De chico siempre dije que de grande quería ser el hombre invisible. Y lo repetí tantas veces que lo logré. Al principio me pareció fantástico pero cuando me aburrí de hacer algunas cosas me dí cuenta que ser el hombre invisible no es bueno. Mi padre decía que cuando uno elegía algo se lo tenía que aguantar porque no se puede andar cambiando todos los días. Pero yo ya me aburrí. Para que te sirve ser invisible cuando te cansaste de entrar a los vestuarios de la chicas, y ahora, hasta sentis pudor de hacerlo. Cuando por respeto no presenciarías conversaciones ajenas. Cuando sos incapaz de robarle un trabajo o una idea a alguien. Y aguantar también que nadie te salude, ni figures en la agenda de nadie ¡Por que sos invisible!. Porque yo era un invisible de tiempo completo. Porque también me explicaron que cuando uno elige, elige, y no vale ser de una manera y al rato de otra porque para eso uno elige. Y no me dí cuenta que mi verdadera elección era desechar ser visible.
Por eso cuando ayer pasé bajo aquellos andamios y cayeron sobre mi litros de pintura de todos los colores, me puse contento. La gente se acerco a preguntarme que me pasaba y a querer ayudarme. Y yo les dije que me pasaban tantas cosas lindas que me puse a reir.
Y desde entonces renuncié al Club de Los Hombres Invisibles. Aunque muchas veces fue bueno y divertido ser uno de ellos hoy prefiero esta vida evidente. Ana, la hija del panadero me sonríe y hasta parece disfrutar cuando me vé. Y a mi hasta me agarran las ganas de mirarme a un espejo. Su mirada termina por completarme. Estoy muy preocupado, creo que hasta mis sentimientos han dejado de ser invisibles.