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Hombres Mirando Trenes

A diferencia de otros observadores y coleccionistas, nunca tuve un interés especial por los trenes. Pequeños automóviles y trenes ocupaban igual espacio y tiempo en mis juegos de niño, fue sólo desde hace un par de años que me he vuelto un observador, uno de aquellos seres que gastan horas y días de su tiempo en contemplar aquellas bestias metálicas que habitan en las estaciones. Les voy a narrar acá la historia de cómo llegué a convertirme en el segundo observador de trenes de Villa Olvidada.

*****

Yo tenía un buen trabajo en la gran ciudad en donde vivía, tenía un salario envidiable, un cargo de mucha responsabilidad, vivía siempre algo estresado, pero era una vida soportable, dentro de la locura de nuestras sociedades modernas. A medida que fui escalando posiciones en mi empleo, mis pares, quienes llevaban bastante más años que yo en el mismo empleo, fueron acumulando envidias, odios y egoísmos al verme ascender tan rápido. Yo no me daba cuenta que aquello estaba ocurriendo, sólo me ocupaba de hacer muy bien mi trabajo y siempre entregar más de lo que nuestros jefes nos solicitaban. Así es como cada vez me dieron más responsabilidades hasta que, sólo en un par de años, llegué a la vicepresidencia de la compañía.

Ese último ascenso fue el que terminó por rebalsar el vaso. Las envidias acumuladas en varias personas en cargos inferiores fueron muchas, tantas que los incitaron a organizarse en mi contra y planear con todo detalle su venganza. Para eso si que fueron capaces de trabajar tiempo extra, de analizar y estudiar datos y balances contables y de trabajar en equipo, todo con el sólo objetivo de vengarse de mí.

Lo consiguieron. Me hicieron aparecer como el único responsable de una gran estafa relacionada con transacciones en la bolsa de las acciones de nuestra compañía, convencieron (con datos de respaldo) a la presidencia de la empresa y a la opinión pública de que yo contaba con información privilegiada y que había hecho uso malintencionado de esa información en mi propio beneficio.

Caí en una profunda depresión, nunca pensé que la maldad de la gente podría llegar a esos extremos. No tenía fuerzas ni ganas de defenderme, mi imagen como ejecutivo quedó irreparablemente dañada y perdí todo interés por hacer cosas nuevas.

Mi vida necesitaba de un gran cambio y me decidí a hacerlo. Vendí todas mis pertenencias, me dirigí a la estación de trenes, escogí al azar algún pueblo pequeño que fuera terminal de vías férreas, compré un boleto sólo de ida y me embarqué rumbo a mi nueva vida.

El tren comenzó a moverse y mi alma parecía sacudirse con él, sentía ansiedad y ésta iba en aumento junto con la aceleración de la máquina. Sólo cuando alcanzamos el ritmo y la velocidad normal del viaje, mi alma se calmó o quizá mi mente se acostumbró también al ritmo de mi ansiedad.

Muchas horas y paisajes transcurrieron durante ese viaje de ida, muchos recuerdos comenzaban por fin a quedar atrás. Es increíble cómo la distancia física provoca que los recuerdos también se distancien, pasen a ser más olvidos y menos recuerdos. Comenzaba a sentirme más tranquilo.

El final del viaje lo marcó un pequeño y viejo letrero que decía “Bienvenido a Villa Olvidada, población actual 1024 habitantes”. Si, eso era justo lo que necesitaba, un pequeño pueblo, olvidado por el mundo moderno, donde la vida transcurriera al ritmo que cada persona quisiera marcarle, y no al ritmo que la sociedad obligara.

Yo era el único pasajero que llegó hasta esa estación. Descendí del tren y lo primero que se cruzó en mi vista fue la silueta de un hombre que se veía el doble de viejo de lo que seguramente era. Sólo observaba al tren y no le quitaba la vista de encima. ¿Esperaba a alguien? Quizá su prometida le envió un telegrama hacía décadas diciéndole que llegaría en el tren de la tarde para casarse con él y el pobre hombre aún la esperaba. Me quedé durante un par de minutos observando al hombre y en todo ese tiempo apenas pestañó una vez, sentí lástima por él, no podía estar bien de la cabeza.

Me dirigí a la calle principal del pueblo y encontré un edificio en donde funcionaba el banco y una oficina de propiedades, justo lo que necesitaba. Consulté al encargado por propiedades en venta y me mostró fotografías de una hermosa granja llamada Paraíso, ubicada a un kilómetro del pueblo. El lugar me pareció hermoso, incluía una pequeña laguna, praderas y un pequeño bosque, era justo lo que necesitaba para olvidarme de las desgracias del mundo moderno. El precio era razonable, y podía pagarlo en billetes (de hecho cargaba con todo el dinero producto de la venta de mis bienes de la ciudad). Sin dudarlo pagué el dinero por la granja y deposité el resto en una cuenta que abrí en el banco del mismo edificio.

