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Inicio / Cuenteros Locales / Stephen_Maturin / El húsar del fin del mundo.

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España, 1810

La península ibérica esta al borde de el colapso, Napoleón y su imperio controlan las ciudades, mas no los pueblos y mucho menos las mentes y los corazones de una nación. Los últimos bastiones del reinado de Fernando VII están tratando épicamente de mantenerse como fieles servidores de España, en esa era de ideales y valores patrios, se genera una historia anónima de los hombres y mujeres que lucharon por su independencia en diversos lugares de el mundo.



Entre los campos templados de las cercanías del río Júcar un grupo de la milicia española, reclutada y entrenada en escasas semanas, avanzaba temerosa entre las riveras y la vegetación fluvial. Los milicianos eran de las más variadas edades, se encontraban desde jóvenes de catorce años hasta adultos mayores de cuarenta.

Eran cincuenta y dos “soldados”, los cuales carecían de equipos y alimentos, pero no les faltaba moral y entusiasmo. Eran comandados por un teniente del ejército español, un verdadero caballero de la casa del Cid, de mediana edad, que le hacia honor a su apellido: Guerrero.

La marcha de la milicia era lenta y muy silenciosa, las tropas de “Buey-Aparte” podían estar cerca, siempre podían estar cerca. Todas las tropas temían al ejército francés, su leyenda era bien conocida por todos, el recuerdo de Somosierra aún se mantenía en sus mentes y hacía temblar a los jóvenes.

Entre los hombres se encontraba un joven, de veinte años, mediana estatura y apariencia bastante gallarda, su nombre parecía resonar ante el viento de Valencia, que venía desde lo lejos: Francisco Estrada, le llamaban. Provenía de la ciudad de Cádíz, donde se había criado desde pequeño.

El grupo estaba cansado, la falta de sueño les ralentizaba sus pasos, además la desorganización era enorme, ya que sólo sabían que su deber era llegar al poblado más cercano y enrolar gente a las milicias.

Los pensamientos de las dos columnas de infantes estaban en otros lugares, más amenos y menos escabrosos, cuando entre los árboles que rodeaban la rivera se oye el movimiento de tropas, el silencio fue instantáneo, pero no vasto para que un grupo de avanzada los encontrara.

El teniente Guerrero tomo el mando de la situación, con audacia y sagacidad, formando a todos en dos filas consecutivas a la orilla de el río, preparándose para el combate ordenó que calaran las bayonetas en sus fusiles y que se mantuvieran firmes ante todo.

Los pasos se hacen cada vez más estremecedores, su sonido hacía temblar a las plantas y las aguas del lugar, generando un temor confuso entre las filas españolas. El teniente miró hacía los árboles con su catalejo su cara inexpresiva demostraba su temple y años de duro entrenamiento y de muchas batallas contra los enemigos de el reino.

Entre los cercanos de el teniente se encontraba un soldado joven, de que parecía sacado de un granero, al parecer era un cabo, que carecía de instrucción militar, pero ante la milicia era todo un Julio César. El cabo estaba hablando con un grupo de la milicia, les animó a luchar por los suyos, tal como sus ancestros lucharon contra los opresores que invadían la península en la antigüedad. La cansada milicia fue consecuente a las palabras de el joven cabo, mejorando notablemente su estado de ánimo, preparándose para actuar como verdaderos españoles.

Desde los árboles cantados en las cercanías de el río, se acerco una polvareda que hacia resonar al viento de Valencia, el temor de las tropas, a pesar de los intentos de el Cabo, se mantenía en pie. La posición de la milicia no favorecía su enfrentamiento, estar en la rivera sólo significaba que no podrían retirarse sin sufrir numerosas bajas, rendirse sería sufrir algo peor que la muerte, todos sabían que “Pepe” no permitiría mantener con vida a los “revolucionarios”, de lo que todos estaban seguros y concientes era que de que no saldrían inmunes de el río Júcar fácilmente.

La masa danzante, que volaba hacia la milicia con una estampa Plutónica, cubría el sol por momentos, creando un ambiente de incertidumbre. Desde lo lejos una voz resalto hacia la rivera, era en incipiente español, que casi no podía descifrarse.

-¡Españoles, se rendir deben, nous tenemos el dominio de España!- su voz mostró la última esperanza de la milicia, ya no quedaba más, pero aún nadie se había rendido.

-¡España: acepten leur destin! – en tomo de voz demostró que en Francia no tenían mucha paciencia, pero nadie se movió, nadie quiso retirarse de la historia.

- ¡Es su última oportunidad!, - la voz parecía cansada por la gritería y el polvo de sus tropas-¡españoles!- dijo de forma entrecortada, como si lo que pronuncie después fuera de mucha importancia- ¡Capitulen!

