Se esmeraba desde temprano moviendo la cola y lamiendolo todo para dejar limpio el canil de pelos, restos de ombligos y excrementos de recien nacidos, todos respondían aparentemente satisfechos, luego del amamantamiento desgastador, daban gruñidos de placer y dormían unos sobre otros a pata suelta con los estómagos inflados. Todos menos uno, ahí estaba el: blanco, terso, ovoide, aspero y frío. ¿Qué hacer?, primero que nada este ser debía estar con ella por alguna razón, ella aseguraría que salió de su misma vagina, pero en realidad no estaba segura de nada, estaba tan cansada luego de parir cinco similares a ella misma.

Pero de que era raro, era raro, lo encontraba parecido a un hijo de gallina antes de nacer, pero ¿cómo podría estar en su canil un polluelo dentro del cascarón?.

Tuvo extremo cuidado en no tocarlo con su cuerpo. No se fuera a quebrar esa cáscara que lo cubría antes de tiempo. Sin embargo, cuando lo hayaba frío, con gran dedicación, destinaba todas las madrugadas a lamerlo concienzudamente. En consecuencia, el calor necesario para la incubación del huevo fue producto del azar: sea porque la madre amamantando a los demás lo dejaba cerca de su lomo o porque sus hermanos en una actitud juguetona se quedaban dormidos sobre él.

- ¡Cómo me hizo falta que te sentaras sobre mi, madre! fue el primer reclamo que le hizo el pollo cuando fue lo suficientemente grande para emitir un lenguaje comprensible para ambos, y ¡que molestos eran esos languetazos mamá, me provocaban pequeñas vibraciones como de temblor!

- No sabía hijo, no sabía.