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Es la época de la desesperación, la temporada de la frustración, la disminución, del hastío.
Todo parece lo mismo. Lo familiar se disfraza como desconocido. Lo desconocido se pierde en la oscuridad. Es díficil despertar interés en estos días. Hay millones de almas alrededor de todo. Estamos nosotros y están ellos, no somos nadie. Comemos del mismo hueso, roemos la misma calavera. Estamos todos contra todos. Nos arrojamos palabras, mierda y aire caliente. Estamos aquí, no estamos en ningún lado. Nuestra ropa no se seca al sol. Olemos mal. Los días son un pozo séptico bajo el calor. No hay emoción, ni locura, ni una línea morada. Los ventiladores no soplan. La esperanza se acaba. Nuestra vista es mala, en nuestra boca hieden las muelas podridas. Hemos descubierto cómo olernos de habitación a habitación, de asiento de bus a un baño público.
Las cosas no han cambiado, todo ha cambiado. Las mejores bandas son noruegas. No hay sombra en el globo. La ropa en los aparadores está llena de polillas, las calles de botellas vacías. Cuartos atestados con hombres sudorosos. Han institucionalizado el asco, la repulsión, la crema dental. Puedo ver pasillos largos donde retumban el eco de los pasos. Un hospital para alucinaciones con un patio hermoso y un jardín florido. Hay una enfermera corriendo, ratas en el techo, un salón gigante con una línea interminable de camas. Todos estamos ahí. Las sábanas sin cambiar nos producen urticaria, la misma posición nos ha cubierto de llagas. Sostenemos conversaciones con el cielorraso. Alguien, quizás una de las enfermeras, ha pegado estrellas que brillan en la oscuridad. Se ha levantado el hambre, la han puesto a dormir con jeringas, con charlas de lo que pasa afuera. El calor no se larga, se pega en la piel y pasa al otro lado. Nos hemos orinado en la cama.
Las medidas se han ido al diablo, no existen tenedores ni cuencos. Hay una mano que nos alimenta, una mano en forma de cuchara. Tropezamos con frecuencia. Nos pelamos el alma, nos desollamos los recuerdos de cuando estábamos afuera. De cuando había sol al otro lado de las paredes. Las bombas, un poco de lentejas. Hay gritos en el otro lado, ya es de noche. Hay luna llena. Ella suele decir que la luna excita a las batas y las hace soplar en contra del viento. Cuando se acerca a mover las frazadas o a poner una cucharada amarga en la boca de alguno, todos abrimos los oídos. Cuando ella se va todos nos reunimos. Debajo de la escalera hay un pasaje al sótano del que nadie sabe. Fumamos el aire, nos masturbamos la orina, contamos las moscas que han muerto del frío.
Lo hemos logrado. Combinamos el hambre con las cuerdas del patio, la ropa con el barro de las pisadas en el baño, el agua fría de las duchas a medianoche con la sonrisa de ella, que murmura sin darse cuenta. Hemos hecho planes y los hemos destruido con saña. Mi amigo y yo sabemos cuál es la única manera. Hacemos largas filas, nos movemos despacio, ignoramos las órdenes, sorbemos los castigos. Planeamos una fuga.

Texto agregado el 28-12-2006, y leído por 255 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-06-2007 sí, soy partidaria de que tenemos que planear un fuga...me ha gustado mucho su agilidad y todo en torrente, me gusta. Vine casualmente y qué bien, kisses gratamente sorprendidos, youtoo tooyou
17-01-2007 Y cuando logramos huir queremos volver... una descripción, en todo caso, de lo que se vive... pero, al mismo tiempo, si cuando estamos fuera recordamos, y luego queremos huir.. tal vez sea que no es tan malo, a pesar de todo. La vida no permite fugas, ni de cerebros: los costos son altos, son los que describís tan bien. Creo que al fin, reconocerlo es un modo de querer revertirlo. ***** cromascape1963
02-01-2007 una manera de ver la vida. Enrriquetta
 
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