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Dentro de lo que cabe, toda mi vida ha sido un desastre, y ultimadamente mis ojos han percibido esa esencia con una sensibilidad más fuerte e inimaginable. Ayer por ejemplo acostado en mi cama como eso de las 11 de la noche, sentí susurrar a mi otro yo, si mi otro yo. Ese ser que de noche atormenta hasta al mas duro de los seres, y mas valientes de los hombres. Mi otro yo, susurro cuatro palabras que marcaron mi vida desde ese instante: “Tus pasos están contados”, me dijo con una vos suave como labios y lenta como espasmos. Aterrorizado, acostado en lo que se convertía en mi santa sepultura, en mi lecho de muerte, pensé profundamente en esas cuatro palabras, hasta perder razón de tiempo y espacio y cedí al sueño; dormí. Carecí a tal semejante impacto mientras la vela que se encontraba encendida en el rincón izquierdo de mi cuarto desvanecía su llama conforme se derretía la cera hasta extinguirla por completo, mientras el sol hacia presencia absoluta a través de mi ventana.
Los primeros rayos de luz destellante lentamente descendían del techo por la pared conforme el tiempo trascendía. Perezosamente caminaban y se hacían paso hacia el sendero de mis ojos, el reloj de pared, se comía segundó a segundo, crujiéndolos en su boca uno tras otro, tic tac, tic tac, tic tac, los gritos de un segundo al ser devorado, llenaban el lugar. Ausente de mi cuerpo carecía en mi lecho, y acercándose el destello, caía en mis ojos, alumbrando mis pensamientos, volví a la vida. Abrí los ojos, talle lentamente y me levante. Error cometido que nunca olvidare, hubiese querido no despertar a volver encarnarme en mi cuerpo para ser testigo de semejante desastre. Las palabras, cuatro palabras que mi noche marcaron fueron plasmadas en ese cuadro, con letra fina y perfecta, letra cursiva, “Tus pasos están contados”, escrito con rojo y bordado en el espejo del buró, dándome la mirada al despertar. No sabia que hacer, si gritar o parecer, si quebrarlo o nada más correr. Ese era un momento de completo caos, que en mi vida había se había manifestado.
Decidí ignorarlo, decidí creer que todo fue obra mía, que en mis sueños y aparente desvanecimiento, ambule inconscientemente, haciendo el increíble acontecimiento mío. Me hizo sentir mejor, seguro, y falsamente feliz, listo para tomar el rumbo de mi vida, como siempre lo hacia. La rutina diaria tomo control, y sin pensarlo estaba ya en camino hacia mi trabajo en un parpadear de ojos. Mi trabajo no es uno de alta categoría de echo no existe una palabra en si que pueda catalogar lo que yo ago, para sobrevivir. De ocho a diez de la mañana me la paso mala vareando en el boulevard Hidalgo justamente afuera de la librería Gandhi, en la bellísima ciudad de Monterrey. Mi rutina consta de tres trucos, el primer que dura lo que dura el foco rojo, y es efectuado en medio de la calle. Seis bolos en el aire uno a uno pasan por mi mano en círculos para luego caer cinco en una mano y uno en la otra, se que suena imposible pero creerme, toda una vida de cirquero urbano me respaldan. El segundo acto que ago parado en la esquina, costa de un huevo y un pañuelo, lo efectuó para la gente que espera el verde para peatones. Y va así, el pañuelo se eleva en el aire mientras el huevo es sostenido por mi mano derecha, luego cuando desciende y toca mi mano el huevo se devanees y el pañuelo lentamente cae al suelo. Podría explicar el truco completo pero me estaría delatando, y como buen mago que soy no soltare ningún secreto al viento. El último truco y el más riesgoso para mí es, el acto de tragar fuego, consiste como su nombre lo indica, tragar fuego. Una barrilla de donde prende en llamas una estopa sumergida en gasolina, es introducida a mi boca en el momento en que yo expulso gasolina hacia ella, creando una llamarada semejante ala de un mechón de lumbre. Pero hoy en este día, todo pasó tan mal con este truco. Justamente alas nueve con cuarenta minutos, cuando me disponía a empezar el show, una ráfaga de aire alboroto mi escenario, llevándose con el la llama que de mi barrilla prendía. Lo raro de esto no fue que era plena primavera, ni que era un día soleado, y mucho menos que el cielo estaba despejado, si no fue la exactitud del momento cuando todo esto paso. Las nueve con treinta y nueve y el segundero devorando paso a paso segundo tras segundo en mi reloj que tenia en el brazo. No se por que me mantuve observando el reloj en ese momento, antes y después, creo fue por la rutina diaria que me cargaba encima. Era ya clásico que a esa hora, o cuando acababa mi segundo acto, observara el susodicho reloj. Nueve con cuarenta exactas ni más ni menos, viento torrencial se desato y todo el tiempo se detuvo por un momento, un instante de caótico orden se filtro a mi cerebro. Tocando el segundero el segundo, segundo del reloj todo seso, volviéndolo ala normalidad. Al parecer nadie se percato, mas que yo, de tal acontecimiento, puesto siguieron sin asombro su día y trayecto por la avenida. Intente seguir como ellos pero no lo pude, mi día era todo un desastre, acumulándose con forme carecía y no sabia cuando sucumbiría.
