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La carretera

Atrás queda la última estación de gasolina. Nuevamente, frente a sus ojos, la carretera se extiende, recta, interminable, desierta.

Hace días que está manejando, casi sin parar, deteniéndose sólo para cargar comubustible, tomar un café y comer un sandwich, que casi nunca termina. Pero no siente hambre, ni cansancio. Hace tiempo que dejó de sentir, tanto que ya ni se acuerda.

El cielo está cubierto de nubes, promesas de una lluvia que no llega. Lo tiñe una luz gris, monótona y opaca. El resto del paisaje, todo ocre, polvo y viento.
Sólo su auto agrega una nota de color a la carretera, su auto y la línea blanca, imperturbable, constante, como una flecha lanzada hacia un futuro incierto.

Su mente se evade, tal vez producto del aburrimiento y de la monotonía del paisaje repetido hasta el infinito. Evoca en su memoria otros viajes, personas y lugares conocidos. Revive otras historias, ya no sabe si propias o ajenas, soñadas o vividas. En ese desorden de ideas incoherentes que preceden al sueño, recuerda también haber leído que las líneas rectas se tornan curvas en el espacio infinito, y que el principio del círculo se encuentra con el fin en un mismo punto, el fin y el principio, del círculo, el principio, en un punto, el principio y el fin…. Palabras, sólo palabras, que fluyen sin sentido….

Sus ojos se han cerrado por un momento, pero despierta y vuelve a concentrarse en el camino. Sabe que debe seguir avanzando, aunque hay momentos en que duda hasta de su propia existencia, tal vez porque ha perdido noción del tiempo, o porque en esta maldita ruta lo abandonó hasta su sombra.

Sin embargo, hay algo que aún conserva, ciertos recuerdos desordenados que se resisten a abandonarlo. No importa cuán rápido viaje o cuán lejos llegue.
Hay algo más que también conserva, aunque ya no sabe muy bien por qué, es esa pistola que está sobre el asiento, a su lado. Algo lo mantiene unido a ella. Varias veces intentó arrojarla del auto y no pudo hacerlo, algo en ese arma parece tener un extraño poder sobre él, tanto que le es difícil apartar la mirada y concentrarse en la carretera. Tal vez sea el brillo del acero, o esa extraña figura tallada en la empuñadura de madera, el símbolo enigmático de una serpiente mordiendo su cola.

Intenta encender la radio, necesita distraerse para que deje de aturdirlo el eco de esos gritos incoherentes que retumban en su mente. Es inútil, no funciona, parece estar condenado a esta soledad y su silencio.

Está oscureciendo, pero no quiere detenerse. Difícilmente resistirá otra noche sin dormir, aunque debe intentarlo. La sola idea de quedar atrapado nuevamente en esos sueños terribles le da fuerzas para seguir manejando, huyendo.

Las primeras luces del día lo sorprenden aferrado al volante, aún despierto.
Un cartel oxidado anuncia el próximo pueblo. No puede decir con certeza si esas manchas oscuras alguna vez fueron letras. Algo evocan esos signos desordenados en su mente, algo que también estaba en sus sueños. Pero todo es ya demasiado confuso, las noches sin dormir le están pasando la cuenta.

Al llegar a la estación de gasolina, se detiene y baja del auto. En ese momento, ve la figura de un hombre, de espaldas, en el bar de la estación. Se escuchan gritos de niños y el llanto de una mujer suplicando. La figura que estaba de espaldas sale del bar y se aleja corriendo.

Sin darse tiempo a pensar, vuelve al auto y toma la pistola que lleva en el asiento. Una sensación extraña se apodera de él al contacto con el arma, no sabe por qué, simplemente obedece. Corre hacia el bar, empuñando la pistola y gritando. La figura que huía se queda inmóvil en la distancia.

Al llegar al lugar, se asoma y contempla la escena. Hay un hombre herido, tendido en el suelo, y una mujer a su lado que parece estar muerta. Otra mujer, más joven, de rodillas, rodea con sus brazos a dos niños pequeños.
Siente su mano húmeda en la empuñadura del arma, y el sudor helado cubriendo su frente. Está allí, de pie, inmóvil, enfrentando sus más horribles pesadillas, pero ahora despierto.

El horror le cierra la garganta, cortándole la respiración, quiere gritar, y correr… correr… tratar de escapar, pero sus piernas no responden, su cuerpo ya no le obedece.

En ese momento, la mujer joven levanta la vista, lo mira a los ojos y lanza un grito desesperado.

Entonces, en una reacción incontrolable, él apunta con la pistola y le dispara, certeramente, en la frente. La mujer cae en medio de los gritos de los niños. Enceguecido, completamente enajenado, continúa disparando, acertando en cada blanco viviente. Finalmente, deja caer el arma, pero continúa allí, sin poder moverse.

Al oír los disparos, la figura que se había detenido en plena carrera, regresa al bar. Su silueta es aún borrosa en la distancia. Al llegar, se inclina y toma la pistola, que parece ajustarse perfectamente a su mano. Se pone de pie, diciendo con voz vacía:

- “Gracias por traerla. Veo que no lograste escapar”.
- “Sólo seguí la carretera” .
- “Claro, y te trajo de vuelta.”

En ese momento, la figura, aún con la pistola en sus manos, levanta la cara y el condenado contempla, frente a frente, su propio rostro, como un espejo.

Atrás queda la última estación de gasolina …..

Texto agregado el 29-12-2006, y leído por 446 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-11-2009 Excelente narración circular que atrapa al lector. deletreando
22-09-2008 Coincido en un todo con otros comentaristas: excelente hallazgo !!! cemar
05-10-2007 Este cuento fue como pasar a "la dimensión desconocida". Que extraño, ahora ya no sé si lo leí hoy o ayer o en otra vida... (ve lo que provocas en tus lectores). goruzedri
24-02-2007 Excelente guión para un corto metraje. NeweN
22-01-2007 Wuau, muy buen trabajo, una joyita, una historia de suspenso y de superposiciones temporales sumamente atractivas, en si me recordo mucho mucho a David Lynch con carretera perdida o la ambientación que percibí para mi al menos como de Twin Peacks ... muy rewena la cosa ... Athelstane
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