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En un… Bueno, debo admitir que no tengo un inicio clásico para este cuento ya que los cerditos viven en todos lados y podría apostar que si no eres uno de ellos conoces a uno.
Yo hablaré aquí de tres cerditos. De tres niños-cerditos. Uno se llama Juan, otro se llama Mateo y otro se llama Brian. Vivían en casas de madera, paja y ladrillo. Juan vivía en la casa de ladrillo y era muy glotón, Mateo vivía en la casa de madera y Brian vivía en la casa de paja.
Juan era un glotón sin medidas, era gordo y cachetón. Comía como un verdadero cerdo y era muy egoísta. No sabía compartir y no sabía perder.
Mateo era un llorón incontrolable. No sabía enfrentar a los problemas y lloraba por cualquier motivo. Su mamá lo había abandonado porque la tenía cansada.
Brian era un sucio. Nunca se bañaba y de su nariz siempre chorreaba una mucosidad amarillenta y su aroma era sumamente fuerte (no a rosas sino a mugre). Era el más reo de los tres.

Un día llegó al lugar donde ellos vivían un lobo amable y encantador vestido de negro. El lobo era algo histérico en cuanto al orden y a la limpieza y era sumamente irritable.
-Buenas tardes.
El lobo saludó a los cerditos, pero ellos no respondieron. Juan estaba muy ocupado comiendo, Mateo se escondió lloroso y Brian estaba revolcándose en el barro. El lobo se sintió ofendido y se molestó de que nadie le respondiera a su saludo. Pero como era nuevo en el barrio intentó hacer buenas migas con sus vecinos.
-Buenas tardes señor Brian Cerdito. Yo soy el lobo. ¿Quisiera tomar un té conmigo?
El cerdito, todo sucio, salió de su chiquero y todo sucio acompañó al lobo a su hermosa cueva con una hermosa decoración hindú. El cerdito no se limpió los pies al entrar y manchó la alfombra persa del lobo. “Ser un buen vecino”, se dijo el lobo. Aunque el cerdito se sentó en su silla Luís XVI y la manchó de barro. Luego se volcó el té encima y se manchó el mantel inglés del lobo. “Buen vecino”, repetía el lobo para sus adentros. Al menos comía con los ojos cerrados.
Al otro día el lobo fue a la casa de Mateo que al ver al lobo comenzó a llorar y a decir a los gritos:
- ¡El lobo me quiere comer, mamá, el lobo!
El lobo se resignó y marchó a la casa de Juan Cerdito. Llamó a la puerta y un cerdo obeso lo atendió.
-Hola.
-Hola Juan Cerdito. Yo soy el lobo y quería invitarlo a tomar té en mi humilde cueva.
El cerdito miró al lobo con ojos luminosos y marchó frente al lobo comiendo un helado de chocolate que manchaba la pechera de su remera. Antes de que el lobo pudiera invitarlo a pasar, el cerdito abrió la puerta con las manos llenas de chocolate. Se sentó en un sillón gótico que el lobo tenía en su living manchándolo de chocolate. Luego de terminar su helado tiró el palito sucio en el suelo. El lobo no lo podía creer. Era tan desprolijo como el cerdito Brian.
-Quiero té y bizcochitos.
El lobo sonrió y fue a buscar una bandeja de plata llena de dulces y decorados bizcochitos junto a una tetera con dos tazas chinas de la dinastía Ming. El cerdito dijo:
- ¡Sírveme!
El lobo volvió a repetirse “buen vecino”. Mientras, el cerdito comía con una mano un gran bizcochito y en la otra otro helado de chocolate. El envoltorio del helado yacía en la alfombra. Tomaba el té de la taza que reposaba en la mesa mientras volcaba gran parte de su contenido. Alrededor de la mesa y de la boca del cerdito estaban manchados y sucios. El lobo no lo resistía más.

Al otro día, el lobo esperaba que, por cortesía, lo invitaran a merendar. Pero no, nadie lo invitó.
El lobo estaba muy enojado por la mala educación de los cerditos.
-Tendré que tomar medidas.
Dijo el lobo sentado frente a su estufa.

Al otro día el lobo tomó su mochila y la llenó de utensilios educadores, luego marchó a la casa del cerdito Brian.
-Abre la puerta para que te de un baño.
El cerdito, muy temeroso cerró todas las puertas y ventanas con llave y trancas.
-Abre la puerta o soplaré y soplaré y tu casa derribaré.
El cerdito no abrió la puerta y el lobo se enojó. Sopló y sopló (estudiaba canto gregoriano, así que canalizó su respiración) e hizo volar toda la paja, destrozando la casita del cerdito que huyó despavorido a la casa de su hermano Mateo Cerdito. El lobo lo siguió y llamó a la puerta y dijo:
-Abran. Les enseñaré modales. ¡Abran!
Los cerditos cerraron con candados, llave y trancas cada puerta y ventana de la casita. Mateo no paraba de llorar. El lobo estaba muy irritado.
-Abran o soplaré y soplaré y su casa derribaré.
El lobo hacía ópera, pero tampoco la pavada. Así que tomó un hacha y comenzó a derribar la puerta mientras que los cerditos escapaban a la casa del cerdito Juan. Ahí el lobo tendría problemas.

El lobo era muy astuto y zalamero. Tenía un plan.
-Hola.
- ¿Quién es?
Los cerditos tenían miedo.
-Soy un regalador de helados y pasteles.
El cerdito Juan abrió la puerta y el lobo le pegó con una pala en su redonda cara. Entró y ató a los cerditos en tres sillas diferentes. Empezaría a educarlos… pero alguien llamó a la puerta. El lobo atendió y se dio cuenta que eran tres grandes perros policía que dijeron:
- ¿Es usted el lobo?
El lobo miró a los oficiales y luego miró a los cerditos.

El lobo fue condenado a 400 años de prisión por rapto de cerditos y ataduras inapropiadas. También fue condenado por retención ilegal de arte grecorromano.
Los cerditos siguen con sus asquerosas vidas. Mateo se convirtió en un puñado de lástima depresivo. Juan ha engordado tanto que ya no se puede mover y Brian se ahogó en barro.

Moraleja:

Si sois limpios y educados tratad de evitar a los niños-cerdos o moriréis de un colapso nervioso o se sabrán muchas cosas de vuestro pasado.



-FIN-


Texto agregado el 29-01-2007, y leído por 1719 visitantes. (0 votos)


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