De chica siempre le tuve miedo a las tormentas. El terror se apoderaba de mí con las primeras gotas de lluvia. Los rayos los sentía como estocadas en mi pecho, y los truenos resonaba en mi cabeza como bombas que aturdían mi mente.
Tal vez siempre lo relacioné con la guerra, tal vez por la destrucción que siembran los temporales y la devastación que causan estos fenómenos naturales, cuando azotan a las poblaciones más pobres, más desprotegidas.
Recuerdo ya crecidita de noche, cada vez que cerraba los ojos el agua inundaba mi visión, y vos me acariciabas la cabeza con un gesto fraterno como para borrar los malos pensamientos. Pero por más esfuerzo que hacías sabías que algo ocurriría y en la mañana, alguna catástrofe había ocurrido en alguna parte del planeta. Disimulabas la angustia que te causaban aquellos presentimientos míos y tratabas de minimizar los acontecimientos.

No en vano aquella noche en la que emprendí mi viaje llovía en forma torrencial, pero esta vez fue distinto, no tenía miedo...
Al llegar al pueblo que me esperaba...la lluvia se hacía más copiosa y al tomar el taxi que me acercaría a la posada, el joven que conducía me comento lo que significaba el agua para aquella población:
- Esto es una bendición señora, hace meses que no llueve, es una bendición.

La lluvia me acompañó esporádicamente durante mi estadía, caminé bajo la lluvia, sentí el contacto piel a piel...encontré en aquel pueblo paisajes, gente...gestos...olores familiares y cada gota caída la sentí como una bendición.

Elvira Castro