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Mi abuela tenía un poema, Espero la navidad con tu voz y tu sonrisa, con el olor a canela que se extiende muy a prisa…

Aún espero la navidad. No con la misma esperanza de antes, ni con los mismos sueños. Pero la espero. Con chocolate y pavo y dulces y nueces. Repletita de villancicos eternos y luces en los jardines. La espero con todo y la gente que se conglomera a comprar regalos, con los moños y los papeles arrugados por doquier, la espero con los cuetes y los gritos.

He colocado todas las luces en su lugar. El árbol luce inmenso, majestuoso. He comprado muchas bombitas. Rojas y doradas. He alumbrado maravillosamente la entrada y las ventanas, el garage y el jardín que da a la sala de televisión. He puesto un ángel de metro y medio sobre la ventana principal, la que da a la calle y se ve desde cuadras de lejos, está tocando la trompeta. Me asombra lo grande que es esta casa. El nacimiento es imponente, he comprado a los tres reyes magos y les he hecho un camino sigiloso y repleto de luz por entre las macetas que llevan al misterio. El niño, tapado aún. La virgen y San José. Sobre la mesa están los chocolates en sus pirotines, las nueces y las demás frutas secas.

Han dado las 12, mira tú que rápido ha llegado una nueva navidad.

Hay mucha gente en casa y los espacios están repletos. Las bandejas suben y bajan y las lucen tintinean. El árbol está hundido en el mar de regalos empacados y enlazados.

Sonreímos. Somos auténticamente infelices. Sé que es la última navidad que paso en esta casa, la primera también. Nunca habíamos podido tener una casa tan grande. Y por fin la conseguimos, para perderla otra vez. Pero la vida es así. Un amorío otoñal, absurdo y complicado lo hace perder todo. No culpo a mi madre. Ya no lo hago. No en frente de los invitados y menos, en navidad. Cuando todo se perdona. La infidelidad de mi madre, la serenidad absurda de mi padre y la mentira grandísima de navidad y su Papa Noel. Me da rabia, díganle ya al primito que deje de llorar que el tío ese barrigudo no existe.


Anoche mientras retornaba de tomar unos tragos en casa de Eliana pasé por la callecita esa repleta de luces. Hay gente que caga plata, definitivamente, mira que andar colgando estas cojudeces. Pero para mí no lo eran. Adoro observar las casas llenecitas de luces, como gotas brillantes que caen infinitamente del techo. Me detengo a pensar si adornaré la casa esta navidad. No tenemos más las luces colgantes, ni siquiera un nacimiento decente que no esté roto o despintado, el árbol anda deshojado y las bombitas esas rojas y doradas, como mi alma. Envueltas todas en una caja de cartón. Rotas. Polvorientas.

No me animo a continuarla en un bar miraflorino. Es tarde chicos, tengo sueño. Nadie insiste. Creo que mi cara revela las pocas ganas de salir.

Coloco las llaves dentro de la cerradura y la puerta se abre con un gemido característico, como si le doliera parte del enchapado. Pobre. Entro sigilosamente. El perro no hace bulla. El respirar nulo de la casa vacía se hace escuchar. Es como cuando pones la oreja sobre el agujero del caracol. Se escucha el mar, te dicen, pero no es así, se escucha la nada. Eso lo sé.

No hay nadie en casa.

Subo las escaleras hasta el tercer piso, en donde está la parrilla y la terraza, la mesa para jugar billar y el equipo de música. Prendo las luces. Lo único que veo es un revoltijo polvoriento y húmedo de piezas de madera hongueadas y un sillón de playa hecho jirones. Me recuesto sobre él. Huele a orines. Perro de mierda.

Me quedo a dormir sólo esta noche. Han regalado todo lo que había en casa, la refrigeradora y la cocina, incluso el microondas. Las sillas y el sofá, el piano alemán de la abuela que ya estaba apolillado. Hay una pila de cajas pero nadie les puso etiquetas, creo que ahí andan las bombitas esas, doradas y rojas que compré.

Siento que el sillón se mece, algo le quita el equilibrio. Es un cordón largo. Lo jalo y recojo el ángel que tocaba la trompeta aquella navidad. Enciendo otro cigarro y lo enchufo. Sólo la mitad de sus alas enciende, el resto de la figura hace una sombra triste en la pared. Aspiro el humo del tabaco.

Aún espero la navidad. Con todas esas cosas que me la recuerdan.




Texto agregado el 07-12-2006, y leído por 148 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-08-2007 IDEAS IDEAS dalvenjha
08-12-2006 Es triste tu cuento, tiene aromas de nostalgia, pero es bueno . Un cariño. ***** tequendama
 
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