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¡Oh Zeus, Edipo regresa!

Borrador de una pelicula de terror.

Era un olor a animal muerto que despedía algún estercolero. Descorrió las cortinas. Se dijo que sería la última vez que acudiría a las terrazas a solazarse, pues ya no eran los mismos tiempos de antaño. Un aroma endurecido como a cemento y rosas le penetraba por los orificios de las narices y le salía por los poros de la piel. En vano había sahumado toda la casa con hierbas aromáticas, incienso y matas naturales. Bebió el líquido adherido al vaso de cristal y lo tiró para atrás dando rienda a una estruendosa carcajada: ‘ahora sí serás el señor del territorio’…

Siempre le gustó mantener animales en la residencia; sobre todo un sabueso de pedigrí y lobos montaraces. Al final había recibido la heredad de sus padres; varias residencias, harto dinero en los bancos y un auto deportivo rojo. Además de los vehículos y animales de campo.

Era un hombre de media edad, apuesto y bien formado aunque algo raro: le costaba entablar relaciones con las chicas porque medroso siempre se quedaba corto. O lo peor: sus comentarios titubeaban en la punta de la lengua. Fastidiado al final, decidía llevar la chica a su casa sin haberle exprimido un busto, dado unas lenguazas o metido los dedos en las partes y después chupárselos como hacían los mozos del pueblo con las hembras mentecatas…

Se decía que vivía una extraña dependencia de su madre; ésta le indicaba que mujercita le convenía, a qué hora levantarse, el modo correcto de vestirse y otros datos minuciosos harto conocidos por los pobladores, que repetían silenciosos con el dedo puesto en la boca: ¡chists, de eso no se habla!…

Le costaba mantener el sexo de forma normal y ni siquiera pagando habría solucionado sus deseos inconfesos. Sólo de vez en cuando se dejaba dar unos lengüetazas por su perra de casa. Por las tardes en los domingos acudía al oratorio y se confesaba con el monje, aunque no del todo, pero sí dejaba un buen puñado de monedas de plata para la manutención del monasterio: Confesión religiosa a la que le hubiese gustado pertenecer si no se hacía cargo de su otrora familia y numerosos animales. Ahora sólo le quedaba lo segundo…

Bosques de abedules y coníferas bordaban los laberintos de la enorme casa, jardines y plantas acuáticas hubiesen hecho la delicia de los niños del lugar. Mas, todos los sirvientes habían sido despedidos sin razón aparente y con una simple explicación porque la propiedad se vendería. Una enorme inscripción instaló cerca: ‘Prohibido acercarse por gran peste de animales’. Como en el pueblo ya se había contagiado años antes de un virus difícil de desterrar y la pandemia se extendió a una buena zona de la ciudad; la gente común se quedó en la idea de que era mejor hacer caso…

No obstante, él mismo estuvo con ganas de seguir los trabajos que los operarios abandonaran por temor a esa supuesta pandemia. Se resignó a seguir con los arreglos de la casa: amplió de forma espectacular el baño y la sala de estar; derribó su cuarto y lo adhirió al de su madre. Cambió el color de las paredes y las cortinas, llenó de objetos exóticos y cambió a su propio gusto la decoración y efectos de arte. Quitó los teléfonos y llenó de campanarios y objetos de fetiche.


De madrugada se levantaba al alba, caminaba por las antiguas terrazas testigos de numerosas fiestas de sociedad. Y luego realizaba un raro cortejo con los animales a la vuelta de la plazoleta en honor a sus progenitores. Que aullaban como malditos.

Más tarde se dirigía a la sala de baño y estaba las horas hablando solo, otros dicen que con algún espíritu. Lo cierto es que se comenta que quedó durante seis meses sin salir del pueblo y esto comenzó a llamar la atención por lo cual se decidió entrar. Máxime el gran olor que despedían los animales muertos. Se lo encontró junto al cadáver de su amada cubierta de cemento en la gran tina; como el material era poroso salían las uñas hermosamente esculpidas y mechoncitos de cabellos dorados…

En la piscina de vez en cuando parecería como si flotara la imagen del padre con un hachazo en la cara. Por eso cuesta tanto vender la propiedad.

En la hermosa plazoleta construida con el busto de una bella mujer yace este poema escrito con su propia tinta purpúrea; cosa curiosa: cuando llueve todavía se siente el aullido de los animales, pero las palabras no se borran…


Besando labios de su señora
Edipo regresa

Terrible condena al amado
Que el oráculo confiesa:
Hijo huye; no tientes al destino

Laertes finge no verte
Sus lágrimas caen a jirones
Cuando del cielo
Destella el deseo cual serpiente.

La carne bebe elixir de dioses
Que al joven le han vedado
No ser feliz eterno
Mejor,
Débil y corriente

Ni señor como Edipo
Que ha reposado con su madre
Dando triste muerte al progenitor…

Yo le quité las fotos para el diario, pero el artículo me conmovió de todas maneras…

Texto agregado el 22-02-2007, y leído por 270 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
24-02-2007 Muy bien contado, poco a poco vas entregando nuevos elementos hasta llegar a la apoteosis final. krasna
23-02-2007 Nueva versión del complejo de Edipo enriquecida con la flora y fauna del lugar. Tras la peste, el terror, la frustración religiosa y el sexo se adivina ese deseo de ser feliz eternamente ("No ser feliz eterno"). azulada
23-02-2007 Muy bueno mucho ingenio de tu parte al traernos esta historia*****muy bueno. gfdsa_elisa
22-02-2007 Muy buena historia, habria que ver la pelicula =). Leerla siempre es un gusto. Saludos y un beso. Ursulita
22-02-2007 Muy bueno, por su intensidad y precisión de escritura. el tema queda oculto en cierto modo y eso hace el relato más interesante. Felicitaciones y mis votos. A. Ricki
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