Nueve cuarenta, lo único que quedo de mi primer trabajo en mi memoria, y decidía seguir con mi ya caníbal rutina. Entre a mi segundo trabajo, lo bueno de ello, era que era adentro de un edificio. Por cuatro horas trabajaba de maestro de filosofía en una Universidad de bajo presupuesto, así que no tenia ni escritorio y mucho menos pizarrones. La mayoría de los estudiantes eran señores que querían obtener un certificado para poder tener un trabajo mas mejor pagado que el que tenían. Trabajos mal pagados por capataces de sembradíos o contratistas constructores eran sus jefes. Les enseñaba lo mejor que podía sobre las enseñanzas de Marx. Para que despertaran ese obrero luchador que llevaban dentro, exigente de justicia y buen trato, en zona laboral. Mas los aconsejaba que el cambio toma tiempo, y que midieran sus acciones, teniendo en mente sus prioridades, como sus familias. El libro que usábamos era una basura gubernamental que censuraba la mayoría de las ideas, para uso propio, corrupción hasta en la enseñanza. Un libro bastante grande que pesaba aproximadamente cinco kilos de pura obsoleta cátedra. Todo ese día estaban presentes, exactamente cuarenta estudiantes sentados en sus pupitres con toda su devota atención hacia mí. Ese día nos tocaba repasar a Sócrates y su versión de la legalidad e ilegalidad de las cosas. Como carecía de un escritorio puse el libro que mas que libro era un ladrillo encima de una silla que era todo que tenia, y empecé mi clase. Empezando por pasar mi vista sobre mi reloj, que raramente todavía tenia incrustada la hora en la que havia pasado el ventarrón. Asustado pero sin mostrar alguna seña de asombro a mis estudiantes, les pedí que leyeran las primeras cinco hojas del material de Sócrates. Camine hacia la puerta con las manos en las bolsas, y con una cara que poco a poco perdía su color y entraba en una palidez de miedo. Realmente no se cual fue la razón de mi asombro, igual hubiese pesado que no le había dado cuerda y es por esa razón que el reloj seso. Paso a paso me acercaba ala puerta cuando todo el mundo callo encima de mi, sentí un leve golpe en mi nuca y me desvanecí hacia el suelo secamente azotándome con el suelo de madera perdiendo el lazo que me tenia atado ala realidad en ese momento.
No recuerdo, para ser franco, como llegue a donde estoy en este momento. Cuatro paredes blancas me rodean y solo una ventana a mi costado y la cama donde estoy postrado me acompañan, en este cuarto vació. Unos rayos perdidos de su manada se escabulleron por la ventana, penetrando mi horrorosa tranquilidad, observando mi terrible situación, los observaba hasta que se esfumaron. Avisándome así que el día había cesado de latir. Deje mi segundo trabajo al principio, el tercero ni se mencione, pero dentro de todo este desastre caótico, me siento irreparablemente contento. Es absurdo pero no lo puedo controlar, risa tras risa emerge de mi boca, como todo un loco hecho y derecho, que hasta me creí uno en momentos. Creo entender la felicidad del loco ahora, mas no quería estancarme en esa idea, y decidí volver en mí. Por primera vez en mi vida falte a mi rutina, por primera vez en mi vida no esta programada, mi vida!
