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Lo siento mi niño

Miró al suelo, tocó la tierra y vió que su sombra crecía en toda dirección, después sintió que la vida se le iba por el hilo de sangre que brotaba de su frente y empezó a recordarlo todo, como si alguien le mostrara su vida, como si alguien le diera la oportunidad de arrepentirse de algo grave que había cometido.

Cantó el gallo y escuchó el silencio, al parecer no había nadie. No recordaba que día era, cosa que a la mayoría de personas nos pasa, pero ese día se tornaba especial, tanto silencio le produjo pánico, tenía el corazón sobre saltado, se levantó de la cama y fue a buscar al niño, su niño.

Hace tres días que lo buscaba, qué suerte estaría corriendo su niño, pobrecito, pobre angelito. Desesperado ensilló el caballo y empezó hacer la rutina que desde entonces hacia.

Un niño que llegó a su casa, ni siquiera sabía como, pero sí sabía cuándo, lo recordaba porque fue un día especial, más que especial, espantoso. Sólo recuerda una noche lluviosa…; pero en fin era su niño, no le importaba su pasado, ni mucho menos de donde provenía; con tal de no estar solo. Por aquellos lugares lo que más hacia falta era la vida humana; era como si la naturaleza no quisiera ser desplazada por lo humano, y se encargaba de desaparecerlos. Le gustaba ver la desesperación en sus rostros, verlos perdidos le causaba satisfacción, variaba tan rápido para que ellos se perdieran, tratando de confundirlos y así cansados de buscar el camino de regreso, se resignaran a morir en el intento.

Fue así como el pequeño Pedro se perdió. Su padre, Don Tomás, le dio permiso para arrear al rebaño de ovejas, indicándole el lugar. El pequeño Pedro, como todo niño, quiso explorar más allá de lo indicado cayendo en la tentación; no se sabe si la naturaleza se encargó de tentarlo, pero él fue más allá, dejando su rebaño de lado.

Tres días lloviendo; fue así que recordó la llegada de su niño, aquel día empezó como un día normal, de pronto el viento empezó a soplar como jamás había visto, a tal punto que la precaria ventana y puerta de la choza de Don Tomás, aparentaban cobrar vida, como si quisieran escapar de algo; de súbito, hubo calma. Al poco rato empezó a llover, a llover, a llover tanto que parecía que la bóveda del cielo se hubiese abierto, se sintió el miedo; Don Tomás después de muchos años sólo, sintió miedo.
No podía describir lo que sentía, pero lo más cercano a aquel sentimiento, era miedo. Se sentó en su cama, una cama artesanal que él había fabricado con sus manos, como muchas de sus pertenencias, usando los troncos de los árboles de eucalipto que por aquel lugar abundaban, y para cubrirla usaba cueros de ovejas; también sabía hilar, tenía dos o tres ruecas, y por supuesto, también sabia tejer; con esas mismas manos con las que tantas cosas había fabricado, obtuvo a su niño. Aquella noche llegó, sintió que alguien gritaba afuera; después, escuchó pisadas, varias pisadas como si alguien corriera en el agua, ese plash inconfundible. Como él era un cholo valiente, se acercó a la puerta, levantó la tranca y vió un bulto, era una lliclla, que alguien había dejado al pie de la puerta; la tomó con las manos, esas manos maltratadas por la vida y el trabajo; lo colocó encima de la cama. Regresó a la puerta, y no vio a nadie, aseguró la puerta, dio vuelta y se acercó a la cama; abrió la lliclla, y vio a un niño, su niño, al parecer con pocas horas de haber nacido; puso agua en el fogón y con un trapo empezó a limpiarlo; era un hombrecito; le dio el nombre de Pedro, no sabía por que pero en aquel momento le pareció el más indicado, iba ser un cholo valiente como él, un cholo fuerte, más que fuerte, valiente; aunque no le importaba su pasado o de donde provenía pero era suyo, como si la naturaleza se lo regalara.
Era raro ya que ella siempre se encargaba de destruir todo lo humano, pero era su niño, en aquel momento no le importó nada, ni siquiera desafió a nadie, ni siquiera agradeció, sólo se quedó callado y alegre aunque esa alegría no la reflejaba en su rostro; pero sí en su alma.

