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Estacioné el automóvil a media cuadra del condominio donde debía dar los sagrados ritos esa mañana, no me gusta dejar un vehículo tan ostentoso frente al lugar donde se supone debo cumplir mi santa profesión.
La calle estaba húmeda y el hedor de la basura tirada por los perros vagos durante la noche, me hirió las fosas nasales como afilados estiletes que horadaban mi sentido olfativo. Aún no salía el sol, apenas comenzaba a clarear y a encenderse algunas luces en las ventanas de las colmenas humanas que rodeaban, mientras las de la calle se apagaban.

Esto de trabajar sin horarios fijos me consume la vida; nunca puedo planificar nada, ya que el Cardenal siempre llama a última hora para asignarme una labor, o para solucionar alguna embarrada dejada por algún nuevo vicario de la parroquia. En la Parroquia trabajo en el departamento de excomuniones, un tema muy delicado del cual nos encargamos solo unos pocos.

Siempre visto elegantemente; en este trabajo no se puede andar con cualquier ropa, especialmente si se debe atender personas muy importantes para el Cardenal. Claro, si él me llama personalmente y no a través de su secretario, es porque el feligrés es alguien especial y requiere de mis finos y santos oficios. Esto es como un arte y llevo más de 20 años sin tener quejas de mis santas labores.
Mi primera excomunión la realicé a los 15 años, el tío Rufino me dejó hacerla porque consideró que, viniendo yo de una familia tan devota; ya estaba preparado para ello y me sobraba virtud como vocación para este tipo de servicios.

Aún recuerdo ese sublime y exquisito momento; contuve la respiración por un instante mientras deslizaba mi dedo por el gatillo, sin dejar de seguir al feligrés por la mira telescópica, y como por obra divina; tras sentir el breve temblor del rifle de alta potencia que exhaló como un suspiro, la blanca camisa se tornó roja como un prado de rosas. Un verdadero éxtasis, más que cualquier vulgar orgasmo; porque esto es un arte, y como tal tiene su poesía. No es cosa de presionar el gatillo así como quien tira de un cerrojo, esto es una ciencia pura y exacta, donde la precisión y sutileza debe estar acorde a un ritmo.

Todos los novicios comenzamos con lo mismo; un rifle de largo alcance con mira telescópica. Con el tiempo y la experiencia, cada vez vamos disminuyendo el tamaño de nuestras herramientas de trabajo, hasta llegar a el crucifijo (como llamamos a la daga), ya que el uso de esta requiere acercarse mucho al feligrés y para eso hay que ser muy delicado profesionalmente, con mucha fe y arte. Yo por ejemplo, soy el único de mi promoción que debuté con una 9 milímetros en menos de un año de monasterio.

Fue tan comentada esa excomunión que el Cardenal me envió de regalo un par de Walter PPK 99 alemanas, bendecidas por él mismo, empavonadas en negro, iguales a las que usa james Bond. Todos me decían que ahora me convertiría en su clérigo doble cero con licencia para excomulgar, parodiándome con 007 que usaba esa arma.
Me las mandó con un vicario ya que es un hombre muy ocupado y nunca se presenta personalmente ante nosotros, siempre se contacta por teléfono, por lo que a veces me siento como una de esas tipas de la serie Los Ángeles de Charlie; claro que en mi caso sería más un ángel de la muerte que otra cosa, aunque en realidad soy una ángel… el de la eterna salvación, redención y redhibición.

Ya es hora de preparar el altar para la eucaristía, solo falta el feligrés de turno para completar los ritos de esta santa homilía sin sacristanes ni clérigos. (Siempre he pensado que si lo mío se pudiera hacer en público, me aplaudirían de pie hasta que se les acalambraran las manos).
A ver ahora… pasemos lista; Crucifijo limpio y afilado, capilla protegida de curiosos matutinos, punto de confesión ubicado, vías de ascensión despejadas y lo más importante: zapatos bien lustrados. Si, bien lustrados; porque es lo último que verá el excomulgado cuando esté desangrándose en el suelo. Tiene que saber que quien lo excomulgó es un tipo pulcro y cuidadoso de su aspecto y no cualquier matarife de segunda.

Humm… esto ya no me está gustando, viene atrasada. Supuestamente según lo que me indicaron, sale de su domicilio a las 7:20 para llegar a tiempo a su destino. Son las 7:28 y no percibo ninguna señal que me indique su cercanía, Espero que justo hoy no haya pedido permiso o enfermado, sería muy mal visto que en este encargo Mr. Murphy ande paseando por el vecindario y me joda todo el montaje para este sublime rito.
Porque este es un feligrés especial según lo indicó expresamente el Cardenal; -“Debes tratar esta excomunión con guantes de seda y que no sufra, por eso te lo encargo a ti”.-

¡Ya viene! Siento el rumor del elevador bajando… -“Cinco pisos te separan del cielo… ni cuenta te vas a dar de lo rápido o lento que se puede morir cuando te excomulga el Abate”-
Las puertas se abren casi en cámara lenta, como si fueran cómplices de lo que ocurre; veo como se asoma la punta de un zapato y algo parecido a un bolso de mano, el aroma a la colonia que usa me pega de lleno en la cara y lo encuentro muy sutil para esta tipa. Ni modo, ahora está a un par de metros y escucho sus pasos presurosos, -“Parece que salió atrasada, típico de mujer”- se acerca a mi encuentro.
Con la mano derecha aferro firmemente el crucifijo a la espalda, mientras doy el paso decisivo como un Pass de Deux de ballet, para darle el último rito. Me coloco a su espalda rápida y sutilmente agarrándola por el cuello para evitar que grite y me quedo ahí petrificado.

Esta es sin duda una mala jugada del Cardenal para averiguar si soy firme a mis convicciones. Recuerdo claramente que cuando hice mis votos nunca excomulgaría a niños ni jóvenes; merecen una oportunidad de arreglar sus errores. Le asesto un rápido golpe en la nuca y me alejo presuroso de ese lugar donde casi cometo un sacrilegio a mi regla, corro y corro como alma que lleva el diablo con los ojos casi cerrados, para que el sol que está asomándose, no haga brillar las lágrimas que se deslizan por mis mejillas expiando mi culpa.
Arranco el auto y me marcho calmadamente sin llamar la atención pensando en irme lejos, tan lejos que no me encuentre ni el mismo Papa. Y al pasar frente al edificio del que salí huyendo, la veo ahí, tirada en el suelo; mientras la brisa matutina juguetea con su falda, la cuidada cabellera y desordena las hojas y cuadernos repartidos por el suelo.

“hoy te salvaste niña, pero no se si mañana lograrás llegar al colegio”

Texto agregado el 21-12-2006, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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