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COSA DE MADRES


Hace mucho tiempo que no veo a Lely, me parece raro, desde que me acuerdo hemos pasado todas las tardes juntos, jugando a las escondidas, a la mancha; explorando las calles polvorientas buscando piedras raras, o bien piedras para pulirlas y jugar a la payana; enseñándole a jugar a la payana; corriendo a la gallina ciega que tiene en su patio, separada de las otras gallinas para que no la maten porque además de ciega es medio tonta; arrancando ramas del sauce llorón que nos da la sombra protectora del verano para inventar la aventura cada día.
Hace un montón de días que no la veo, extraño su compañía, me aburro mucho acá solo, la miro a mamá y me sale solo,

¿puedo ir a buscar a Lely?

No, no podés, Lely está en penitencia.

¿Por qué?

No sé, Héctor, no sé.
Me asomo por el patio de atrás, y nada, no veo a nadie.
Mamá dice que está en penitencia, cómo puede ser, si es más buena… hace todo lo que su mamá le dice, a veces nos juntamos con los chicos de la otra cuadra y doña Elsa sale al portoncito y empieza a los gritos, Lely, Lely, y ella sale corriendo como un rayo, se mete rapidito para adentro y ni siquiera nos saluda, ¡a mi me da una bronca!, al menos que la deje jugar un rato más. Pero, no, la llama para que se quede adentro encerrada; ¿para qué?, si es verano, no hay clases y no tenemos deberes.
Tengo una tristeza… No hago más que acordarme cuando el otro día yo había agarrado un bicho verde asqueroso, como un gusano pero enorme, lo agarré con un palito, Lely me miraba asombrada, no lo podía creer, creo que pensó que yo era una especie de valiente o qué se yo, me acuerdo de su mirada curiosa, llena de admiración y con una repugnancia retorcida en los labios, no sé, me sentí especial, me agrandé, le pedí un cuchillo, que enseguida fue a buscar. Lo puso en el piso, al lado del gusano y me clavó sus enormes ojos verdes interrogantes, nunca me había dado cuenta del color que tienen sus ojos: miel transparente, reflejos verdes, sobresaltaron como dos gigantes en esa carita de nena flaquita, insignificante, con orejas abiertas y pelo mal cortado. Entonces, agarré el cuchillo y me hice el fuerte preparándome para clavárselo al repulsivo monstruo verde, un gesto de aprehensión de Lely hizo frenarme,

¿Sabés?, si no fuera un cuchillo para comer, lo usaría para cortarlo en rodajitas.

Pero, es un cuchillo para comer.

Sí, una lástima, me gustaría aplastar este bicho inmundo.

Se hizo un silencio cargado de emociones, un silencio; pero no un vacío, un silencio que aturdía, estallaba el silencio. No pude contener el impulso de cortar por la mitad al gusano.

No, no, ¡es un cuchillo para comer!

Tenés razón, hay que buscar algo para reventarlo.

Al final lo destripamos al pobre, tenía un jugo pegajoso como moco en su interior y se retorcía para un lado y para el otro, en verdad que no me acuerdo si usamos el cuchillo o no, lo que me acuerdo es el momento mágico, la conexión que sentimos.
¿Mamá, puedo ir a buscar a Lely?

Ya te dije que no, que los papás no la dejan salir.

Pero, por qué.

No sé, algo habrán hecho ustedes dos por ahí.

Ma, no hicimos nada, de qué hablás, qué decís. Nada, es que yo, no sé nada.
Me acuerdo cuando nuestras mamás se juntaban a la hora de la siesta para coser y charlar o escuchar la novela por la radio, eso era fenomenal, nos íbamos para el fondo, que está abierto y da a un potrero enorme, donde todos los chicos del barrio van a jugar a la pelota, y esta pelado en la cancha, pero con el pasto alto alrededor, muy alto, nos llega a la rodilla o más, está buenísimo, caminábamos y yo la asustaba, le decía, ¡cuidado!, hay una víbora. ¿Dónde?. Se fue por ahí. Y seguíamos caminando restando importancia al supuesto peligro, Lely retomaba la confianza. Corríamos. Cazábamos mariposas, había miles, gritábamos de alegría cuando atrapábamos una, la observábamos con emoción, le pasábamos los dedos por las patitas y sentíamos su aspereza, les tocábamos las alas y se nos quedaba su polvito coloreado en los dedos, la soltábamos y seguíamos corriendo entre los yuyos hasta llegar a la cancha, y de nuevo meterse al yuyal. Maldición. Ya terminó la novela. A casa, nos están llamando para tomar la leche. Habrá que esperar a mañana para seguir divirtiéndonos, ¡uy!, mañana es sábado, papá está en casa, no hay novela, bueno, no importa mañana va a estar bueno, seguro que papá me lleva a pasear a algún lado.
Mamá, ¿puedo llamar a Lely?

