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Pararme en mierda habría sido mejor que encontrarte. Pero ya no me podía echar atrás. Venías frente a mi, con esa sonrisa hipócrita que, mientras se explaya, dice: “hoy no te me escapas”. Tu mano tomó la mía con cordialidad y hasta pensé que querías abrazarme. “¡Tantos años!”, dijiste en tono gracioso y te echaste a reír. Qué más iba a hacer sino sonreírte.

Sé bien que el artífice de mis desgracias fui yo, pero vos fuiste el ejecutor perfecto… Mientras me encaminabas hacia un café, casi obligado, sentí cómo la piel se me puso de gallina al contacto con tu brazo. Quería escupirte en la cara, decirte que, de ser un cerdo, no habrías servido ni para revolver estiércol. En realidad no sé por qué me contuvo. En el fondo, tenía curiosidad de saber lo que tenías que decirme.

Comenzaste a hablar de la familia, de esa raza envenenada con tu sangre, del clima y no sé qué otras tonterías. Seguiste con maravillas sobre tu trabajo y, por último me preguntaste cómo estaba yo.

Guardé silencio, quería pensar bien las palabras que describirían mi situación. Vino a mi mente el día en que llegaste, como un buen empleado bancario, a embargarme la casa, a notificarme que con eso no pagaba mis deudas, a destruir mi vida diciendo que iría a la cárcel. Viste a mi familia arruinada y la dejaste en la calle. “Espero que esto no vicie una amistad de tantos años”, dijiste tendiéndome la mano.

Por fin, me decidí a contestar tu pregunta. Me levanté y antes de dar un paso hacia delante te dije: “estoy desempleado y ex convicto; gracias por preguntar, ¡hijueputa!” Fue suficiente. Di media vuelta y me alejé.




Texto agregado el 18-12-2006, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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