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INTERLUDIO LIRICO
(AÑO 563 A. de N.E.)

Toda la isla alza sus lamentos a los dioses: Safo nos ha abandonado; La muerte, la negra muerte de alas de murciélago se la ha llevado, ha sido cortado el hilo de su existencia. Sus canciones perviven pero su voz ya no está con nosotras.

Me consuela pensar que ahora, mientras escribo estas líneas, está reposando en las laderas del Helicón, junto a las inmortales Musas, bebiendo de la fuente de la inspiración y formando parte del coro de Mirtala.

No siempre me alegro por su destino, pues, a veces, cuando la amargura ciega mi corazón, oscuras sombras cruzan mi mente y me convenzo que las turbias aguas del Leteo habrán hecho que nos olvide y como un pálido fantasma se estremecerá en las profundidades del Hades. "Morir es un mal", dijo en una ocasión, "pues sino, los dioses que lo quisieran, así morirían también". No se que creer, pues ella se merece un lugar en el Olimpo, es adorada como una diosa, y como tal debe ser recordada: Sentada en una roca, frente al mar, y componiendo sus versos tejidos con aire, hasta el fin de los tiempos.

Sus cenizas han sido recogidas en una urna que a partir de ahora se convertirá en nuestra principal reliquia. Manasidika ha estado velándolas, pero pronto la he sustituido. Aprovecho estos últimos instantes para terminar mi escrito. Tras de mí, Cissera vendrá a tomar su lugar junto a los sagrados restos y así, una tras otra, hasta que se finalice el perceptivo luto. Aunque si dependiera de nosotras, el duelo nos acompañaría hasta el día de nuestra muerte, tal es la pena que llena nuestros corazones.

Su lira descansa junto a ella, nadie debe volver a pulsar jamás sus siete mágicas cuerdas. Ninguna canción debe partir de ella, solo sus divinas manos la tocaron, y nadie más lo hará. Con ella cantó sus amores, soñados y perdidos, habidos y por haber, reales e imaginarios, inocentes y lúbricos. Cantó y el mismo aire se estremeció, sus versos volaron y las Musas lloraron de alegría.

No exagero, pues nadie podía oírla sin extasiarse, sin enamorarse. Nos enseñó lo poco que somos ante la inmensidad, una minúscula partícula perdida en un océano, un guijarro en el cielo, un grano en la arena estelar... Poseídas por el amor y por la belleza, podemos crear las suaves sílabas musicales que abrasan almas y metamorfosean cuerpos. Hemos llorado, pero recordamos que gracias a ella hemos aprendido a crear una escultura formada por palabras, volátil, pero inconmensurable.

¿Y a qué cantaba? Os preguntareis, ignorantes lectores del mañana, pues os diré a que cantaba: Al Amor ¡Oh, el amor! Amor comprometido, deseado, perdido y llorado, querido y amargado, imposible y desesperado. Amor herido, amor no correspondido.

"...perfumado luego tu cuerpo,
con aceite de nardo y
con leche y aceite de jazmín,
recostada en el suave lecho,
delicada muchacha en flor..."

Recuerdo como si fuera ayer el primer día en que la vi. Yo acababa de llegar a Mitelene y lo primero que encontré fueron sus bellos ojos negros. A partir de esa visión cambió mi vida, antes nada había existido, todo se esfumó en las brumas de la memoria. ¿Dónde nací? No quiero recordarlo, he olvidado a mi madre y a mis hermanos, a mi padre y a las interminables hileras de viñedos que llegaban hasta el mar. Han desaparecido de mi memoria los pescadores regresando al puerto, los crepúsculos en la pequeña cala, las redes rebosantes de capturas emitiendo reflejos plateados bajo los rayos del sol. Lo he olvidado todo, las fiestas y las vendimias, las siegas y los sacrificios a la diosa del mar.
No quiero hablar más de eso...

Dije que quería olvidar...

¡Oh, atento lector! Sin duda habrás empezado a darte cuenta que soy una estúpida que no sabe contar una historia, pensarás que he dejado hechos importantes a medias y que he perdido mucho tiempo en cosas fútiles e inconsistentes... Supongo que ya te habrás dado cuenta que no soy una narradora, soy una poetisa, o al menos ese es mi afán, por lo que mis escritos siguen los cauces de la poesía.