No, sigue en penitencia.

¡Ufa!

Andá a jugar con Aldo, la mamá te invitó a tomar la leche.

¡Buenísimo!
No sé, me siento mal, no me parece bueno irme a divertir si Lely está encerrada. Me acuerdo ese día que vino un camión de la municipalidad cargado de cascotes y piedras y entre los hombres de la cuadra lo desparramaron sobre la tierra reseca de la calle, sobre las huellas que quedaron de la última lluvia. Así puede llegar el lechero si llueve. Me explicó mi papá. Pero, lo mejor fue cuando nos dimos cuenta que había unos hermosos trozos de mármol blanco entre el cascoterío. Todos los chicos del barrio nos pusimos a rescatar el mármol de su condena de aplastamiento por ruedas de carros y cascos de caballo. Cada uno se fue con un puñado grande. Nosotros, Lely y yo, nos metimos a su casa, pasamos al patio trasero, en el mismo lugar donde sacrifiqué un bicho para que ella me admirara, me puse a gastar los bordes puntudos de las piedras, cuando eran muy grandes con un martillo las partíamos y así nos pasamos la tarde trabajando en nuestros juegos de piedra de payana.
Esta tarde, pienso en cómo nos reíamos tratando de practicar el juego, y no sé, me da nostalgia. Pero igual voy a ir a lo de Aldo.
Mamá, ¿no le pedís permiso a la mamá de Lely para que juguemos?

No, mirá Héctor, la cosa no pinta bien, la mamá está enojada y parece que tiene que ver con nosotros, mejor dicho con ustedes, Lely y vos.

Pero, ¿qué hicimos?

Héctor, hace unos días, mientras nosotras escuchábamos la novela, ¿fueron al galponcito del fondo?.

No sé, puede ser, a veces vamos a buscar un martillo, o un frasco para meter las mariposas, no me acuerdo.

Pues, doña Elsa dice que ustedes estuvieron mirándose sus sexos.

¿Qué? ni loco le muestro mi pilin a nadie.

Pero, la mamá dice que Lely se lo contó.

No, no y no. Es mentira, Lely está loca, no la quiero ver nunca más.
Estoy en mi cama, llorando y descargando mi furia contra la almohada, la golpeo y no entiendo, cómo le pudo decir a la madre algo así, está loca, la odio, qué va a pensar mi mamá, ¿me creerá?, a mí nunca se me hubiera ocurrido pedirle que se baje la bombacha, ¡mala, es muy mala, la odio, la odio, la odio!
Qué pena que siento, creí que era mi amiga y resulta que inventó semejante historia para que mi mamá pierda la confianza en mí. Qué vergüenza que siento, jamás voy a poder mirarla a la cara, o saludarla, o pedirle prestado su juego de piedras de payana, que era mucho mejor que el mío, y pensar que yo se lo di a ella de puro bueno. Ay, qué rabia, me gustaría ir a pelearla, decirle lo mala que es, pero, tengo mucha vergüenza, nunca más voy a poder decirle nada. ¿Por qué?, Pero, ¿Por qué?, no lo entiendo, lo pasábamos tan bien, ¿qué le pasó a Lely?
¡Héctor!,¡ te busca Aldo para ir a jugar!

Ya voy, mamá, ya voy, decile que me espere un cacho, me voy a lavar la cara y salgo.

Texto agregado el 14-01-2007, y leído por 90 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-01-2007 Muy agradable lectura de una verdades inocente que doblan la esquina del tiempo!!***** terref
 
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