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Inicio / Cuenteros Locales / mizuno / Flower of Saffron: Historia de un romance. Capítulo 2

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Capítulo 2: De lo interesante al romance

Magdalena regaba sus rosas. Las admiraba, sobre todos aquellas color violeta que había plantado con su padre. El rocío del agua las hacía brillar ante la luz del sol. Sonrió. Miró hacia su alrededor y vio que su hermano caminaba con un joven que nunca había visto. Se notaban muy alegres. Le hizo un gesto con la mano para que viniesen a su encuentro.
Kumori llegó rápidamente, con Kikoyu detrás de él.
-¿Quién es este joven, querido hermano? -preguntó la muchacha, mirando a Kikoyu de pies a cabeza.
-Se llama Kikoyu. Nuestra madre lo nombró mi consejero. -y luego, sonriendo, añadió: - Kikoyu, ella es mi hermana Magdalena.
Kikoyu la miró y notó que ella le dio un vistazo corto, pero muy detallista.
-Encantada de conocerte, Kikoyu. Me llamo Magdalena, y soy hermana de Kumori.
Kikoyu bajó la cabeza respetuosamente en señal de saludo.
-Hermano, debo hablar contigo un momento -miró a Kikoyu-... a solas, por favor.
-Kikoyu, ¿podrías...
-No hay problema, estaré con Mizuno; ¡nos vemos!
Se retiró con un paso veloz. En cuanto desapareció por la puerta de entrada, Magdalena observó fijamente a Kumori.
-No me gusta tu futura esposa. Y la verdad no me llama para nada la atención la idea de que te cases.
Kumori la observó atentamente. Su hermana era muy reservada y le extrañaba que estuviese hablando así con él.
-Sé que a ti tampoco te gusta. Lo veo y lo siento. Lamento no haber estado en aquella reunión de compromiso porque me hubiese opuesto ante el rey.
Realmente estaba sorprendido.
-Pero... ¿Cómo podrías evitarlo? No, no eres quien para hacerlo. No quiero causarle problemas a nuestros padres, por eso yo no lo hice tampoco.
Magdalena calló. De algún modo tenía razón, pero no podía permitir ese matrimonio.
-Algo haré, ya verás...


Helena miraba por el balcón. Ahí veía a su hija Magdalena con sus amadas flores, a Kumori caminando hacia la pérgola tan perdido en las nubes como siempre estaba y más allá, observó a Nicolás.
Lo había conocido en una cena de amistades. Ellos eran muy amigos, ella ya estaba comprometida con Clyde y él a punto de su matrimonio con Clarisse, su actual esposa. Siempre lo había pensado bien, y siempre pensaba en amistad, pero sus ojos delataban algo más que una amistad. Cuando se casó con Clyde, todo esto cambió. No se vieron más hasta que sus hijos, por alguna casualidad se conocieron. Ahí todos sus recuerdos florecieron.
Y ahí estaba, caminando por el sendero. El mismo que los había visto andar juntos en aquellos días de infancia; sonrió.
Clyde entró por la puerta. La observó. Se le acercó y la abrazó por detrás tiernamente.
-¿En que piensas Helena?
-Nada, Clyde, sólo miro por el balcón.


Mizuno decidió dar un paseo, ya que había terminado con todo lo que debía hacer. Decidió ir a la pérgola. Cuando caminó con su hermano el día anterior, la había visto y la encontró tan hermosa.
El sol bañaba las enredaderas con flores fucsias que la rodeaban por completo. Lucían realmente hermosas. Seguía inserta en sus pensamientos, hasta que de pronto sintió una presencia. Cuán fue su sorpresa al ver que se trataba de Kumori.
-Un gusto en verte, Mizuno.
Inmediatamente enrojeció, recordando el acontecimiento de aquella mañana. Kumori lo sintió y comenzó a reír. Mizuno, ya mas calmada, lo miró con extrañeza, cosa que lo hizo reír aún más. Se contagió con su risa. Kumori la miraba encantado.
-¿Qué te ocurre?, ¿Por qué me miras así otra vez?
-No lo sé... es sólo que me gusta mirarte.
Mizuno rió. Miró nuevamente las flores y una de ellas apareció realmente cerca repentinamente. La miró rápidamente y volteó. Sus ojos se encontraron cerca de los de Kumori. Así se quedaron un momento. Kumori se disponía a tomarla de sus manos, cuando fueron interrumpidos por una voz aguda:
-¡Kumori, querido!
Conii se hallaba con su padre. Mizuno se alejó rápidamente con mucha vergüenza en su cara. Kumori lanzó una maldición al aire.
-Que gusto encontrarte, amor
“Quisiera poder decir lo mismo, “queridita”” pensó a sus adentros. Miró a su futuro suegro. Él miró a Mizuno.
-Y... ¿quién es esta jovenzuela?
Mizuno volteó. Si algo le molestaba era que le dijeran así.
-Disculpe, no soy ninguna jovenzuela... Tengo nombre, me llamo Mizuno -dijo ofendida-. Con permiso.
Se retiró rápidamente pensando en aquel pequeño encuentro. Sí, pequeño y feliz encuentro.