Era algo raro, ya que por aquel lugar no habían muchas personas y las pocas que aún vivían eran ancianos, era raro ver a un niño, pero Don Tomás conocía muy bien el juego de la naturaleza y ella también sabía que él conocía sus juegos, era casi imposible que él se perdiera; empezó a bajar la colina, bajó siguiendo el camino hasta el río; salió del limite de su terreno; empezó a subir y bajar cerros, empezó a seguir caminos, llamando a su niño, sentía tantas cosas que jamás había sentido, hasta pensó que los pumas lo habían atacado a su niño; ya que por aquel lugar lo más frecuente era ser atacado por pumas, pero ni siquiera encontraba el cuerpo inerte de su niño y a cada paso que daba la esperanza de encontrarlo se agotaba; no le interesó su rebaño de ovejas, no le importaba nada, lo único que quería en aquel momento era encontrar a su niño.

Empezó a caer la tarde; el hambre, el cansancio, lo querían hacer desistir, pero no, el quería encontrar a su niño. Empezó a correr viento como aquella vez, hace ocho años, el caballo en el que cabalgaba, empezó a relinchar como si viera a la muerte asecharlos; como si éste presintiera algo malo, como si ya se le hubiera revelado el destino. Don Tomás bajó del caballo para calmarlo pero este apenas sintió que Don Tomás había descendido, salió corriendo, a tal punto de desaparecer en el camino. Ahora Don Tomás estaba solo, después hubo calma, el sol lo sofocaba. De pronto empezó a caer una pequeña llovizna, cosa que pasa en las serranías, empezó abrirse el cielo como si las fuentes de los cielos se vertieran sobre él. Buscó refugio, había muchas cuevas pero no eran seguras. Recordó que por aquel lugar vivía un compadre suyo, en la cima del empinado, por un momento se olvidó de su niño, no decía nada, ni siquiera maldecía a la naturaleza. Fue entonces cuando empezó a subir el empinado, el camino era angosto y accidentado agarrándose de piedras, de ramas; el lodo que corría le cubría el rostro, lo único que quería era llegar a la mitad de aquel empinado para poder descansar. En aquel trayecto perdió una hojota y eso le impedía darse prisa; logró llegar a la mitad, había perdido todo, su caballo, su casa, su comida, su rebaño, su niño, eso le dolía más, su niño; pero ya estaba en la mitad.

Miró el suelo, empiezo a llorar como jamás había llorado, sentía que el alma se le partía; tocó la tierra, para pedir ayuda a sus ancestros, o a cualquier dios que éste dispuesto ayudarlo; vio que su sombra crecía en toda dirección, de pronto sintió dolor en su espalda y después en todo el cuerpo; era una roca, una roca le había caído encima, de su frente broto un hilo de sangre, y fue allí cuando recordó todo, sintió nostalgia de no haber encontrado a su niño, sólo pedía que su niño esté muerto, para que la naturaleza no se ensañara con él , para que la naturaleza no juegue con él como ella había jugado conmigo; ahora si hablo, ahora si; cuando siento que la vida se me va como muchas cosas que pendí.

Lo siento mi niño, pero no se de que arrepentirme; lo siento mi niño pero te busqué, sí te busqué, pero sólo espero encontrarte en este camino tan blanco, tan puro, tan tranquilo; ya no siento dolor, ya no callo, sólo pido; pido encontrarte en este camino que he tomado; no siento nada, no oigo nada, no tengo frío, no tengo hambre, el sol ya no me sofoca; no lloro, no siento, ya no vivo. Ya no tienes con quien jugar, ya acabó tu juego, ya no tienes con quien divertirte; ahora si te maldigo, ahora si te desafío porque ya no puedes jugar conmigo, ahora si hablo, ahora si, pero sabes, ya no existo.

Texto agregado el 29-11-2006, y leído por 194 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-11-2006 un final muy diferente al esperado, me ha gustado la forma de uso de las cosas tan ricas de la sierra y esa frescura de los primeros textos. saludos blindman
29-11-2006 vuelvo en seguida, ya estoy en el medio. escribes manifico eh.. bienvenido a la pagina. 5* punk13
 
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