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Juegos Infantiles en extinción.
Por Luís M. Villegas. HSP.
(Habitante del siglo pasado).
Llamado irremediablemente por la época decembrina anticipada con que nos atormentan dulcemente los comerciantes, le entrego éstas piezas supremas de nostalgia, que estoy seguro le servirán para iniciar largas charlas con sus hijos y nietos quienes aparte de sonreírse en tierna complicidad, trataran de establecer su superioridad como miembros de la era cibernética globalizada.
Por principio, se debe decir que los juegos iban de acuerdo a la estación y en riguroso orden de moda, principalmente por que en su mayoría requerían de jugarse al aire libre, circunstancia prohibida en la apretujada y peligrosa sociedad moderna. Con una salvedad; casi todos eran gratuitos y requerían solamente del ingenio y la picardía de los niños que sabían distraerse y fortalecer sus destrezas manuales e intelectuales.
Casi todos los juegos eran mixtos y en esa interacción no pocos conocieron por primera vez el amor.
Matatena. Existen versiones comerciales de este juguete consistente en unos asteriscos de plástico o metal y una pelotita de esponja. En sus principios se jugaba con una canica y piedras pequeñas que servían para ir levantándolas progresivamente hasta que quien fuera mas ágil, superara a los demás levantando más piedras. Solo terminaba el juego cuando se aburrían.
Acitrón. Se jugaba con piedras de río del tamaño de la mano infantil con las cuales se llevaba un compás que iba aumentando gradualmente de velocidad y los participantes entonaban un cántico cuya letra variaba a veces de acuerdo al barrio donde se jugara. Se reunían formando un círculo, pasándose con un golpe en el suelo las piedras en orden de izquierda a derecha, debiendo cuidar sus manos de la velocidad de los vecinos de juego. Una versión de las letras decía: “Acitrón de un fandango,tango,tango savaré,savaré, de barandela,con su triqui triquitrán” Buena idea para iniciar una investigación lingüística.
California. Solo se usaban las palmas entre dos infantas las cuales iban chocando en forma alterna, incrementando la velocidad, el ritmo y el orden del palmoteo de acuerdo con un canto que iba también gradualmente incrementando su velocidad e intensidad. Una de sus versiones decía: “California, California, México, México, twist, twist, twist./
California,California,Estados, Unidos,Rocanrol/California, California,Canadá,Canadá, zapatos canadá/ California, California,Chile, Chile, pica, pica, pica”.Puede parecer poco inteligente la letra, que está basada en nombres de países y ritmos, pero el secreto estaba en el intercambio palmar y su destreza. Se divertían todo el día y lo jugaban en todos lados, realizando competencias entre amigas, desarrollando una versión colectiva, más difícil, que se jugaba en círculo. ¡Castrante!
Escondidas. Se podía jugar en el interior de la casa o al exterior. Uno de los participantes se ponía de cara a la pared o a un poste o árbol y contaba en voz alta, dando tiempo a que los participantes se escondieran, para posteriormente ir en su búsqueda. Al encontrarlos, le iban ayudando a encontrar a los demás hasta hallar a todos. Excuso decir que la privacidad del escondite brindó a muchos la oportunidad de tener las primeras experiencias amorosas con el sexo opuesto, ya que era frecuente que algunos nunca fueran encontrados, argumentando después que se habían ido a casa sin avisar.
Quemados. Se establecía una base de arranque y una meta. Con una pelota pequeña de hule (costaba $ 1.00) empezaba el lanzador a rebotarla en un pared o la arrojaba hacia arriba. Los jugadores esperaban un momento en que vacilara en el jugueteo con la pelota para salir corriendo hacia la meta. El lanzador les arrojaba la pelota en el trayecto y al jugador que le pegara se convertía en lanzador. El último jugador que quedara era “fusilado” por los participantes, colocándose de espaldas en una pared y los participantes le lanzaban 3 pelotazos de castigo a una distancia de unos 10 metros. Si alguno fallaba las tres oportunidades, se ponía para ser castigado. Después todo volvía a comenzar, terminando hasta que los padres llamaban a casa. Los pelotazos quedaban marcados en la piel mereciendo reprimendas en casa por el salvajismo del juego. ¡Divertidísimo!
Figuritas. En forma estacional aparecían las “figuritas” a las cuales los chilangos les llamaban “estampitas” mas propiamente. Se adquirían en sobrecitos que traían 3 o 5 figuras para llenar álbumes temáticos como “el mundo submarino” o “el mundo salvaje” las cuales eran pegadas, después de la sorpresa de que saliera una “nueva”, con engrudo fabricado en casa con harina y agua o con una goma transparente de mucílago, impregnándole solo por la parte superior ya que al reverso traía datos alusivos. Algunos de ellos venían en impresiones muy cuidadas y profesionales y despedían un aroma embriagador. Se vendían en las dulcerías y en especial en los puestos ambulantes que se colocaban en las afueras de las escuelas. Los padres se oponían a su colección por el alto costo de ellas y a tener la monserga de estar oyendo los ruegos infantiles para comprar sobrecitos. Todos contaban la leyenda urbana que su abuelito o un tío rico les había comprado uno o varios paquetes, talvez para explicar como se agenciaban grandes bonches de figuras que eran convertidas en objeto de trueque o cambio entre los chiquillos. A menudo eran usadas para jugar “volados”, llegando a parecer billetes viejos de tanto sobo. Aunque se ofrecían premios a quien llenara el álbum, casi nunca salían completas las figuras para llenarlos, proporcionándole al niño material de construcción para su edificio de frustraciones.