Las tropas galas comenzaron a aparecer por medio de los árboles, sus uniformes y banderas mostraron su fina educación y entrenamiento, sus tambores y clarines hacían de la música un espectáculo dantesco y maquiavélico. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, la milicia preparo sus armas y sus corazones para la batalla, este sería su bautismo de fuego. La idea de la muerte rondo sobre los tricornios de la milicia, los mismos tricornios que hace pocos años estaban en los campos o en las ciudades, ayudando con su sombra a las labores familiares.

Los franceses se apostaron en una doble fila, al igual que la milicia hispana, pero la diferencia era que los franceses eran muchos más. El rostro de el teniente Guerrero estaba sereno, como si conociese el futuro como un quiromántico o un adivino de Tanger, un futuro más tranquilo, como si esa rivera fuera sólo un deja-vu en su mente.

En una explosión de valor, Guerrero desenvaino su sable mellado, y con una voz de trueno dijo a todos “sus” hombres:

-España nos necesita; nuestras casas nos necesitan, pero también necesitamos vivir en libertad- después de un breve tiempo que ocupo para respirar y acomodar sus ideas continuó - nuestros hijos e hijas nos esperan, pero ahora nuestro destino nos espera. Lo único que les puedo pedir es que se comportan como hombres dignos y virtuosos, que sean consecuentes a sus ideales y que luchen siempre por la libertad- la reacción de todos fue uníosla, el joven gallardo Estrada dijo a el viento y a la vida unas palabras que lo marcarían el resto de su existencia.

- ¡Siempre mi teniente!- su corazón se alzo hacia Cádiz, hacia todo lo que perdió por culpa de Napoleón, su padre que se despidió para no volver, él era un soldado digno y fiel, pero Francia era como un monstruo sediento de sangre. Estrada no tenía nada que perder, por ello se unió a la milicia, para vengar la vida de su padre y vencer la mayor derrota de su familia.

Las tropas de “Pepe” estaban cerca de distancia de tiro, el teniente Guerrero con una voz de acero que se pendió a la eternidad de el día-¡Preparen sus fusiles, no tenemos todo el día!- en ello tenía absoluta razón, a pesar de haber pasado el medio día hace pocas horas, un enfrentamiento prolongado era la pesadilla de cualquier comandante.

-¡Mantengan vuestras posiciones!- el grito desesperado de el joven cabo fue un preludio a lo que les esperaba, los más jóvenes de la milicia comenzaron a mostrar su desesperación al manejar torpemente el fusil, haciendo un ruido de herrería al cargar sus armas.

Cuando los pulcros franceses estuvieron lo suficientemente cerca, el teniente Guerrero pudo hacer un calculo aproximado de las fuerzas enemigas; eran sin lugar a dudas más de setenta y cinco hombres, lo que significaba que no eran una fuerza expedicionaria como creyó en un principio, pertenecían a un grupo de patrulla, el cual debe haber estado apostado en un pueblo y al saber de la presencia de la milicia marcharon para hacerle frente. Los pensamientos de Guerrero eran rápidos y precisos, no era su día, tampoco su década, pensó.

-¡Apunten a la cabeza!- la orden tenía bastante sentido, ya que no eran nada diestros con sus fusiles, y de esa manera tendrían más posibilidades de atinar al estomago, por efecto de el retroceso. El tiempo se hizo lento y la preparación rápida, los milicianos entre sus manos temblorosas buscaron a un infeliz que quisiera almacenar en su cuerpo un poco de verdadero hierro español.

-¡Fuego! – Retumbo entre las filas y una andanada de fuego y humo, de pólvora y hierro traspaso los limites de la gravedad, llegando a un grupo de franceses que caían heridos o mejor aún, muertos.- ¡recarguen!-fue la orden que sello la andanada

Mientras la milicia recargaba sus armas candentes, tras una saboreada efímera de la gloria, el humo se disipo sobre el viento de Valencia, mostrando una tarde soleada, una buena tarde para cambiar la historia, pensó Estrada.

La voz francesa no se quedo en silencio, y tras unos treinta segundos de la andanada españolas se vio a una línea gala totalmente restituida de infantes que parecían de hierro.

-Feu!- se escuchó, y después un caos homérico abrazo a la milicia, el fuego y el infierno que ellos lanzaron vino a visitarlos de vuelta, pero de una forma aún más numerosa. Los gritos fueron generalizados, las caídas y las heridas eran una constante en el maremagnum de sufrimiento. Estrada sintió el aire desplazado por una bala que pasó acariciando su mejilla izquierda, pero no lo hirió

El desorden creo una estampida, los gritos del joven cabo fueron opacados por la retirada de la milicia, los franceses ya preparaban su segunda andanada, que era totalmente inevitable, por ello todos huían hacia el río, donde sus pasos eran cansados y torpes, dejando a sus compañeros y vecinos en la rivera.

