la esquina dobla, los que lo siguen se apuran, cuando llegan a la intersección no encuentran a nadie.

—¡El huevón se fue en el auto azul, rápido pidan los móviles para alcanzarlo!

Uno de los sabuesos levanta la mano y habla, debe llevar un micrófono en la mano, se le ve un audífono en una oreja. Los autos viran, disminuyen la velocidad y estando en movimiento se suben a ellos los dos equipos, parten haciendo rechinar las ruedas, me fijo en las placas patente y se repiten las letras. De inmediato me voy del sector ya que presiento un peligro, peligros algo añejos e inexistentes en estos días.

Me voy del lugar sin comprar la cañería.

Me consumen más dudas que la primera vez, pienso que a ese hombre le queda poca vida, se les escapó un par de veces ya no lo hará en la tercera, me parece un rostro conocido, no logro asociarlo con persona alguna. Oí a uno de los tipos que le siguen cuando decía que le conocen varias caletas, esperarán pacientemente a que llegue a alguna y de ahí a que lo tomen sólo será cuestión de tiempo.
Es evidente que hoy se percató que lo seguían, o quizás se había ya percatado y hacía alguna rutina de confirmación. Los chequeadores también saben que él sabe, se nota que es un ser que conoce como actúan, también es evidente que no lo querían detener sino saber donde iba, en la próxima oportunidad no jugarán, lo detendrán, ya no les sirve, se guardará o cometerá el error de ir a algún sitio conocido.

La forma en que lo seguían es la misma de siempre, tres o cuatro y un auto que hace de central, se alternan, uno cerca los otros mas alejados, se comunican por radio y desde el auto dan las órdenes, no cambian, sean chilenos, yankis o rusos, dicen que fueron los últimos los que inventaron las maneras de chequear a las personas. En esa oportunidad en que regresaba desde Moscú a Santiago, en Zurich, ciudad en la que estuve de paso esperando el tren que me llevaría a Roma para viajar a Santiago. Me siguieron todo el día, deben haber creído que me reuniría con alguien, pero, yo sólo camine todo el día la ciudad, ellos también. A este amigo se lo van a cocinar si no se les pierde definitivamente.

Cuando entré a mi casa, todo olía a la loción de Ángel, es cómo si estuviese presente. Buen amigo, mejor camarada, un hombre de mucha fortaleza física y con absoluta convicción de la justeza de sus ideales. Por esos días estaba ilegalmente en Chile, luego del Golpe tuvo que exiliarse obligatoriamente aún cuando él no lo quería. ¿Cómo y por donde ingresó? Vaya a saber uno ya que él no lo contaba, sólo se reía. Probablemente entró por la puerta ancha, o sea, por el Aeropuerto Internacional con documentación falsa.
Cada inicio de mes yo iba a verlo, llevaba el dinero para pagarle su pensión y entregarle los recursos para vivir y trabajar, nos hicimos más amigos que en los años anteriores. Ambos sabíamos que si nos tomaban íbamos a desaparecer, no teníamos otra alternativa.

La cajita de alerce. El alerce es como nosotros, - Decía Ángel- Pedro mira; el alerce es liviano y así debemos ser, movernos rápido con liviandad. Soporta todos los temporales y tempestades del sur de este país, no lo corrompe la humedad, así tenemos la obligación de ser, aguantar todos las tempestades y no corrompernos con nada, ni con regalos, ni con dinero y tampoco en la tortura. Ese será el triunfo del torturador, hacernos mierda con la delación, aun cuando sepan los que preguntan, querrán romperte el corazón. Su madera es roja, y milenaria su vida, Pedro, amigo, desde 1912 estamos vivos, nos han disparado, encarcelado en más de una oportunidad. Han querido exterminarnos y acá estamos. Esta historia pasará y seguiremos con vida, quizá no nosotros, más la idea seguirá viviendo y, mi amigo si algún día me pierdo, tú recibirás la caja de alerce que conoce tantos secretos míos.

Fue la última vez que lo vi, ese día llevé una botella de vino para despedirme, vino tinto y queso, nos la bebimos íntegra y luego nos despedimos, él seguiría en lo suyo y yo en otras responsabilidades.

La caja de alerce llegó a mis manos cuando habían pasado más de veinticinco años, aún guarda sus cosas, sus instrumentos de trabajo; un abrecartas de marfil… “son los mejores para abrir cartas, sin dejar evidencias de ello” – decía. Plumas para escribir de diferentes medidas, un cuenta hilo de aquellos que usan los textiles para ver las tramas, agujas y otros instrumentos. ¡Hum, mariconazo! le hacías los documentos a los viejos, “zapatero” –diría algún antiguo conocedor de la jerga de inteligencia en los años del fascismo alemán–, Angelito, eras todo un profesional. Si la caja llegó a mis manos es por que caíste y te la bancaste solito, te fuiste solo, le ganaste al torturador ya que pudo con tu cuerpo más, nunca con tu corazón.

La caja conoce más de mí que cualquiera - Me repetía siempre – por más que miro la caja sólo encuentro los instrumentos, estos no hablan, indican tu trabajo ninguna otra cosa. El aroma no me deja tranquilo, es fuerte cuando llego, se siente el aire espeso en mi casa, pareciera que Ángel está en mi habitación, pero desapareció el ochenta y cinco, ni siquiera tengo alguna fotografía suya.