Kumori se preparaba para dormir cuando oye que la puerta de su habitación se cierra suavemente. Sale del baño y ve que Conii entraba con un camisón largo.
-¿Qué diablos haces aquí?
-Vine a verte, amor. Quería saber como te encontrabas.
-Me encuentro bien, gracias. ¿Podrías salir? -dijo acercándose a la puerta para abrírsela. Ella se le tiró encima en un abrazo. Kumori no hizo nada. Ella lo empujaba hacia un sillón cercano para sentarse un momento. Quería estar con él un rato.
-Conii, detente.
Ella lo miró con ojos brillantes. Se separó de ella y volvió hacia la puerta haciéndole una seña de que saliera. Resignada, salió, pero no sin darle un beso en la mejilla a Kumori. Luego de cerrar la puerta, le echó llave en el acto.
Iba a tirarse en su cama cuando alguien tocó a la puerta. Con precaución la voz dijo:
-Te dije que te fueras...
-Soy yo, hijo mío.
Kumori se levantó sobresaltado y corrió hacia la puerta. Ahí estaba su madre dispuesta a hablar con él. Pidiendo disculpas, la invitó a pasar. Se sentó en el borde de la cama, mientras que Kumori se tiró sobre ésta.
-Hijo mío, te he visto muy en las nubes últimamente. ¿Ocurre algo?
-No, en lo absoluto. Mamá, tú sabes que yo siempre soy así...
-Pero es aún mas extraño que siempre, Kumori
Kumori calló. No quería decirle. Efectivamente sabía, pero no podía decírselo.
-En serio, madre. No es nada...
La reina tomó a su hijo entre sus brazos como cuando hacía cuando era un pequeño. Lo acurrucó contra sí y le acarició la cabeza. Kumori se quedó dormido con una sonrisa en los labios.


Pasaban los días y Kikoyu cada día se sentía más a gusto en ese lugar. Mizuno también se había acostumbrado a aquella vida y no hacía mucho que digamos. Iba por los pasillos del castillo cuando se tropieza con Senn. Iba apresurado donde el rey.
-Hola, joven Mizuno.
-Buenos días, capitán.
-¿Sabes?, No había querido preguntarte por esto que sucedió en tu primera estadía en este castillo pero me gustaría que fueses a ver a mis soldados.
Mizuno tragó saliva. Volver a ver a esos ebrios no le parecía el mejor plan en su vida, pero no podía ser descortés con alguien que de alguna manera la salvó de aquel suplicio.
-Iré con gusto -dijo con un suspiro.


Los soldados tenían buen estado. Ya no parecían aquellos hombres que ella vio ese día. Terminada la práctica, se les acercó con un balde con agua. Algunos bajaron la cabeza arrepentidos por lo sucedido. El resto sonreía con gusto.
Comenzaron a conversar y se arreglaron las cosas. Mizuno ya no sentía temor alguno. Los soldados estaban muy alegres de conversar con ella. Era pequeña, pero muy encantadora.
-¿Y cómo se ocupa esto? -dijo apuntando hacia un palo de madera que había en el suelo.
-Esto puede llegar a ser un arma muy peligrosa, mi querida dama, si se lo sabe ocupar por supuesto.
Mizuno estaba muy interesada en aquel “arma”. Vio como los soldados la usaban y quedó encantada. Luego, llegó el capitán y ella aprovechó el momento para retirarse. Se despidió cordialmente y fue a buscar a su hermano.


