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Era María una mujer discreta, siempre atenta, siempre dispuesta a colaborar, siempre trabajadora, la primera en llegar y la última en irse.
Una tarde, de esas donde la lluvia moja la calle y con ella trae recuerdos y memorias, me ofreció un café. Lejos estaba yo de saber que esa tarde, conocería una común y vieja historia, algo triste, llena de los matices de esa morena mujer que mientras me regalaba un café y sonreía llevaba consigo una soledad oscura y melancólica que se dibujaba en sus ojos pardos.
Y es que era María una mujer bella, con unos años encima, de grandes ojos tristes y sonrisa serena, piel morena y con el acento tropical que se grabó en su pueblito natal, el mismo pueblo que fue testigo de su concepción en una noche caliente y plañidera, el mismo que le hizo conocer la primera tristeza al darse cuenta que no era el mundo como la luz de la ventana sino que era tambien un mundo lleno de trabajos para una niña pequeña, que estudiaba las letras con una velita en su cama de pobre y a lamañana siguiente salía de nuevo a trabajar. Ese mismo pueblo, que fue mudo testigo de su conversión de niña a mujer hermosa y el mismo pueblo donde una tarde de abril, se tropezó con unos ojos negritos que le regalaron risa y alegría y ese sustico del que hablaban sus amigas . Fue testigo también de su primera noche de amor, escapada de la casa y con esos ojos negritos de compañeros, que ahora le desnudaban no solo el cuerpo sino el corazón entero y le hacían descubrir por vez primera el calor de unos besos y el estremecimiento de la piel al contacto breve de unas manos que la tenian simplemente enloquecida.
Aquella noche, María no sólo empezo la aventura de ser una mujer entera, aquella noche también se despidió del pueblito, quedando de él solo ese acento encantador y provinciano que tan bien le adornaba las palabras, mientras hablaba conmigo y se pasaba la lluvia al calor del café.
Llegó a la ciudad una tarde, con una blusita blanca de muchos encajes que le regalaron los ojos negros y con las ilusiones en la maleta, porque de dinero y de comodidades, pues no había nada. Fue aquí cuando María, la sonriente y meláncólica María bajó sus ojos enormes y recordó como aquellos ojos negros y aquellas manos que una noche la enseñaron a acariciar, la llenaron ahora de golpes y tristezas, como la maleta que había llenado con sueños adolescentes, yacía bajo una cama maltrecha, y como casi a la fuerza y con mucho alcohol de su compañero por encima, se concibió una noche triste a su única hija.
Pasaba la tarde y con ella la lluvia, así como pasó el vendaval en la vida de María. En el alcohol, se ahogaron los ojos negros que un día se secaron para siempre colgados del techo de la habitación y con esos ojos se fueron tambien los golpes y los sueños del amor eterno. Quedó, con el salir del sol, la sonrisa de los labios mas hermosos que María conoce, los de ese suspiro de amor que se formaron en su cuerpo y que le permiten a María llenar de nuevo su maletica vieja y salir todos los días con la sonrisa en la boca y regalar el mejor de los cafés en una tarde de lluvia

Texto agregado el 14-12-2006, y leído por 138 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-12-2006 Evocaciones, retazos de vida en pinceladas poéticas con olores de lluvia. Un placer conocerte. Un abrazo. mariamorena
15-12-2006 una narracion estupensamente hermosa5* neison
14-12-2006 Asi es, con la lluvia de fondo, surgen las nostalgias y los recuerdos. Triste historia tras esos ojos y esa sonrisa. Lindo texto. Mildemonios
14-12-2006 Hermosa narración, unas palabras que invitan a seguir leyendo, a sentirse parte de esa confesión en la tarde de lluvia. chantal-deveraux
 
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