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Inicio / Cuenteros Locales / edgartbf / Caminos secundarios (fragmento)

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- ¿En qué estado se encuentra el cuerpo?
- Pues verá...-vaciló el agente.- Está viendo la tele.
- ¿Perdone?- hizo Jack como si no lo hubiera oído bien.- Creí que había dicho que se encontraba muerto.
- Y ha oído bien, detective. En efecto está muerto, pero...parece que está viendo la tele.
- ¿Qué quiere decir?- preguntó Jack intrigado.
- Quiero decir que en mis más de veintisiete años en el cuerpo jamás había visto un homicidio parecido, señores detectives.
Hans y Jack se miraron mutuamente. Algunas luces de la casa estaban encendidas, sin embargo, apenas se distinguía nada; tanto los detectives como el agente sacaron sus linternas y se encaminaron hacia el salón por el pasillo principal. La casa constaba de un largo pasillo que comunicaba la entrada con las demás habitaciones. La primera puerta a la derecha correspondía a la de la cocina. El suelo estaba lleno de grasa y la nevera, semivacía, abierta de par en par. Gran cantidad de platos y cubiertos se amontonaban dentro de la pila. La segunda puerta, situada a la derecha, daba a una habitación con una cama de matrimonio en la que no había nada destacable excepto un enorme figura de madera de Jesucristo crucificado colgada sobre la cama. Un fuerte olor ha podrido parecía llegar desde la última puerta situada a la derecha, al final del pasillo. Antes de llegar a dicha puerta, un pequeño baño se situaba a la izquierda, a varios metros de la cocina y cerca del dormitorio. La luz del fluorescente parpadeaba constantemente y tanto el espejo como los azulejos tenía un aspecto sucio y descuidado. Sobre el lavabo había una cuchilla de afeitar llena de sangre. La puerta final, una puerta de madera con pequeñas ventanas de cristal semitranslúcido, daba a lo que seguramente sería el comedor. Estaba cerrada. Al llegar aquí, tanto el agente como los detectives se detuvieron un instante.
- Es aquí- indicó el agente.- Si necesitan algo estaré en la entrada vigilando por si acaso alguien intenta colarse.
- Por cierto, sobre esa tal Julia... Me gustaría que no la perdiera de vista, puede que luego nos haga falta- explicó Jack.
Cuando el agente hubo abandonado el pasillo Jack empuñó el pomo de la puerta y lo giró en dirección a las agujas del reloj. Las luces del comedor estaban apagadas pero el haz de la televisión iluminaba la estancia dotándola de un tono azulado. A la derecha de la sala no había más que una pared en la cual había colgado un pequeño cuadro. A la izquierda, en el final de la sala, había una ventana que daba a la parte trasera del edificio y bajo la cual se encontraba una vieja mesa de madera con varias latas de refrescos vacías y restos de comida esparcidos por encima. Entre la mesa y la puerta de entrada había un gran armario empotrado que albergaba la televisión en el mismo centro, sobre un saliente. Frente al televisor había un enorme sillón marrón, un tanto descuidado, sobre el cual se encontraba un hombre sentado que parecía no perder detalle de lo que acontecía en la pantalla.
- ¡Joder! ¡Qué asco! ¡Cómo huele!- se quejaba Hans.
Los detectives dirigieron el foco de sus linternas hacia el cuerpo inmóvil. Se encontraba totalmente sentado sobre el sillón pero en una postura un tanto rígida. Estaba completamente desnudo. Bajo el cuerpo, y tanto sobre el sofá como sobre la alfombra, había una gran mancha oscura que parecía ser sangre coagulada. Hans y Jack se acercaron para examinar el cuerpo con más detalle: el hombre estaba, literalmente, pegado al sofá. Espalda, brazos y glúteos estaban unidos a la tela del sofá por lo que parecía ser una especie de pegamento.
El cuerpo carecía de magulladuras excepto por la parte anterior del antebrazo derecho, el cual no estaba completamente pegado del sofá, donde carecía de piel, dejando entrever una gran herida en carne viva algo infectada y reseca. Tenía los ojos completamente abiertos, efecto producido por unas agujas que le habían sido insertadas en torno a los globos oculares impidiendo tanto su movilidad como la posibilidad de cerrar los párpados. Tenía una mirada fija y perdida en el horizonte de la pantalla de televisión. Los ojos estaban algo duros y resecos por la falta de lubricación y el efecto del aire.
Tenía la boca completamente cerrada pues tanto sus dientes inferiores como los superiores habían sido pegados unos con otros, uniendo ambas mandíbulas e impidiendo a la víctima emitir sonido alguno. El charco de sangre procedía de sus muñecas que, aunque pegadas al sofá, habían sido rasgadas con algún tipo de cuchilla.
Hans y Jack encontraron sus miradas. Sus caras reflejaban perplejidad a la vez que temor. Era la primera vez que se encontraban algo así. Hans sacó de su bolsillo pequeño un cámara digital de reducido tamaño y comenzó a fotografiar toda la estancia: los restos de comida sobre la mesa, la ventana, el armario y su contenido, etc, dedicando especial atención al cuerpo de la víctima, del cual tomó varias instantáneas de diferentes partes del cuerpo y desde distintas perspectivas. Con cada disparo de la cámara el flash iluminaba con fuerza aquel pequeño salón. Mientras tanto, Jack inspeccionaba la sala en busca de objetos o indicios que le aportaran alguna pista. Con cuidado de no dejar sus huellas sobre el interruptor, encendió la luz. Ahora la grotesca escena se percibía con mayor claridad y detalle. Aquella especie de maniquí parecía estar vivo, contemplando las noticias embobado, sin decir palabra. El salón estaba bastante desordenado, al igual que toda la casa, y los restos de comida, colillas, platos sucios sobre la mesa y diversos periódicos viejos formaban parte del decorado.
Segundos más tarde se oyeron unos pasos que procedían de la entrada y se encaminaban al salón donde se encontraban ambos detectives.
- ¡Oh-la-la! ¿Qué tenemos aquí? Vayan llamando al Guiness, señores, creo que tenemos un récord.
Un tipo bajito y de unos cincuenta y tantos años se asomó por la puerta. Tenía una enorme cara redonda y unas anchas gafas de pasta gorda negra. Llevaba una camisa blanca bajo una larga y fina bata blanca y unos pantalones grises oscuros; sus zapatos negros de cuero venían completamente mojados. De su mano derecha colgaba un maletín de plástico negro parecido al que se usa para guardar herramientas.
- Mal día para encontrar un fiambre, ¿eh, chicos?- mencionó el hombre de la bata.
- Muy gracioso Albert- contestó Hans, que seguía tomando fotografías.
Albert dejó el maletín negro sobre el suelo y se inclinó sobre el cadáver para contemplarlo con mayor detalle.
- Vaya, vaya. No tiene muy buena pinta.
- No, no la tiene. Pero no creo que haya que ser médico forense para saberlo, ¿no?- añadió sarcásticamente Hans.

Texto agregado el 02-12-2006, y leído por 146 visitantes. (0 votos)


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