Esperando cualquier señal de vida que pudiese traspasar por la puerta que enfrente de mí estaba, el techo solo observaba. Conté uno a uno cuadro a cuadro línea a línea, y todo ese lugar que para mi juicio fuese a crear una gotera en el futuro con la mas mínima llovizna. Poniendo así mis conocimientos que en el tercer trabajo hubiese puesto en acción, así es también soy albañil o para la raza, maestro de obras. Justamente cuando llegue al número novecientos veinte, entro por la puerta una especie de doctor, cubierto hasta el cuello con su bata, y un tapabocas que era complementado con el gorrito azul de tela que se usa cuando van a operar. Se acerco a mi costado y me desato de los pies y manos, ah!! No les conté, todo este tiempo estuve atado ala cama y esa fue la razón de mi minuciosa, delicada, inspección del cuarto donde me encontraba. Me soltó, y con una paciencia inhumana me explico a detalle lo acontecido y como había llegado hasta ahí. Según su versión, me desmaye y me desplome cuando me acercaba ala puerta, toque piso y por un momento permanecí inerte. Luego toda la clase se alarmo acudiendo a mi auxilio, cuando Toño, uno de mis estudiantes, se acerco y por poco me toca, abrí los ojos, y comencé a reír sin cesar. Dijo después que le hablaron a la enfermera sin tocarme, por miedo así detener mi trance y desconectarme, dejándome suspendido en el. Pero cuando llego la doctora, detuve mi risa y cerré los ojos, accediendo a que me levantaran y me trajeran hasta aquí. El razón por los amarres de mis brazos y pies fue por la duda de la reacción que tuviese cuando recobrar el conocimiento, existían casos donde la locura tomaba presencia y el ahora nuevo loco se hacia daño a si mismo. Era mejor estar seguro a abrir la puerta a más tragedia. Después de varios exámenes de sensatez y intelecto me dejaron ir, dejándome solo el brazalete que te ponen cuando eres interno. Raro detalle que tendría que suceder en ese momento de mi partida del hospital. Despidiéndome del personal, mientras un señor me regresaba una bolsa de plástico, donde estaban todas mis pertenencias cuando el accidente. Tome la bolsa con mi mano izquierda mientras sacaba mi mano derecha de la bolsa del pantalón, para obsequiarle un amigable estrecho de manos, en señal de solidaridad. Cuando elevaba mi mano observe la silueta del brazalete en mi muñeca prendida. Detalladamente la seguí hasta que mi mano topo con la amigable mano del señor que me devolvió mis pertenencias. Una amigable media sonrisa finalizo el encuentro y dando una despedida general, un “que se cuiden bye”, me ausente de la sala del hospital. Atravesando la puerta de enfrente, decidí volver a ver mi brazalete, para ver la razón o la información que de el emergía. No. 848 Páramo, Pedro, 20/10/1977, Privada Chamula, San Nicolás de Los Garza Nuevo León. Escribía el brazalete. Desorientado pero con algo de conocimiento de donde exactamente estaba tome el camión ruta 122 que por casualidad pasaba por la calle de enfrente del hospital en esos momentos y lo aborde.
En el transcurso del hospital a mi casa, ya de noche y todavía sufriendo unos efectos secundarios de unos calmantes que me propiciaron en el hospital, no preste la menor atención al camino ni ala gente, y creo que ni al chofer del camión. Nada mas saque las monedas y se las di en cambio me dio un boleto que me acreditaba estar de pasajero. Después de diez minutos de viaje, cheque mi reloj para ver que hora era pero estaba congelado en la misma hora cuando paso el ventarrón. Así que decidí preguntarle al vecino de alado de mí, que se encontraba sentado con las manos cruzadas, que horas eran. …….. continuara…………

Texto agregado el 12-02-2007, y leído por 131 visitantes. (0 votos)


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