El paisaje era abigarrado, las más diversas tonalidades diseñadas por la sabia creación componían una sinfonía de furiosos colores que era mecida por una infinidad de ecos dignos de una obra de Wagner y que dilapidaba el viento. Una especie de tormenta furiosa parecía arrancar de cuajo esas preciosas iridiscencias de la paleta de la naturaleza para mezclarlas entre sí o destrozarlas en múltiples centelleos y el rojo, por ejemplo, salía despedido con todos sus matices para estrellarse en las canteras y luego como marea que embate en sentido contrario, el verde y sus diversas tonalidades, se deshacía en pequeñas filigranas que adquirían autonomía y se difuminaban en el cobrizo altar de la tarde. El cielo fulguraba de brillos indescriptibles, enmudeciendo a las aves que cruzaban raudas con el terror infiltrándose entre sus tenues plumajes. Esa alucinante conmoción no tendió a apaciguarse hasta que un sonido finísimo igual al de una flauta dulce pero que hería los sentidos, se repitió tres veces. Entonces el réferi levantó sus brazos y dio por terminada la brega con un justificado cero a cero para ambas escuadras…