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Memorias de la lucha libre.
Por Luís M. Villegas. HSP.

El fin de semana pasado, quienes contamos con energía eléctrica, televisor, tiempo libre y gusto para verlo, pudimos alimentar nuestra imaginaria con el último capítulo de la telenovela electoral-2006. El previo incruento-que no cruento- encuentro entre los legisladores federales en una aparente lucha por dominar la tribuna del Congreso, unos con la intención de impedir la ceremonia de protesta del Presidente electo Calderón y otros para garantizarla, conmocionaron a una buena parte de los que no tuvieron una infancia admirando a los primeros ídolos a quienes adoramos en la arena de la lucha libre. Siempre se manejó el principio judeocristiano del bien y del mal del que todos hemos abrevado, habiendo malos y buenos, los que se denominaban rudos y técnicos. Talvez por cuestiones de logística, en ocasiones éstos roles se alternaban y se pudo ver a mitos como El Santo ó Blue Demon de malandrines. El chiste es que se le daba al malo una total inmunidad en el uso de llaves prohibidas y de marrullerías tales como piquetes de ojos, uso de limón para echar en los ojos del rival, cortes en el rostro o máscara utilizando corcholatas ocultas en el calzón y, en ocasiones, algo que semejaba chile piquín para cegar al contrario, llegando al colmo de patear al rival en los testículos, usando todas las majaderías verbales y señas obscenas contra el público, todo con la complicidad del réferi quien siempre estaba socarronamente, de parte de la maldad. Por otra parte, el bueno siempre era superior técnicamente en la aplicación de llaves, usando un lenguaje siempre respetuoso con el público, pero lucía inseguro a la hora de tener dominado al rudo, pidiendo permiso al público para acabarlo, momento que aprovechaba el malvado para voltear los papeles y dominar al técnico, ante la desilusión de los asistentes a quienes no quedaba mas recurso que desquitarse, como genialmente propuso María Félix en “La Cucaracha” ; a base de mentadas y groserías que te supieras. Excuso decirle que independientemente del resultado, todos salíamos felices por la benéfica catarsis sufrida que quitaba al más nervioso, las tensiones acumuladas en la semana, ignorándose la odiosa palabra, hoy tan popular, conocida como estrés. Tuve la dicha de crecer junto con mi hermano en vecindad con la cancha “Bermúdez”, un hermoso espacio cubierto de usos múltiples donde se celebraban toda clase de eventos deportivos, sociales y culturales, donde todo sucedía, especialmente las funciones de lucha libre. Frente a éste improvisado pancracio había unos cafetines de chinos que abrían toda la noche en espera de los trabajadores que laboraban día y noche en la industria petrolera, nuestros padres entre ellos. Ahí aprendimos una gran lección, ya que después de una función, pudimos ver a los luchadores, enemigos encarnizados momentos antes, disfrutar de los ricos bisquetes con mantequilla y café con leche en vaso, en franca camaradería, en aparente olvido de sus diferencias y milagrosamente sanos de las heridas sufridas en el ring. Después de todo, ya habían cobrado sus salarios y sólo eran unos buenos actores de un espectáculo en el que sólo los más ingenuos, se dejaban engañar.

Texto agregado el 04-12-2006, y leído por 512 visitantes. (0 votos)


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