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(...) Cuando captó su mirada de desconcierto ella sonrió con todo el cuerpo. –Sí, ya sé, debés estar pensando de qué planeta bajé. Eso me dice que sos absolutamente porteño, es la reacción típica en esta ciudad cuando alguien trata de mantener una conversación casual o simplemente una mirada con un desconocido. –La verdad me parece un tópico muy profundo para discutirlo en un ascensor, dijo él despectivamente. –OK, te invito a comer pizza, si el delivery no me mintió en diez minutos tiene que estar acá.
El ascensor se detuvo en el quinto piso y Alejandro se encontró desarmado frente a la mirada dulce de Gabriela. Si hubiera tenido por lo menos diez años menos no la dejaría escapar indemne después de semejante propuesta, pero sus instintos de cazador en algún punto se habían dormido y habían cedido lugar al observador paciente de la naturaleza. Y fue gracias a ese entrenamiento adquirido a fuerza de mirar con detenimiento que entendió que el ofrecimiento de ella era simple y directo, sin dobleces, sin segundas intenciones. Farfulló nuevamente una evasiva y se escabulló del ascensor, ella lo atrapó nuevamente por el brazo y le dijo: -Hoy yo me presenté pero vos todavía no me dijiste tu nombre. Él se perdía en la selva que se adivinaba detrás del cafetal de sus ojos. –Alejandro, mi nombre es Alejandro. –Mucho gusto, por si ya te olvidaste soy Gabriela. Ella estrechó su mano, él sintió su liviandad y se descubrió admirando qué pequeña era. Claro que toda Gabriela era mínima, apenas si superaba el metro sesenta y ostentaba una figura delicada aunque nunca podría calificarse como frágil. Por el contrario, irradiaba una energía y una fortaleza abrumadora. –Bueno, que tengas dulces sueños, yo mientras voy a empezar a ordenar el desquicio de mi departamento, chau. Dio media vuelta, cerró la reja y con gesto infantil saludó a medida que iba subiendo. Él suspiró con melancolía y se perdió en su departamento.

Pasó más de una semana antes de que volvieran a encontrarse. Y como si el Destino se hubiera empeñado en jugar a los dados, ocurrió también por azar.
Mientras tanto, el recuerdo de esos viajes compartidos en el elevador se desvaneció totalmente de la conciencia de Alejandro. Incluso cuando el portero lo había saludado el viernes por la mañana le costó trabajo ubicar mentalmente de quién estaba hablando. -¿Vió que bocadito se mudó al séptimo? ¿Bocadito?, buscó en su cabeza hasta que un aroma a cítricos se le filtró por la memoria y el nombre quedó recostado blando e indolente en su lengua: “Gabriela”. Pero la rutina y el trabajo se habían encargado de cubrir esos pequeños instantes con capas más capas de actividades, personas, compromisos y encuentros.


continuará

Texto agregado el 06-03-2003, y leído por 268 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-03-2003 Ah le pusiste después el continuará, jajja ahora si, Ana Cecilia. AnaCecilia
06-03-2003 Bueno le hubiera dado un final más impactante o quizás otra continuación, pero igual es sólo tuyo jajja, saludos, Ana Cecilia. AnaCecilia
 
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