-Mizuno, arréglate.
-¿Qué ocurre?
Kikoyu se ponía unas ropas que Kumori le había prestado. Se veía bastante extraño vestido de “señorito”.
-Ponte eso... -dijo a Mizuno indicando un vestido que se hallaba sobre su cama. Era de un color crema muy hermoso. Era muy simple y al parecer era de Magdalena.
-Pero aún no me lo dices...
-¿Qué? ¡Ah!, Sí. Kumori me avisó que debíamos asistir a su fiesta de compromiso.
¿Compromiso?. Sintió como el alma se le venía al piso. Lo recordaba, pero no pensaba que hubiese pasado tanto. Tomó el vestido y fue a arreglarse.
Salió del baño unos veinte minutos después, con aquel vestido puesto. Kikoyu quedó impresionado. Se veía hermosa. Mizuno lo miró y le sonrió. Se acercó a él y lo abrazó.
-¿Qué pasa, Mizuno?
-Nada... Sólo es un abrazo -lo soltó y él se quedó sonriendo- ¿Vamos?
Salieron de la habitación del brazo con un paso rápido, pero siempre ensayando el cómo caminar frente a la “sociedad”.


El salón se hallaba repleto de gente. Conii estaba sentada a la izquierda de Kumori. Clyde se hallaba en medio con su querida Helena. Magdalena estaba del otro lado sentada con Nicolás y su esposa.
Kumori observaba el salón. Ellos aún no habían llegado y se empezó a inquietar. Conii le tomó la mano, pero él ni siquiera se inmutó. Miraba hacia un lado, se encontraba el capitán Senn y su esposa, Alejandra, una humilde mujer a cargo del “bar de los soldados” que a su vez conversaban con otras personas a quien no reconocía.
-Kumori, tanto tiempo...
Miró hacia la derecha y se encontró con Arturo, un amigo de la infancia a quien no veía desde hacía mucho. Se pusieron a conversar un momento y en eso, echó un vistazo a la puerta, donde apareció Kikoyu y su hermana. Quedó deslumbrado con ella.
Pidió permiso a Arturo, conversarían luego, y fue hacia su encuentro.
-Buenas noches, amigo Kikoyu. Buenas noches, mi dama -dicho esto tomó su mano y la besó como un caballero, lo que hizo que Mizuno se sonrojara de inmediato. Kikoyu tomó a su hermana por el brazo y se la llevó a otra parte. Una voz sonó por todo el salón; era su padre.
-Damas, Caballeros, tengo el honor de presentar en esta ceremonia a la futura princesa de este castillo, quien contraerá matrimonio dentro de unas semanas con mi hijo, el príncipe Kumori. Pueblo de Sahir, os presento a la princesa Conii.
Un aplauso llenó el salón. Unos cuantos comentaban en silencio a la princesa Conii, pero callaron en cuanto el rey comenzó a hablar nuevamente.
-¡Que empiece el baile!
Un vals comenzó a sonar en la habitación, y los invitados hicieron una pista de baile para que alguna pareja comenzara a bailar. Nadie se ofrecía, ni siquiera Conii quiso salir. Mizuno tomó a su hermano del brazo y lo sacó a bailar.
-¡¿Qué haces?! -le susurró sorprendido.
-Vamos, sígueme, mírame a los ojos y empieza -Mizuno comenzó a bailar y su hermano trataba de seguir sus pasos, mas bien, de adivinarlos. Pero al fin y al cabo lo logró- Mírame a mi, no a los pies. Un, dos, tres... Lo haces bien, Kikoyu.
Sus pasos crecían hasta que Kikoyu tomó el ritmo a la situación y comenzaron a bailar espléndidamente. Conii tomó a Kumori y ellos también salieron. Así fueron saliendo de a parejas, hasta que habían unas diez en la pista. Termina el primero y es momento de cambiar a su pareja para empezar con el segundo. Kumori logró quedar con Mizuno.
-Mizuno, ¿harías algo por mí? -susurró a su oído, Kumori- Por favor, quiero que a la media noche vayas hacia la pérgola. Necesito hablar contigo.
-Pero, mi señor, yo no...
-Por favor...
La miró con ojos suplicantes y Mizuno retiró al vista, con mucha seriedad. Se sintió un poco decepcionado. Al término del vals, Mizuno se le acercó y le dijo levemente:
-Lo espero...


Kikoyu observaba atentamente todos los movimientos de Kumori sobre su hermana. Por ahora no pasaba nada fuera de lo normal
-¿Te encuentras bien?
Esa voz lo sacó de su vigilia. Miró a Magdalena, con quien estaba bailando. Había salido con Arturo. Se veía un poco mayor que su hermana, pero no más que él.
-Sí...
-Aquella joven a quien miras tanto, ¿Es tu novia?
-No, es mi hermana...
-Entonces no tienes de que preocuparte, no le hará nada.
Lo miró a los ojos y sonrió con una cara de “concéntrate” y eso era lo que debía hacer, bailar bien. Ya lo había hecho una vez, podía otra.
-Lo lamento, princesa.
Magdalena se acercó un poco más a él, lo que hizo que se pusiera nervioso, pero debía bailar. Se sintió como un tonto bailando ahí, pero bailaron maravillosamente.