Una tarde de la misma semana tuve que ir a dejar unas tarjetas en el centro de la ciudad, entré por la calle Estado y, ahí me topé con el hombre, va caminando tranquilo, se ve relajado, miro hacia otro lugar, me encuentro con que caminan detrás de él dos mujeres jóvenes, ropa informal, más bien deportiva, zapatillas de tenis. Cada cierto tramo suben la mano a la altura de la boca. Cerca de ellas van seis hombres en dos grupos de tres, lo mismo, a veces se adelantan y ellas quedan atrás, le siguen, no son los mismos de las veces anteriores, el hombre encara una vitrina que le da una panorámica como una lente gran angular. Se ha percatado, pero no da señales de alarma, me ve y mira hacia otro lado, sigue caminando y yo camino atrás del grupo de seguidores los que no me prestan ninguna atención. Se mete a una galería que tiene a lo menos cuatro salidas, cuando pasó por mi lado un aroma se mete a mi nariz, es loción para después de afeitarse. No puede ser – Me digo – ¡Es Ángel!, ha de pesar a lo menos treinta kilos menos que cuando nos despedimos, su cabello está de otro color, sigo, tras él, sale a una de las calles, se mete en otras galerías, quiere perderlos, mas, estos son mejores perros que los anteriores, le aíslan, sigo caminando en su rumbo, cuando cruza otra calle siento un ruido de vehículos que frenan, hay alboroto en la calle, la gente mira atemorizada. ¡Soy Ángel...! y un apellido que no logro captar. ¡Me llevan detenido, son de la CNI! Y vuelve a gritar ¡soy Án....! En ese instante recibe un culatazo de metralleta, cae al suelo y lo patean, lo toman del pelo y los pies, lo empujan dentro de uno de los autos, parten raudos, al segundo que cierran las puertas escucho un disparo de pistola.

Me parece un sueño, no entiendo nada, no es lógico son veintiún años, no hay lógica, llego a casa con más pesar que antes.

Llego a abrir la caja, nuevamente coloco en mi escritorio uno a uno sus instrumentos, los miro reiteradamente, no hay nada extraño, miro la caja, pienso en Ángel, le recuerdo sonriendo y, metiendo los dedos de sus manos dentro de la caja, sonreía. Ni mi mujer conoce tanto secreto mío como esta cajita.

Esa tarde mi habitación está mas atestada del aroma de su loción, rehago sus movimientos, meto los dedos dentro de la caja. ¡Maricón Ángel! dame otra pista. Deslizo la yema de mis dedos con suavidad dentro de la tapa superior, encuentro una pequeña protuberancia, impalpable, recorro toda la tapa superior, no hay nada más, regreso a la protuberancia, la aprieto y nada, la muevo para otros lados y nada, sigo recordando sus movimientos y rehaciéndolos, muevo un dedo hacia la izquierda y un leve sonido se percibe, algo como un resorte que se distiende, salta una lámina del centro de la tapa superior, con sumo cuidado la corro, se desliza suavemente dejando a la vista una nueva cajita, de tan sólo unos dos milímetros de profundidad. Miro, hay varios papeles en ese lugar, nada más que papeles con textos escritos en máquina y algunos recortes de periódicos de esos años, leo no hay nada extraño, son trozos de cartas entre su mujer y él, vuelvo a mirar y nada dice la caja ni la cajita, finalmente me sale la exclamación. ¡Hijo de la gran Elianita! Le pusiste los puntos a las íes, para ver tuve que hacerlo con el cuenta hilos que contaba con una poderosa lupa, con un bisturí me cercioraré. ¡Bravo, son microfilms! Creíste amigo que recibiría antes la caja no con veinte años de retraso.

¡Compadre hasta acá llego! Mañana le llevo estas cosas a los viejos, ellos sabrán tomar nota, lo más seguro es que sea historia antigua, pero, como historia ha de servir.

Entregué los papeles a los camaradas de Ángel y un mes después me encontré con quien los recepcionó me contó que casi la totalidad de microfilm correspondía a las actividades partidarias de aquellos años y que sólo una de ellas era la más interesante ya que se trataba de un informe en el que Ángel comunicaba que lo seguían desde hacía días, en cuanto se percató paró su actividad, se deshizo de los materiales. Describía las características de los chequeadores y terminaba anotando las patentes y modelos de los de los autos con que lo controlaban.
Curiche
Noviembre 2006

Texto agregado el 20-11-2006, y leído por 562 visitantes. (26 votos)


Lectores Opinan
02-02-2007 Hermano gracias por invitarme, este relato se lle solo...tan vívido, tan fuerte, tan sólido...no tengo calificativos. Tu sabes lo que siento y como todos los que vivimos en esas épocas y padecimos a las dictadura estoy realmente con un nudo en la garganta y sólo te digo gracias que la memoria no nos traicione, no nos abandone y mientras mantengamos fresco lo sucedido evitaremos (o al menos lo intentamos) que vuelva a suceder. Gracis y todas las***** besote MAru soymaru
21-12-2006 Recuerdos dolorosos, persecuciones, historias tristes, muertes ignominiosas. Y en el centro del relato una caja de alerce con un olor imborrable que hasta aquí llegó. Un gran homenaje para grandes luchadores que dejan su vida en el camino por defender la libertad y la esperanza. Noguera
10-12-2006 No sé de dónde se te ocurren tantas ideas. Esto está muy bueno ***** OrgiaDeAngelesConTrompeta< /a>
10-12-2006 No sé de dónde se te ocurren tantas ideas. Esto está muy bueno ***** OrgiaDeAngelesConTrompeta< /a>
08-12-2006 Muy lindas imágenes Flor_de_la_canela
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