Braulio, salía temprano de casa. Aguardando uniformado tras la puerta que le abría el mar encontró a su nieto Matías. "No sabía que Conil contara con un policía por cada habitante, ni que de quejas viva el hombre… porque se han vuelto a quejar, ¿no?" Matías asintió tímidamente: "Ayer una niña se clavó un anzuelo jugando en la arena". Braulio interpretó templanza: "Mucho antes que la madre de esa niña catara el mar yo ya vivía de lo que me ofrecían sus aguas... Sobra mencionar a padre y abuelo. Conil es palangre. Estiro cordeles sobre la arena porque mi familia jamás fue propietaria de barca. Así me enseñaron a pescar: con una improvisada embarcación de corcho. Tal y como tu aprendiste, ¿tal vez lo has olvidado?" Braulio respiró firme en sus palabras: "Hijo, el día que muera no se perderán más anzuelos en la arena, mientras tanto, los viejos tiempos sobre los que tanto me farfulleas fluirán por la sangre de este viejo pescador... ¡A día de hoy vivo!" Un quedo de mano abierta reprimió el intento de seguir sus pasos. Tieso, Matías abrazó a su abuelo con la mirada en su esquinado descenso hacia la playa. No tardó en perderlo, como hacía tiempo lo había perdido.