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El Sol arreciaba justiciero sobre sus cabezas, un calor insoportable brotaba del suelo árido y tan sólo una pequeña sombra les permitía a Kele y su hermano cobijarse con considerado agradecimiento. Erguidos con la cabeza alta oteaban la visualidad que la naturaleza había optado por regalarles, rodeados de matojos aquí y allá, con alguna que otra zona de vegetación relativamente espesa. Aunque no era una zona especialmente húmeda ni boscosa, pero no carecía de cierta belleza. Su pueblo, al menos, agradecía estos dones que se le habían concedido. Un viejo árbol de ramas no muy secas extendía sus brazo mayor sobre la cabeza de Kele de casi dos metros de alto y piel azabache, delgado pero atlético y en forma; una ramificación algo más pequeña pero bien cubierta de hojas protegía al pequeño Ula. Habían salido a cazar, pronto no tardarían en echarle el ojo a algún animal o fiera que les proporcionara alimento, ya se habían encomendado a los dioses y ahora solamente les quedaba esperar, apenas llevaban un día allí sin moverse. Sintieron el ruido desconfiado de un animal relativamente grande, se acercaba por sus espaldas, sigiloso y cauto, pero con intención agresiva. La ablepsia de los hermanos les impidió saber a ciencia cierta de que animal podía tratarse, pero las posibilidades se iban reduciendo paulatinamente conforme sentían las pisadas acercarse. Cuando tan sólo faltaban unos metros para ser alcanzados por la bestia, Kele lanzó a Ula hacía un lado adivinando que se trataba de una leona casi tan hambrienta como ellos. Fue en ese mismo momento que la fiera se había abalanzado sobre ellos arañando el vacío con sus garras y emitiendo un rugido leve de frustración. Ula subió al árbol que antes le cobijaba y empezó a golpear con una rama seca de forma insidiosa al animal con intención de distraerlo y permitir un ataque sin riesgo a su hermano. Al tiempo que las fauces de la leona atrapaban el palo que blandía Ula, también fue su carne la que mordió la afilada punta de la lanza de Kele. Fue un ataque certero que se hundió en el costado del animal. La leona se giró lentamente, ya meditabunda, y se desplomó con un ruido sordo sobre el suelo. Ula se apresuró a bajar del árbol. Prepararon las cuerdas y el palo para transportar el animal hasta el pueblo. Se miraron cómplices de la hazaña y sonrieron orgullosos.

Cuando llegaron al poblado, apenas sí fueron recibidos con dicha o halagos. En cambio, una mirada triste y unas cabezas gachas apuntaban a que alguna mala noticia aguardaba a los hermanos. Depositaron el cadáver del animal en una losa pulida que había a la entrada de su chabola de adobe y, por un momento, el deseo de dar media vuelta y regresar por donde habían venido se hizo muy fuerte, el presentimiento de lo que veían acercarse oprimía sus corazones con fuerza. Su madre estaba aguardándoles a la entrada del hogar. En el interior una sola estancia, amplia y oscura, con algunos objetos colgados y colocados allí y allá. Sus miradas volaron del amargo rostro de su madre, apagado y lleno de arrugas de dolor, al cuerpo de su padre, que yacía postrado en el centro de la sala sobre unas mantas y con los brazos extendidos a los costados. Kele y Ula se abalanzaron con un movimiento repentino, como si imitaran el ataque que horas antes habían evitado. Se arrodillaron junto al fallecido y lloraron su muerte. Ahora sabían que una de sus dos almas había muerto, Bio-Maw, aquella que se va junto con la vida que sostiene los cuerpos. Pero su alma eterna, Teme, eran conscientes seguía allí con ellos, desligada de aquel cuerpo inerme y convertida en sombra. Todos sabían que debían evitar pisar esa sombra, pues podría atacarles el alma. Así que cautos miraban a su alrededor, la presencia de los antepasados podría ser beneficiosa pero también muy perjudicial. Al caer la tarde honraron a su padre con fuego y sus cenizas volaron mezclándose con el suelo, las hojas... el lugar quedó impregnado de un olor seco a carne quemada y pronto decidieron celebrar la despedida con un festín a costa de la leona que cazaran. Fue en ese despiste que Ula, aún algo ignorante en su juventud, posó su pie sobre la sombra. Desconocían si era la de su fallecido padre o la de Uwolo, el anciano loco que murió dos meses atrás. Pronto lo supieron, pues aunque la sombra tiene cierta autonomía, la esencia que la Bio-Maw deja impresa en la Teme puede definir el carácter de la sombra. La Teme de Uwolo aún se encontraba en el poblado, algunos ratificaban haberla visto pegada a las paredes o bailando entre las llamas de las hogueras nocturnas. Así fue que Ula fue atacado en su más profundo ser interior y enfermó. Durante el tiempo que su hermano estuvo postrado, Kele estuvo a su lado contándole historias y narrándole el día a día de las gentes del pueblo para que sintiera que la vida seguía caminando y Ula no sintiera la tristeza que le rodeaba. Le contó de Nayewa, la nulípara que por fin había encontrado entre los vecinos a un buen esposo que la dejara en cinta; le habló de las expediciones de Umbotte y del pomar que decía haber encontrado en el centro mismo de un lugar al que solamente él podía llegar...

Ula se encontraba febril y en un estado delicado del que pocos sobrevivían. Kele había pensado acercarse a la ciudad más cercana, pero le llevaría varios días y no creía llegar a tiempo. Una noche, mientras dormía junto a su hermano, Kele soñó con su padre y este le dijo que Ula se salvaría. Le recordó las tradiciones y cultura de su pueblo, justo terminó de hablar, Kele despertó sobresaltado sabiendo lo que debía hacer. Tomó el cuerpo de su hermano y lo sacó fuera de la choza. Lo depositó en la losa que días antes ocupara el fruto de su caza y lo desnudó. Entonces lavó con agua y limpió con humo el moribundo cuerpo, luego imploró a Obatalá, creador de la Humanidad. Entonces se introdujo de nuevo en la cabaña, trajo consigo un poco de agua y un trozo de carne de leona y los depositó en el suelo junto a su hermano. Dejó que las estrellas bañaran con su luz el cuerpo de Ula. Mientras Kele aguardaba la mañana en el interior. Al amanecer fue el joven quien despertó a su hermano mayor.

- He vuelto – dijo con cierto aspecto de confusión.
- ¿De dónde? – preguntó inquieto Kele.
- De la muerte a la que Uwolo me arrastraba, lo vi mientras me tiraba del brazo.
- Ahora ya estás a salvo. – Kele sonreía agradecido.
- Sí... padre me trajo, después de hablar contigo. – Se miraron y se abrazaron.

Ese mismo día volvieron a celebrar con grandes cestos de manzanas que Umbotte decía haber recogido de un pomar secreto. Nadie dijo nada, pero todos pensaron en algo al unísono.

- ¿En África crecen manzanas?

Un murmullo en forma de carcajada se extendió fuera de las lindes del poblado. Algunos animalillos se vieron espantados. Otros se acercaron curiosos por entre la maleza. Una sombra se pegó a la pared ofuscada y embargada por la locura. Abismada de nuevo en la oscuridad. A lo lejos un rastro de las manzanas europeas que aquel camión dejara a su paso por aquellas tierras incivilizadas.

Extraído del libro "Senderos de Mitología Olvidada" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 26-12-2006, y leído por 70 visitantes. (1 voto)


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