Me desperté esta mañana, 
sin saber muy bien porque, 
rastros de sueños en mis pestañas, 
mientras yacía sin mas, 
frio glacial en las sabanas, 
oscuridad, silencio, nada, 
no hay sol que atraviese mis persianas. 
 
Me desperté, 
y tome conciencia de mi no-ser 
de mi inconsciencia, mi inconsistencia, 
floté onírico sobre mi mismo, 
y mi proyección fue un espejo 
cóncavo autorecluyente. 
 
Y había en su interior 
hoquedades sin fundamento, 
sin función ni gobierno, 
también sombras y masas purulentas 
infecciones en perpetua lucha  
por expandirse y consumirlo todo, 
incluyendose a si mismas, 
en un apocalispis silencioso, 
en una sola tormenta de pensamientos. 
 
A lo anterior se le oponian 
alguna que otra bombilla, 
fotos del pasado, 
y unas cuantas puertas amigas. 
Poco ejercito para tan ardua batalla, 
y a pesar de ello los años 
decantaban a su favor la balanza, 
si es que quedaba alguien que la mirara. 
 
Había también singos de interrogación, 
como garfios clavados,  
colgados de los huesos y la carne, 
observaban la batalla en silencio, 
y con curvadas guadañas 
se llevaban los muertos de ambos bandos. 
 
Había una serie de espacios ordenados 
distribuidos al azar aqui y allá, 
había bolsas y bolsas de recuerdos, 
los malos apestaban, y los buenos, 
con el tiempo se iban pudriendo, 
había dos o tres gotas de sangre de enamorado, 
nadando entre un mar de odios pasados, 
había reglas, metros y mas intrumentos, 
cada uno con diferentes medidas, 
cientos de lentes distintas  
formando un unico aparato, 
agarrando por los pelos el corazón, 
unas pinzas que alguien se había olvidado. 
 
Había, en fin, un cuerpo abierto 
y dentro su alma. 
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