Recuerdo que lo primero que encontré fueron sus bellos ojos negros. Había llegado el verano, y con él las celebraciones. Safo y sus alumnas preparaban la fiesta en honor de Citerea, la de los níveos brazos, la inmortal celeste, la dolotrenzada Afrodita.

Quede prendada de sus ojos negros. Entonces aun no sabía a quien pertenecían, pero supe desde el primer instante que tras esos ojos la sabiduría tenía su morada, supe que la belleza vivía en ella, aunque su cuerpo no lo mostrase. Conocí, sin lugar a dudas, que las Musas la habían agraciado con sus dones.

Las alumnas, vestidas con hermosos peplos color de leche y coronadas de rosas y jazmines, estaban engalanando una estatua de Afrodita. Le colocaban guirnaldas y quemaban incienso a su alrededor. Eran jóvenes orgullosas de pertenecer a la escuela, pues esta era muy famosa y respetable. Hacía ya años que las familias más importantes competían para que alguna de sus hijas pudiera ser aceptada en ella. Todas no lo conseguían, tenían que tener talento y tenían que mantenerse puras, no era necesario que fueran vírgenes o que se consagraran a la diosa, pero no debían amar a ningún hombre y el matrimonio ocasionaba la expulsión inmediata.

Las observé atentamente, hasta que la curiosidad pudo más que yo y me atreví a acercarme a ellas. Pregunté por Safo, y me indicaron la mujer de los hermosos ojos negros.

Me recibió con una sonrisa en los labios. Sus cabellos empezaban a teñirse de gris, pero nunca usó tintes ni ungüentos, pues vivía para la poesía, y su placer era la composición de bellos poemas...

"Agita mi alma Eros como
viento que en el monte
irrumpe entre los pinos..."

El tiempo pasó y llegó la primavera. Yo me vi entre las alumnas de blancas túnicas coronadas de flores. Solo tenía ojos para ella, la seguía con la mirada y memorizaba todos sus gestos. No era bella, pero no podía compararse a la rubia Helena, pues la superaba.

Los días pasan y en las pendientes de las colinas de nuestra isla oscilan levemente los olivos. El mar, azul, muy azul, refleja el claro cielo, y bajo él las flores emiten su perfume, invitándonos a perdernos entre los olorosos arbustos de la llanura.

Del mismo modo que la naturaleza se mostraba en todo su esplendor, nosotras adornábamos la estatua de Afrodita en su templo de mármol rosa que domina todo el mar hasta Chipre, la isla donde nació.

Safo había sacrificado un cerdo, y la sangre caliente y espesa goteaba hasta el suelo. Aliope clavó entonces, en tierra, una rama de mirto que debe permanecer en ese lugar durante todo el verano, arraigando en el suelo y dando flores; Aunque tenéis que saber que no siempre es así, pues a veces la rama muere, y eso es considerado un mal presagio, pues la fecundidad de la tierra, de hombres y de animales, va ligada a esta ceremonia. Si la planta muere, el año será malo. Pero lo habitual, si la ceremonia está bien hecha y los oficiantes no se equivocan al actuar, es que la rama llegue viva hasta otoño, para poder ser arrancada entonces, en honor al hijo de la diosa, aquel a quien se le conoce bajo el nombre de Adonis.

"CORO: ¡Citerea! ¡Citerea! ¡Ha muerto el tierno Adonis!
¡Ay! ¡¿Qué haremos?!
CITEREA: Golpeaos muchachas, y rasgad vuestros vestidos."

Tras la ceremonia abandonamos el templo y, en procesión, nos dirigimos al mar. Por el camino los cánticos se alzaban de nuestras gargantas y las liras emitían mágicos sones que se izaban hasta las estancias de los dioses. Nuestras túnicas parecían flotar en el aire, y nuestros tenues velos seguían el compás de la música.

En la playa nos esperaba la estatua de la diosa, rodeada de cientos de flores, y junto a ella todo el pueblo, deseoso de participar en el rito. Cantamos, bailamos y le ofrecimos más flores, tantas que la arena de la playa parecía una alfombra de múltiples colores. Después izamos la estatua y la introducimos en el mar, para que la diosa así sea purificada y pueda renovar sus energías, y tras el baño, el banquete.

