Cada día por las calles,
en cada espalda veo cientos
de cruces y puñales,
pesadas cargas de madera
y gotas secas de sangre
que nadie quiere echar a la hoguera.

Maderas oscuras se arrastran
astillandose por el camino,
se clavan en nuestra carne,
produciendo un ruido horrible,
el crujir de nuestros huesos,
bajo demasiado peso.

¿Que hay de las manos
que apuñalan cuanto encuntran?
¿Que de quien lleva un arma clavada
buscando un nuevo huesped?
¿Que de quien quiere limpiar
sus manos en sangre ajena?

Pudranse las maderas
y las manos traicioneras,
pudranse y desparezcan...
Ojalá pudiera.

He estado pensando
que llevar cruces entre dos
es mejor que caminar solo,
aunque sean el doble de maderas,
las que carguen nuestras espaldas,
pues si me han de crucificar,
quiero morir clavado a ti.