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Miraba sus bolsillos y nada. Miró su reloj y ya casi era la hora. Miró el lugar en donde estaba y no pudo apreciar que estaba en una tienda de juguetes, llena de niños, padres, papa noels, vendedores y personas solas como él. Una linda vendedora se le acercó. Le preguntó lo que deseaba. El la miró y esbozó una tonta sonrisa, mientras el sudor de sus manos delataba su situación. La bella vendedora llamó a vigilancia y nuestro amigo le dijo que tan solo estaba mirando, sólo mirando, que mas tarde vendría a comprar muchas cosas. Dos brazos le cogieron de los hombros, dejándole en la puerta de la entrada del centro comercial ante la mirada de todo el mundo. Ya afuera, todos le miraron a través de las ventanas. Mira, escuchó, es un ladrón. Sí, míralo como baja la cabeza y empieza a escaparse... Nuestro amigo aceleró el paso y llegó a un callejón. El ruido de los vagos le llamó la atención. Se les acercó y les miró un momento. Luego, empezó a reír sin parar, como un loco. Todos le miraron, se alejaron un poco y luego, le cogieron de los brazos y lo aventaron como un trapo lejos del callejón. Nuestro amigo no tenía ganas de moverse. Se quedó tirado en la pista, pasaban los autos, pero no se movía, quieto, como un muerto con los ojos abiertos, respirando, pensando, mirando el cielo abierto, las luces del universo, algún dios ciego, sordo, mudo y negro como la noche... Volvió a reír y en ese instante pasó un auto y le aplastó como a un plátano. El carro se detuvo, bajó y fue a ver al hombre aplastado. Dios mío, aún respira, se dijo el chofer. Llamó a dos personas y lo llevaron a un hospital. Lo bajaron y entraron a emergencia. Nuestro amigo aún estaba lúcido, sin dolor, aunque tenía las piernas chamusqueadas. Miró los rostros asustados de los enfermeros, luego, los del doctor, y la cara de un hombre extraño que le miraba con tranquilidad, como si fuera él mismo mirándose desde otro lado... ¿Qué ocurre?, se preguntó. De pronto, el hombre de rostro apacible se le acercó hasta sus oídos y le susurró que iba a morir si lo deseaba. ¿Morir?, se cuestionó nuestro personaje. No, aún no lo deseo, en verdad, sí existe algo en este momento, entonces que sea la verdad... Vio cómo los médicos sudaban a chorros, veía a las enfermeras nerviosas, llenas de trapos con sangre, y él, sin sentir nada de dolor, ni siquiera sabía si él era quien veía, o era todo un sueño. Volvió a mirar al hombre de rostro apacible y le susurró que deseaba vivir... Está bien, respondió. Un momento, le dijo nuestro amigo. ¿Eres Dios? El hombre de rostro apacible sonrió y dijo que sí. Luego, se dio media vuelta y salió en medio de toda la gente que empañados de sangre y sudor, peleaban por su vida. Pasó el tiempo, o pasó algo, pero nuestro amigo se vio en una cola, todo desnudo, y junto a él había muchos mas, desnudos, y todos llenos de salud, y con algo brillante en sus manos, y todos con las caras alegres y llenas de amor, caminando cada vez mas rápido hacia un lugar lleno de un clima fresco, luminoso, hermoso, y notó que al final de la marcha alguien los esperaba. De pronto, escuchó una voz, diciéndole que aún no, que aún no, no, no... En ese instante todo volvió a la normalidad, como si hubiese entrado en un cuerpo de aire, un mar de aire dentro de un cuerpo, que eran el suyo... Abrió los ojos y observó los rostros de todos los médicos alegres... Ha vuelto, dijo uno de ellos. Todos aplaudieron, se abrazaron y luego, una linda enfermera le dijo muy bajito: estará muy bien, no se preocupe. Pasó el tiempo y luego de una larga terapia, nuestro amigo salió a la calle. Llevaba una pierna ortopédica, pero estaba alegre. Se metió las manos al bolsillo y notó que tenía dinero. Fue al centro comercial y apenas lo vieron, lo hicieron pasar, lo sentaron, lo atendieron, preguntándole lo que necesitaba. Nuestro amigo les miró y les dijo que deseaba un juguete para niño. Le mostraron muchos, y sólo escogió un muñeco. Era uno más del montón. Pagó y salió del centro comercial. Tomó un auto y fue a una casa casi demolida. Tocó la puerta y salieron muchos niños. Nuestro amigo, le saludó y le dijo que tenía un regalo. Todos los niños se alegraron, y él les entregó el muñeco. Luego, cogió todo el dinero que tenía en su bolsillo, y a cada niño le dio unas cuantas monedas hasta quedarse sin un solo centavo. Es usted muy bueno, dijo uno de los niños. Nuestro amigo sonrió y se alejó de aquella casita... Mientras se alejaba una sombra le seguía de cerca, pero no tan cerca, parecía otro ser, brillaba como la plata...


San isidro, diciembre del 2006

Texto agregado el 07-12-2006, y leído por 255 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-12-2006 mmh me recordó muchas pelis en el camino... Un beso. escolastica
07-12-2006 Una bella Historia!!****** terref
07-12-2006 Bueno la narración es correcta. El final, aunque predecible, logra hacer un pequeño giro y mantiene la atención sin esfuerzo. Debo reconocer que no me gustan las historias con moraleja, pero esta estuvo bien. Ysobelt
 
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