Tuve un espejo en mi habitación. Me miraba y sentía como me doblaba; no era yo, era nosotros. Mi alma se extendía y andaba a sus anchas. Toda acción retumbaba en mí; retumbaba en nosotros y era duradera. Las palabras eran pronunciadas en dos mundos, en el mío y en el ajeno, y así mi vida se doblaba. Descubrí cosas de mí que no puedo nombrar, porque las palabras tan elementales que ustedes podrían llegar a entender no son cercanas a la grandeza que alcancé. Solo puedo decir que sea lo que sea que creen entender lo dupliquen, así estarán cerca de saber algo al respecto. Mis ideas se doblaban, mis cuatro hemisferios jugueteaban y cada decisión se duplicaba. Conocí mi lado oscuro (o eso quiero pensar, no quisiera ser yo el mal en mí) y entendí por qué yo soy yo y no soy el otro; pero como siempre perdí. Quise ser inmortal y eterno, quise extenderme en mil veces mil mundos y pensar en infinitos como si fueran unos. No era yo, era un demonio el que me convencía de esas estupideces, tal vez fue el otro que esperaba acabar conmigo. Solo sé que lo hice… los espejos me rodeaban y había muchos yo; me atrevería a decir que todos los yo, y me miraban. Todos los yo que hay, hubo y habrá. Entre tantos yo, sé que por lo menos infinitos de ellos eran peores que yo; pero otros tantos infinitos eran mejores, infinitamente mejores. Mi alma se fue a buscar a alguien mejor que yo, a otro yo. Ahora no sé quien soy. No sé si soy mi alma que encontró a alguien mejor, o soy el de siempre con un alma paralela que no me pertenece, o se fue mi alma y por eso estoy muriendo. Solo sé que ya no hay tiempo para averiguarlo.