Helena vio la manera de bailar de su hijo cuando tomó a aquella muchacha. Algo extraño sucedía con él y quería saberlo. Alguna manera, en el próximo vals, bailaría con él.
-Hijo mío...
-Madre, ¿Acepta bailar conmigo?
Ella sonrió y aceptó gustosa.
-Vi como mirabas a aquella joven.
-¿Joven?... ¿Qué joven?
Helena lo miró a los ojos. Kumori sabía que hablaba pero siguió con su pequeño engaño, pero ella lo inquietaba hasta tal punto que su nerviosismo lo delató. Odiaba que le hicieran eso.
-No sucede nada con ella...
Lo seguía mirando. Esa mirada cambiaba a cada instante. Cada vez se hacía más intrigante. Sabía que algo escondía y lo descubriría. Después de todo, era su deber de madre.
-Planee un encuentro...
-¡Ah!, Me parece fabuloso, pero no muy correcto de tu parte. Recuerda que estás comprometido...
-Con aquella odiosa de Conii, si lo sé -dijo un poco molesto completando la oración.
-¿Cuándo será?
-Hoy mismo, a la medianoche...
-Pues queda muy poco. Te digo hijo mío, no vayas. Puede ser muy peligroso. Hazlo por mí, tu madre.
Kumori la miró. Su mirada intrigante había cambiado. Se había emblandecido de manera suplicante. Kumori apartó la vista. Helena se rindió, pero sabía que su hijo lo pensaría mejor antes de ir. Lo sabía...
Terminó aquel vals y la música para bailar se detuvo. Seguiría de fondo para que la gente pudiera seguir conversando. Helena fue hacia su marido, el rey. Se sentó a su lado y comenzaron a conversar sobre la noche.
El reloj dio las doce con fuertes campanadas desde la iglesia. No muchos lo notaron, pero Helena se puso a mirar por el salón mientras escuchaba a Clyde.
-Querida, ¿Te sucede algo?
-No, no es nada amor, te escucho...
Siguió conversando y cerca de unos cinco minutos después vio como su hijo salía sigilosamente del salón. Se dio por respondida a su petición.


Kikoyu conversaba con Alejandra. Trataba saber algo mas sobre el castillo y los que lo habitaban. Miró hacia la puerta y vio cómo Mizuno salía apurada del salón.
“Debe de estar aburrida” pensó rápidamente. Iba a salir en su búsqueda pero decidió que más adelante la iría a ver a su habitación.


El patio estaba vacío, excepto por los soldados que hacían ronda por los alrededores y por encima del muro. Mizuno se sacó aquellos zapatos. Ya no aguantaba más aquellos tacones. Sus pies estaban desechos.
Se sentó un momento en el pasto y miró hacia el cielo. Estaba totalmente despejado y la luz de la luna llena bañaba el jardín. Era la única luz que había en el jardín. Se oían las voces y la música que se tocaba dentro del castillo. Esperaba que no la hubiesen visto salir.
Caminó descalza hacia la pérgola. Ya ahí vio que no había nadie, a pesar de que ya se había pasado bastante en el tiempo. Agachó la cabeza, y al alzarla, un clavel blanco se puso frente a ella. Sonrió y dio media vuelta. Ahí se encontró de nuevo con aquellos ojos castaños. Sintió que una mano la tomaba suavemente por la cintura. Sin apartar la vista dijo en voz baja:
-Mi señor... -no pudo continuar. El índice de Kumori tapó sus labios
-Sólo dime Kumori...
No alcanzó a decir ni media palabra más cuando sintió que sus labios se unían con los suyos en un tierno beso.
Ella sabía que debía parar todo esto, pero no podía evitar aquello que ocurría, aquel beso era inevitable, pero sí terminable. Lentamente se fue apartando de Kumori.
-Kumori... esto, es imposible -dijo mirando su clavel. Él calló. Ella sabía que lo que decía era cierto y esperaba por irse pero sentía que no podía moverse. Se sentía muy tensa. Kumori la tomó de las manos y le levantó su cara.
-No importa... Mizuno, nada es imposible...
Mizuno ya sentía que volvería a ocurrir pero antes de hacer algo, tomó los zapatos y salió corriendo del lugar. Kumori se quedó sólo observando como se alejaba. Miró hacia el cielo, como agradeciendo a las estrellas por lo ocurrido.
Ella se detuvo en el pasillo que la conducía hacia el salón y recordó el clavel que llevaba en las manos. Sonrió. Dio media vuelta para llevarlo a su habitación. Alzó la vista al cielo. También agradeció.