El teniente permanecía de pie, con una mirada altiva, sacada de una novela de caballería, su semblante de hierro impuso coraje a los pocos que se quedaron, la teniente sabia que había perdido como mínimo a veinte hombres entre los heridos y los muertos, y otra buena cantidad se los abandonaba por el río. Estrada no era uno de ellos, si iba a irse de este mundo, lo haría como un soldado, aunque no lo fuera.

Al escuchar la voz francesa que dirigía los pasos finales de la recarga de los fusiles, Guerrero dijo a sus hombres en tomo sosegado

- ¡Al caer la segunda todos al suelo!- el silencio atónito de los pocos milicianos fue cortado por el teniente -¡entendido!- este dicho fue seguido por un clamado desordenado, que se podría identificar con un “Sí señor”.

La segunda andanada francesa fue igual de estrepitosa, pero la orden de Guerrero fue acatada con celeridad, muchos milicianos salvaron sus vidas al cumplir la orden, algunos, al momento de los disparos corrieron hacia el río, donde fueron acribillados por los franceses. El teniente Guerrero al ver su gente morir, decidió que si quería salvar a los pocos hombres que quedaban, tendría que sacrificarse. El avance de la infantería francesa había comenzado, y ya no le quedaba tiempo.

- Muchachos: cuando lleguen los “freses” bastante cerca, esperen mi señal, cuado sea tiempo ustedes corren hacia el oeste, hasta que no vean el sol- la orden dio incertidumbre a la milicia superviviente, y sólo el joven cabo se atrevió a hablar.

-¿Cuál será la señal?-dijo entre galimátricas expresiones.

-¡Ya se darán cuenta!- fue la respuesta seca.

Cuando los franceses estaban a treinta metros de la milicia, el teniente Guerrero salto de la tierra, tomo su sable desde el suelo ensangrentado y en una carrera que haría bajar la cabeza a Pheidippides, se acercó a la línea francesa, la que confundida por la locura de el español, freno su avance y se trato de organizar en una doble columna, pero no lo logro con la rapidez esperada por la “voz”, esta al ver sus tropas desorganizadas salto en una andanada de gritos e insultos en el más complejo francés.

-¡Ahora, salgamos de aquí!- dijo el joven cabo, que estaba viendo con horror la acción de el teniente- ¡apúrense, al río!- su orden fue tomada como un hecho por los que quedaban en el campo de batalla.

La milicia superviviente, se retiró raudamente, entre saltos y charcos; dejando a sus compañeros, que yacían heridos, solos en la rivera, al cuidado de Dios. Mientras huían de su “destino” se escucho una serie de disparos desorganizados. Estrada miró hacia atrás, sólo para comprobar que el teniente Guerrero caía hacia la eternidad, producto de el metal francés.

La carrera de la milicia fue una ola que arraso con el viento, sacando a Eolo de su morada y haciéndolo suspirar. Corrieron hacia “que no vean el sol”. Los franceses trataron de seguirlos, pero su gran número no los dejo moverse con la rapidez de la milicia. A lo lejos los españoles oían la voz que ordenaba a sus tropas a avanzar, pero fue inútil. Los milicianos se habían salvado de una segura muerte a manos de la tiránica Francia.

Pero no fue esa suerte la que cubrió a todos los milicianos, además de los muertos en el campo por la primera y segunda andanada, los que se retiraron antes de la orden de el teniente fueron interceptados por una unidad de caballería exploradora polaca. Los polacos eran lacayos de Buey-aparte, y ofrecieron sus mejores tropas a su cargo. Ellos masacraron a los milicianos desertores en una carga de caballería y acero.

La tarde cae en las orillas del río Júcar y las tropas francesas se retiran a su poblado, donde estaban apostados desde hace meses, ellos se fueron dejando veintinueve milicianos españoles sin la menor consideración, al único español que tomaron en cuenta fue al teniente Guerrero, al que su cuerpo arrastraron hasta el poblado, mostrando así el poder omnipotente de el gran imperio francés. Bajo el sol en sus últimos despojos de vida la idea de libertad moría en un hombre, pero nacía una leyenda de valor y honor, que no seria olvidada por "sus hombres".

En los campos cercanos al río, en la orilla opuesta, yacían ocho cuerpos españoles inertes, mientras la caballería polaca de exploración se retiraba a su comando tras una operación exitosa, pensando en la orgía etílica que tendrían en la taberna con su pago por esta incursión.

Finalmente, en los campos bañados por la luz de la luna y las estrellas, los catorce supervivientes de la masacre prometieron continuar en la defensa de la libertad. Estrada tomando para sí las palabras de el teniente Guerrero asumió su posición de paladín de la independencia.

Texto agregado el 16-12-2006, y leído por 144 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-12-2006 Ameno relato épico e histórico, con estilo a la antigua, muy bien narrado...Me gustó. elcocodrilotaimado
 
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