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Inicio / Cuenteros Locales / BORDEMAR1 / A LA BUSQUEDA DEL TIEMPO PERDIDO

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A mis compañeros de infancia, Abel Peña y Jorge Vásquez, que jamás leerán o
escucharán este relato, porque ya no existen.

Estando en Concepción llegué un día sin proponérmelo hasta Lebu. Siendo muy pequeño, viví en ese hermoso pueblo recostado en los bordes de un mar verde esmeralda. Y ahora, después de muchos años, intentaba reencontrarme con sus avenidas, sus paisajes, con su gente. y cubrir con recuerdos los resquicios que quedaron suspendidos en el tiempo.
Serpenteando por varias calles hoy desconocidas, llegué hasta a mi viejo y querido barrio de la niñez. Pasé frente a la que había sido mi casa y decidí recrear el estricto recorrido que a diario cumplía rumbo a la escuela. Tomé el atajo por el barrio estación, para dar con la ansiada esquina punta de diamante, donde en ese entonces, se consumaba el más maravilloso espectáculo para mi naciente avidez por las muchachas de mi edad. Ahí me quedaba en mi infantil voyerismo, embobado, agazapado durante mucho tiempo (motivo por el cual llegaba casi siempre atrasado al colegio) mirando como el viento arrebolado, al que consideraba mi cómplice, se divertía jugueteando, bromeando, levantándole las polleras a las muchachas que marchaban presurosas y distraídas camino a la escuela. Al continuar mi marcha, creí ver a mis vecinos saludándome. A don Selim Vera que nos prestaba la pelota, al Chemo con su cara siempre salpicada de mora, al Neculqueo que antes de llegar a clases en las mañanas, pasaba a trabajar a una panadería y llegaba regalándonos la


marraqueta calientita, al guatón Riffo que era casi el doble de mi edad y me defendía de los grandulones, siempre y cuando yo le prestara los
anhelados “Barrabases”... A todos los saludaba imaginariamente. Pero ellos ya no estaban. Sólo existían en mi fantasía. Al llegar a la población Pedro Aguirre Cerda, tampoco vi a la que fue mi primer amor platónico, a la divina Nany Ortiz, con sus ojos violáceos, dejando a su paso una estela de suspiros. En la cuadra siguiente tenía siempre que esquivar a Gutiérrez, que era muy pendenciero. No me había olvidado de eso, así que fiel a mis recuerdos, decidí cambiar el recorrido. Por fin llegué a la Plaza de Armas. En el centro de la pileta aún se conserva el ángel que lanza un potente chorro de agua a través de unos descomunales genitales. Recuerdo a mis nueve años, cuando al Burgos se le ocurrió la insólita idea de hacer una competencia, midiéndome con una huincha el tamaño de mi sexo, y compararlo con el del ángel. Y después al otro día, exhibirle al curso los exiguos centímetros de mi derrota. Ahí tuve mi primera frustración, y fui durante mucho tiempo el hazmerreír del curso. Si de algo sirve para mi autoestima actual: el ángel, en realidad, es bastante desproporcionado.
Prosigo el viaje. Paso frente a la casa de la señora Chela, profesora del cuarto año, que siempre llevaba un vestido azul muy ceñido, estimulando nuestra emergente libido. Nunca se sabía, si hablaba medio en serio o medio en broma.. Un día nos comentó: Me casé con un genio y ahora me estoy divorciando de un loco. Tiempo después supimos que al marido lo encerraron en un manicomio. Ya es casi de noche, por fin logro alcanzar la calle Joaquín Pérez, donde en otra época, ya muy lejana, estaba mi esplendorosa escuela. En su lugar había ahora un doloroso e


inútil sitio baldío. Es difícil explicar cómo pueden atropellarse... agolparse... tantos recuerdos en una fracción de segundos, al tiempo de sentir que el nudo en la garganta es algo que va más allá de una añeja y gastada metáfora. Estuve mucho rato observando y recordando el mejor espacio de mi vida. Una espiral de conjeturas se entrelazaron. Cómo olvidar al Tapia que cantaba igualito a Miguel Aceves Mejías. Al esforzado, romántico y aventurero Vásquez, que en la madrugada siempre acompañaba a su padre a pescar mar adentro y después regresar al colegio y junto a él parecían entrar a la sala, todas las sierras y jureles del mundo. Jamás nos molestaron esos olores. Nos gustaba quedarnos, más bien, con ese inconfundible y entrañable aroma oceánico, que jamás lo abandonó. Cómo relegar a Abel Peña, que era tan maduro, parecía que lo tenía todo tan claro; si hasta la Nany se había fijado en él, y yo de puro picado le decía Caín en vez de Abel. Al Chaty Contreras que era un artista con la pelota. A los hermanos Mariqueo, que en mi pequeñez física, los veía como gigantes buenos y dulces, pero que en la hora de la pichanga, jugando a pata p’elá, se convertían en verdaderas fieras. Al Vallejos que me ganaba siempre a las bolitas y que después me las devolvía, de puro buena persona que era. Al Reyes que cantaba como los dioses y se parecía al Joselito. Cómo desconocer a mi querido profesor de mis primeras letras, Américo Bezama Núñez, que fue capaz de conquistarse a la turquita más linda del pueblo, a la Yamile Farrán. Para qué seguir...... Los recuerdos se aglomeran y se amontonan.... Pese a todo no puedo soslayar, cuando Américo nos llevó a conocer esa inmensa ballena que quedó varada en la playa de Lebu. La vimos por días

agonizar. Nada pudimos hacer para salvarla. Como niños que éramos, entendimos que ella, al igual que los viejos y descarriados lugareños, también retornaba y elegía para morir, esos deliciosos parajes.































Texto agregado el 03-12-2006, y leído por 533 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-12-2006 Que buen vistazo a la niñez ya lejana, muy bien contada. Nuwanda NUWANDA
08-12-2006 La añoranza, y algunos recuerdos son un pedazo de felicidad que nunca se enfría...Muy bien... elcocodrilotaimado
08-12-2006 Es dificil calificar un relato asi, yo lo volveria a leer una y otra vez por su elegancia, profundidad y brillante narracion, me conmovio. zarsas
06-12-2006 Un camino por la vida de un hombre que siempre a visto la vida como una aventura y que a esta altura de los anos recuerda lo lindo del pasado, me fui de paseo con usted senor Boris gracias por el viaje, fue hermoso, principalmene el final; algo que impacta en la ninez se va con nosoros hasta la cepultura eutopia
05-12-2006 Tu escrito me emocionó porque enmarcas una vivencia con profundo apego al entorno y a los que te acompañaron, las imágenes que se juntan párrafo por párrafo on espectaculares, siempre he dicho que las simplezas son pequeñas grandezas que forman un "todo" único y perfecto***** Anti_Musa
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