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(Dedicado a los millones de caídos bajo el yugo opresor de la ignomia)

Al despertar muy de madrugada largó una mirada al horizonte. La espesa niebla que cubría el campo a esa hora proyectó desde lo lejos los destellos paralelos de luz del camión que más tarde lo condujo junto al resto de los prisioneros, a los enormes galpones emplazados a mitad del valle.

Al rato se encontró formado en fila india esperando su turno para subir al pickup del camión que era flanqueado por dos enormes celadores, sin derecho a decir ni pío. Adelante y atrás sus compañeros recién comenzaban a despertar mientras la mayoría –incluido él mismo- no lograba entender lo que estaba aconteciendo, ni hacia donde eran llevados en aquel momento. Tampoco despreciaba la idea de cambiar de ambiente; tanto tiempo encerrado en su jaula lo había transformado en un enagenado.

Mientras duró la travesía sus compañeros de causa aglutinados en la parte trasera de la máquina se divirtieron un poco con cada salto o fuerte sacudida provocada por el fangoso camino que se abría en medio de los sembradíos. El barullo era tal que se alcanzaba a sentir desde muy lejos, alentando la exaltación de los perros que hacían un concierto de ladridos en el valle.

Al llegar a la parcela el camión se detuvo frente a la entrada de uno de los galpones. Inmediatamente él y sus compañeros fueron conminados a bajar y avanzar formados en fila india hacia lo más profundo de la añosa estructura de lata y fierro. El lugar asemejaba un verdadero campo de concentración de donde manaba un fétido olor a carne cocida.

De manera progresiva los rostros de todos los presentes comenzaron a decaer. Sintieron como una estocada el presagio de la muerte. Las caras ya no eran las mismas de antes, se notaba en casi todos un repentino halo de desazón que más tarde se transformaría en pánico cuando en un acto de genuina barbarie fueron colgados cabeza abajo y desnudados completamente, mientras eran conducidos entre sofocantes vapores que ahogaban sus pescuezos.

La vida entera cruzó por su cabeza momentos antes de recibir el feroz golpe de corriente que terminó por arrebatarle la vida. Agonizante y herido de muerte, el infeliz alcanzó a ver los cuerpos sin vida de sus compañeros que yacían envasados al vació en bandejas de plumavit y plástico etiquetado.

Al terminar el día en la planta faenadora de pollos, la muerte en ráfagas cruzó el húmedo y fangoso terreno. Atrás el recuerdo de un grupo de pollos criados con hormonas que murieron víctimas del injusto sistema.

Con los años vino la rebelión de los pollos, pero tuvo que pasar mucho tiempo.


Texto agregado el 06-02-2004, y leído por 727 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
06-03-2004 Quizá no está tan bien como lo merce, pero tampoco eslo que dicen más arriba. La similitud con los desaparecidos de por aquí entorpece el discurso que debiera ser exclusivamente avícola. Pero valelapena. un abrazo albertoccarles
11-02-2004 Muy bueno el símil, al final no puedes reprimir (me refiero al lector) esbozar una sonrisa por que en realidad sean pollos y no personas. Aunque supongo que para ellos es igual de duro. Un saludo. Eddy_Howell
10-02-2004 vaya cao, muy buen relato. Aunque te diré que me dió muuucha lástima por los pollos. Eso te lo perdono por que vale la pena. Está bien redactado, el final es inesperado y cuenta un interesante toque de humor. un abrazo chachi
07-02-2004 Me gusta cuando el final no es lo esperado. Muy bueno. lagriega
07-02-2004 Muy bueno lo tuyo. Está muy bien narrado con mucha dinámica. Te felicito. Un saludo. jazmin7
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