Se encontraban sentados a la sombra de un árbol en el parque “Da silva”, eran las 5 de la tarde en una acogedora tarde de primavera y alrededor se podría apreciar el más bello espectáculo ecológico, que el desierto florido pudiera envidiar. Todas las flores; rosas, narcisos, tulipanes, maravillas, entre otras, estaban floreciendo dando paso a la primavera, época en que todo ciclo renace y renueva, pero al parecer no en este caso.
Daniel había invitado a Mónica a pasar la tarde con él, con tal preparación y ansias, para que no lo pudiera olvidar. Había comprado una docena de flores de rosas rojas, ésas que sin palabras traen un mensaje impreso; “Te quiero”. También había adornado el lugar con una sábana blanca de seda, para que ella no sintiera nada más que la suavidad de la manta y de sus palabras. Y por último se había vestido con la mejor de sus ropas; una camisa arremangada, abierta en el pecho, un pantalón negro con un cinturón blanco y zapatillas blancas.
Mónica llegó a tiempo para empezar la velada. El le tomó la mano y la sentó junto a su lado, apoyó la cabeza en sus piernas y conversaron durante un tiempo mientras ella le acariciaba la cabeza muy gentilmente. Sin meditarlo, él se sentó, el tomó la mejilla y le dio un beso apasionado, desgarrador, de los que se llevan el alma misma.
Se acariciaron, besaron, y dieron cuenta a las flores, a los árboles, al pasto, al sol y a la misma primavera, cuanto se amaban y no podrían vivir sin estar juntos.
Atardece. Ninguno de los dos se quiere ir, ni dejar por nada del mundo a su alma gemela. No hay opción, ella se debe ir a Francia, porque a su esposo lo trasladan de trabajo y ella debe continuar su vida allá.
Empieza la cuenta regresiva, no hablan. Se miran como dos enamorados que nos les pasa el tiempo, ni las guerras.
Llegó la hora. Ella debe partir. Él la toma en sus brazos, la aprieta fuertemente y le da un beso. Ella comienza a caminar a tomar el taxi.
Daniel siempre fue y será un tipo emocional que sigue sus instintos, y sin pensarlo dos veces, se levanta y corre a alcanzar a Mónica, que estaba a punto de entrar al taxi. El auto con la puerta abierta, y ellos mirándose fijamente. Hay un silencio ensordecedor, el tiempo se detiene y el momento dura un infinidad. Respira y dice:

Daniel –(con lágrimas en los ojos) Te amo, desde el primer día en que te divisé, desde que sostuve tu mano por primera vez, desde que pensé en estar contigo. Ni vientos, ni tierras, ni compromisos, podrán que deje de sentir este lazo fino ni esta emoción que me unen a ti. Ni el veneno, ni la tortura, ni la muerte, podrán quitarme este dolor; punzante, amargo y desgarrador que me causan tu partida y el no tenerte conmigo nunca más.
Para mí siempre serás Mónica, bella dulce, gentil, dueña de mi corazón, ni el paso del tiempo, ninguna mujer, ni la vejez, podrán borrarme tu recuerdo.

Mónica – (con lágrimas en los ojos) Y tu siempre estarás en el mío. Aún que me digan que hacer, o que pensar, o que sentir, nunca traicionaré lo que tuvimos y tu serás el dueño de este corazón.

Se abrazan y terminan todo con un último beso, candente, trascendental, existencial.
Ella se sube al taxi, cierra la puerta y parte rumbo al aeropuerto donde la espera su marido. Daniel, cae al suelo de rodillas, con sólo una lágrima en su mejilla. Tuvo su despedida.