Kikoyu vio que Kumori entraba por la puerta del salón. Pero, ¿No era que su hermana también había salido? Mejor sería ir a verla.
Caminaba apresurado por los pasillos hacia su habitación y se tropezó con ella.
-¿Dónde estabas?
Mizuno, radiante como recién despertando dijo con toda serenidad:
-Me dolía la cabeza y fui a recostarme un momento.
-Pero...
-Me siento mucho mejor. -lo interrumpió- ¿Vamos? Tengo un poco de hambre.
Acto seguido salió caminando por el pasillo con paso firme. Kikoyu no lo comprendía muy bien, pero la siguió corriendo.


Conii buscaba a Kumori desde hacía un rato. ¿Dónde estaría ese hombre?, ¿Cómo podía dejarla sola en su fiesta de compromiso? Le daría una reprimenda cuando lo encontrara. Lo vio entrando con una sonrisa en su rostro, medio perdido en las nubes como era de costumbre. Se acercó a su lado y le dio un golpe en el brazo.
-¿Eh? -dijo, aún perdido
-¿Por qué me dejaste sola, tonto? Me tenías preocupada
-Y tu, aburrido.. -dijo en un murmullo
-¿Qué has dicho?
-Nada, fui a dar un paseo, eso es todo.
Notó que Mizuno entraba con su hermano al salón. ¿También habían salido? Que extraño era todo esto. Pero dejó de preocuparse. Tomó a Kumori del brazo y lo llevó hasta el trono.


Clyde conversaba con Nicolás sobre la boda. Reían pensando en sus futuros nietos. Helena también era partícipe de la conversación junto con Clarisse quienes los escuchaban con mucha atención. Clarisse tenía un pequeño resentimiento hacia Helena. Ella sabía claramente que su marido y ella habían sido algo más que amigos en aquella época y temía por algo que pudiese pasar ahora que se reencontraron.
Se echaban unas miradas celosas de vez en cuando, pero nada más. Clarisse se apegó más a su marido e, interrumpiendo la conversación, le dijo a los reyes:
-Señores, por favor, ya es tarde. Mi marido y yo debemos retirarnos a descansar a nuestras habitaciones.
-Pero, ve tu, querida mía. Yo me quedaré conversando con Clyde un rato más.
-No, amor. Debemos retirarnos -dijo poniendo una voz más exigente. Nicolás la quedó mirado y en sus ojos vio como la impaciencia invadía a su esposa.
-Bueno, mañana seguiremos conversando un rato más antes de nuestra partida. Muy buenas noches, Clyde. Hasta mañana, Helena -se despidió, besándole la mano como todo un caballero.
Con una reverencia, Helena sonrió a Nicolás. Clyde estrechó su mano y besó la de Clarisse para despedirse.
-Querido, es hora de retirarnos nosotros también.
Clyde la miró. La besó con ternura en la frente. Ordenó que la música se detuviera y dio al pueblo una despedida general. A su paso, la gente se reverenciaba a sus pies en señal de respeto. Conii iba detrás del brazo de Kumori, quien echó una mirada cómplice a Mizuno. Ella sólo hizo una reverencia.


Kikoyu no podía dormir. Estaba preocupado. Sabía que algo había sucedido pero no sabía que. Miró a Mizuno, la cual dormía con una sonrisa en su rostro. La contemplaba tratando de descifrar algo en aquella sonrisa misteriosa.
Comenzó a recordar los hechos. Vio que Mizuno salía muy sigilosamente del salón poco después de la medianoche. Cerca de la una, Kumori volvía al salón, relajado, sonriente. Salió para ver a su hermana, quien volvía al salón en las mismas condiciones. ¿Acaso no sería...
“No, Kikoyu, no debes pensar en eso. Es imposible” Su mirada se dirigió hacia su hermana. Esa sonrisa...
Si, era imposible... o al menos eso quería creer.

Texto agregado el 20-12-2006, y leído por 217 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-12-2006 Buen capítulo atrapante e interesante sigo... josef
21-12-2006 La primera parte no la leí, pero esta está muy atrapante, avísame para la próxima. OMENIA
20-12-2006 Pues la novela va muy bien, cuida el tiempo verbal, en algunas oraciones mezclas el presente con el pretèrito, me gusta como va desarrollàndose esta novela rosa. doctora
 
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