Me dijeron que esperara dos horas para que terminaran de desocupar completamente la granja y que luego de ese tiempo me vendrían a buscar a la estación de trenes, que podía esperar ahí si lo deseaba. La idea me pareció buena, recordé al viejo que divisé al bajar del tren y me decidí a hacerle compañía.

Cuando llegué de vuelta a la estación, el viejo aún estaba ahí, lo saludé cordialmente, él bajó la vista durante unos segundos y finalmente respondió mi saludo con una clara expresión de desconfianza. Algo en los ojos o arrugas del hombre me provocó confianza, y le conté que venía a establecerme en la Villa, que estaba huyendo de la ciudad, que buscaba gente inocente para comenzar a creer nuevamente en los humanos, y que pensaba que ese era el lugar perfecto para esa búsqueda.

La expresión del viejo cambió. Ya no parecía estar tan mal de la cabeza, sino que parecía almacenar una gran sabiduría en sus recuerdos. Ahora sus ojos revelaban misericordia, pero ¿por quién? ¿por mí?. Le pregunté qué hacía parado en la estación, esperando escuchar la historia de la prometida que nunca llegó. -Soy un observador de trenes- me dijo con orgullo. -Me cansé de observar personas, ellas mienten y engañan sin razón. Los trenes llegan siempre a la hora, y sólo fallan si hay un verdadero motivo para ello. -Yo tenía tres amigos- continuó -El primero me robó mi casa, el segundo me robó mis animales y el tercero me robó a mi esposa, un tren nunca me haría eso.

Me preguntó si ya tenía algún lugar en donde quedarme, y le respondí que acababa de comprar la granja Paraíso en la oficina de propiedades del pueblo. -No existe ninguna granja con ese nombre, ni tampoco tenemos una oficina de propiedades en la Villa, me observó. -No puede ser- le dije -si acabo de estar allí, está en el mismo edificio del banco. -¿De qué banco?- me preguntó -La gente de la Villa nunca dejaría su dinero en algún otro lugar fuera de sus casas, no necesitamos de un banco en estos lugares.

*****

En ese momento terminé de comprender la naturaleza humana, la descarté totalmente de mi existencia, y me he hecho un observador experto en trenes. Con mi amigo el viejo no he vuelto a conversar desde aquella tarde, de hecho casi no han salido palabras de mi boca desde ese día, porque los trenes no saben hablar, no lo necesitan. Yo sé que en secreto el viejo observador, parado desde su esquina de la estación, tiene los mismos deseos que yo. Él también desea convertirse en tren, y en ese mundo de rieles y vías, podremos confiar el uno en el otro y seremos grandes amigos.

Jota

Texto agregado el 29-11-2006, y leído por 255 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
01-12-2006 Muy bello tu escrito...igualmente creo que a pesar de la desesperanza que se está viviendo tenemos que seguir apostando al cambio y al amor entre los hombres. Saludos! brizna
29-11-2006 La envidia que corroe el alma que la siente y destruye una vida de esfuerzo y disciplina, como decimos los chilenos " el chaqueteo ", muy común, por lo demás en nuestra sociedad de trabajo, nunca falta el " palito en la rueda ". En el caso puntual del protagonista de ésta historia, resultó ser grave y le provoca la pérdida, no solo de su trabajo sino también de su honor y su dignidad. Toma una decisión sabia y busca la paz en un pueblo perdido: Villa Olvidada en donde no solo no encuentra lo que busca sino también le roban lo que tiene. El solitario observador de trenes le entrega su mensaje, los trenes siempre inspiran algo de nostalgia, de llegadas y partidas, los andenes, el recorrido inmerso en el paisaje, la cadencia continua de las ruedas en los rieles, tan diferentes a los aeropuertos, impersonales, resguardados, vigilados y controlados. Excelente narración, me gusta tu estilo, ¡ felicitaciones ! y mis cinco estrellas. Ignacia
29-11-2006 Nada que objetar,.No esperaba otra cosa de tu estilo...Lo disfruté..Ha sido un placer leerte elcocodrilotaimado
29-11-2006 Opcion de vida.......Excelente!!! Aytana
29-11-2006 Cantando, me voy para Villa Olvidada, donde hay muchas estrellas brillantes. islero
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