La celebración sigue entonces en privado, en la escuela, y era entonces cuando deseaba acercarme a Safo, estar a su lado, más sabía que eso no era posible.

"Salía la luna llena y ellas
en torno al altar en pie quedaron"

Ella acostumbraba a retirarse pronto y nosotras, procurando no turbar su sueño, nos apartábamos de sus aposentos. En un bosquecillo de manzanos, los cánticos y bailes seguían. ¿Y después? El placer hacía su aparición, y hasta la propia Afrodita tenía celos de nosotras.

El poema dice: "...En un suave lecho satisfaciste tu deseo". Entonces yo gritaba: "¡Oh! ¡Diosa! ¡Ven a mí!, No fuerces mi voluntad. Ayúdame a superar mis temores...". Y la echaba de menos y ansiosa buscaba su amor. Suplicaba para que se apagara el fuego que me consumía. Manasidika es muy bella y complaciente. Es mucho más bella que Safo, y es joven, muy joven. Pero no es ella quien estimula mi corazón, quien domina mi ser.

"Las Pleyades ya se esconden,
la luna también, y media
la noche, las horas pasan,
y voy a acostarme sola..."

Ha pasado el tiempo, apenas un año desde que nos dejó, pero en el aire aún vibran sus versos. Sus cenizas siguen siendo veneradas en la escuela que fundó y sus alumnas siguimos perpetuando su memoria, pero yo tengo que irme, no puedo seguir ni un día más aquí.

En estos meses he oído muchas historias con relación a lo que pasó, ¡ilusos! ¡¿Cómo pueden creerse tales mentiras?! He oído que murió al verse despreciada por Rodope, la esposa de su hermano Caraxos. Pero quien haya conocido a Rodope sabrá que esta historia es falsa. Rodope es bella, pero su belleza es belleza de cortesana. Rodope es vulgar, ignorante y basta. Safo era una de las musas, ¡¿Cómo queréis que se rebaje hasta el nivel de una ramera?!

También he oído la historia de Faone, el barquero. ¡Otra mentira! Aunque Faone hubiese sido Apolo revivido, habría descubierto que a Safo hacía ya años que habían dejado de interesarle los hombres. Después del nacimiento de su hija Cleis, se separó de todos ellos. La historia que he oído de Faone termina con Safo arrojándose, abrazada a su lira, desde la roca Leucadia, estrellándose contra las rocas que siembran el mar de Lesbos. Me reí al oír esa historia, ¿cuando, alguien que ha muerto en su propia cama, ha podido a la vez arrojarse desde un acantilado?

En los siglos venideros la gente sin duda inventará otras historias, igual como nosotros especulamos acerca de los héroes que murieron en Ilion, pero en todas esas historias aun no hilvanadas faltará su protagonista. Sé que nadie se acordará de mí, la pobre Io, nadie recordará el gran amor que sentí por ella y nadie conocerá mi papel en esta historia. Todo amor se acaba, y algunos nunca son correspondidos. Safo se cansó de mis peticiones, despreció mis anhelos, mis esperanzas.

No hubo más remedio, la quería demasiado. Tenía que ser yo quien terminará de alzarla a la gloria. Tenía que ser yo quien consiguiera que sus versos terminaran abruptamente en su punto culminante de fama y honores. No podía verla como una mujer vieja viviendo de glorias pasadas. No importa el morir, importa morir a tiempo.

Ella era el amor, era la brisa que mueve las flores de las riberas de los ríos. Era parte de los cánticos que se oyen en las noches estivales, cuando cientos de pequeños animales alzan sus plegarías. Ella era todo, era el aire del que estaban hechos sus versos.

Sé que no sufrió, así me lo indicó la vieja tesalia que me vendió el brebaje. Murió sonriendo, y yo estaba a su lado, secándole el sudor de su frente. Un día escribió:

"¿Como podría con mis manos tocar el cielo?". No pretendía tocarlo realmente, pero yo he conseguido que forme parte de él. Nos ha dejado, pero su voz se oirá por toda la eternidad y sus versos enamorarán a generaciones aun por nacer. La Aurora de sandalias de oro despierta cada mañana con su recuerdo.

Texto agregado el 06-02-2007, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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