Charpe. Empezando el verano, se iniciaba el tiempo del charpe o resortera, el cual en su versión genuina era elaborado por el chamaco y sus amigos, a menudo en excursiones al monte cercano donde se buscaban los árboles ideales para obtener las horquetas que eran necesarias como estructura básica para su confección. Estos eran de capulín, naranjo o limón, corriendo historias acerca de árboles imaginarios que le proporcionaban virtudes mágicas al chunche. Después de descortezar la horqueta se le amarraban en cada lado tiras de hule obtenidas de cámaras viejas de llanta de bicicleta, o de auto, conseguidas en las vulcanizadoras , las que eran cortadas con maestría y atadas con infaltables ligas de hule que se lucían como pulseras multicolores en las muñecas. La cavidad para albergar el proyectil debía ser de cuero, con frecuencia conseguida de algunos zapatos no tan viejos, los que cedían sus lengüetas para completar el frenesí infantil. A éstas se les hacían dos perforaciones laterales para asegurar las bandas de hule las que también eran atadas con sus respectivos juegos de ligas. Habían algunos seres bizarros que llegaban a barnizar la horqueta o incluso pintarla de algún color fuerte, pero esto era rechazado por los conocedores pues podía restarle poder al instrumento. La pátina del tiempo y las cacerías le iban confiriendo dignidad al paso de mil batallas reales o imaginarias, pero siempre exageradas por la mente del guerrero. Los proyectiles variaban de acuerdo con el objetivo, yendo desde pequeñas piedras de río redondeadas hasta piochas que no eran tan agresivas, por lo demás podías arrojar cualquier cosa que cupiera en el contenedor. Muchos pajaritos fueron víctimas del tino de mocosos que los usaban de blanco para satisfacer sus instintos recónditos de cazador, aunque algunos más listos, se precian de haber cobrado grandes tlacuaches habitantes de los arroyos, los que eran vendidos a buen precio para la confección de botanas en las tabernas de la localidad, disfrazados con una bondadosa e irritante capa de chiltepín, lo que lo hacía pasar como un guiso de puerco que hizo la delicia de muchos crudos y no menos borrachos.(Incrédulos, consultar con Calixto Martínez).
Cuentos. Las especialistas eran las empleadas domésticas, que por su extracción rural traían un bagaje cultural y un halo enigmático producto de la sabiduría popular de nuestra raza. Por las noches se sentaban a descansar en la cocina y en la penumbra, daban inicio a la hora mágica. Como expertas cuenta-cuentos sabían despertar la imaginación infantil con historias recurrentes de “La Llorona”, en versiones diferentes, cada vez, más horrorosas, pero imposibles de dejar de oír. Las de duendes y chaneques que se aparecían en el monte engañando para llevarse a los niños traviesos. Las Tepas Tuxpeñas, que vestidas de blanco y de estatura enorme, bajaban del cerro de la Atalaya para acabar con los incautos noctívagos que tenían la desgracia de encontrarse. Culpables del insomnio y las primeras pesadillas fueron las relatoras que surtieron los campos de la fantasía y que hoy, también han desaparecido.
Ligazos. Las ligas eran proporcionadas por los parientes que eran oficinistas y utilizando los dedos pulgar e índice se improvisaba una horqueta-a manera de charpe humano- haciendo una gaza para impulsar el proyectil. ¿Qué lanzaba?: parque, que era el nombre dado por los críos belicosos a la cáscara de naranja que los vendedores ambulantes de jugos dejaban como residuo después de pelar a mano las deliciosas cítricas. Sólo había que pedirlo y luego con una navaja desechable de afeitar, cortar la trenza vegetal en secciones adecuadas para el combate. Se llenaban las bolsas del pantalón con los trozos y ¡a luchar! Recomendaciones inútiles: NO disparar a los ojos, pues se podían sacar uno. Por supuesto que ese era el objetivo secreto, pero se conformaba uno con atinarles al cuerpo de los enemigos. ¿Daños colaterales?: acertarse tontamente en el dorso de la mano o ser expuesto en demasía al ácido cítrico de la cáscara de la naranja lo que dejaba como secuela, debido a las quemaduras, unas manchas prietas en las manos y en la boca, la que era usada a manera de carcaj para cargar parque de uso inmediato. ¿Qué tal? ¡Se antoja!

Texto agregado el 21-11-2006, y leído por 2754 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-11-2006 Un trazo de arquitectura en el tiempo, un excelente amasijo de diversiones infantiles, y una maestría narrativa. Impecable. Divertido. danielnavarro
 
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