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Con tu puedo...Cap 4:
Se echó el tiro.

Cuando vide los mineros
Dentro de su habitación
Me dije mejor habita
En su concha el caracol
O a la sombra de las leyes
El refinado ladrón

Violeta Parra

La plaza arde bajo el sol, lo de plaza es sólo un decir ya que no hay un árbol, ni una planta, allí no crece nada. En el centro un kiosko en donde de vez en cuando toca la orquesta de la oficina o algún candidato lanza sus proclamas en días de elecciones, el resto, tierra abrasada por el sol.

La Oficina es un pequeño pueblo, uno más de los ciento cincuenta que hay en la pampa. Además de la Administración y la pulpería está la posada o cantina en donde se da comida a los solteros, comida que es descontada en cada pago. El resto, largos pabellones en donde se achicharran las familias. Pasado el medio día nadie sale de “sus casas”, el sol hace subir los termómetros por sobre los cuarenta grados Celsius y dentro de las casas pasa los cincuenta.

En medio de las calles pilones de agua potable. Es el lugar en donde cada mañana hay filas de mujeres esperando el turno para llenar un par de baldes y llevarlo a sus casas, agua para cocinar, para lavar la ropa y para asearse también. La espera del turno es la actividad en que las mujeres conocen de la vida en toda la oficina.

Por aquellos días de lo que más se habla es del teatro, de la obra que se prepara. Flor de un día presentarán, cada una de las actrices y actores lee y relee sus papeles; los hombres tienen menos tiempo, después de su turno llegan al teatro y ensayan. La gente de la Oficina quiere saber que ocurre en la obra, las actrices no sueltan nada, saben que una dosis de misterio ayudará al éxito.

Alamiro, además de ensayar, lleva al teatro un cuaderno en el cual va anotando y descubriendo los secretos de las letras, sabe que de eso dependerá mucho su vida ya que a poco trabajar se percata que casi nada de lo ofrecido por el enganchador era cierto y que la Compañía no sólo gana con el trabajo de los obreros, que la pulpería cobra dos o tres veces mas caro que en Iquique; les roba haciendo mal los cálculos con la cantidad de mineral extraído y también esquilma cuando cambia las fichas por dinero chileno ya que cobra una comisión, tampoco es extraño que el cálculo del cambio se haga en base al valor más bajo que tuvo la Libra Esterlina en el mes. La filosofía de la Compañía, que todo el dinero pagado a los mineros retorne a sus manos.

Poco a poco el joven campesino-minero se va percatando de las injusticias que hay en la pampa y de cómo la compañía se aprovecha de la ignorancia de ellos. En el rajo ve otra de las cosas que le atribulan, los matasapos, niños de no más de trece años que con un combo de madera dura, pasan todo el día golpeando los trozos más grandes de mineral para que quepan en los sacos y no hieran los hombros de los cargadores.

—Compadre Rosendo, mire, yo y usted también empezamos harto chicos a trabajar, yo tenía como diez años cuando mi taita me empezó a llevar a la mina y si no, tenía que vigilar la majada de cabras, por eso no aprendí a leer, usted es igualito que yo.
—Si poh Alamiro, así no más es la vida del pobre, si hasta lo dice el cura en la misa.

—Mire los cabros chicos trabajando de matasapos, ellos deberían estar en la escuela Rosendo, no aquí.
—P´tas, tiene razón compadre, pero fíjese en el más chico, es hijo del maestro Guillermo, tiene diez hijos y no le alcanza ná lo que gana, ya tiene tres hijos trabajando y sigue faltándole para comer.

—Lo sé Rosendo, por eso yo estoy aprendiendo a leer y escribir con el Arsenio. El cabro que trabaja en la administración llevando los libros, él estudiaba para profesor y se salió, pero es buen hombre y enseña lo que sabe y otras cosas también
—¿Qué otras cosas?

—Otro día le cuento compadre, mire que viene el capataz y no quiero que nos vea conversando. Yo le voy a pedir me cambie para ser barretero, se ve más fácil que perforar las rocas allá en Ovalle.

Alamiro conversó con el capataz le dijo que en Ovalle trabajaba en las minas como barretero.
A la semana siguiente fue cambiado de puesto de trabajo, le subieron el salario en cincuenta centavos por día.
Ahora debía perforar el suelo para colocar las cargas de pólvora y con ello permitir sacar el mineral para enviarlo a la planta procesadora y de allí obtener el salitre. Debió comprar los barrenos ya que eran de propiedad del trabajador, la primera vez que abrió los cañones y cargo la pólvora y debió gritar Con fuego...tiro grande lo hizo con algo de miedo y voz poco fuerte, pero sus compañeros gritaron por él y todo el mundo corrió hasta colocarse a un kilometro de la explosión.

Con él, como barretero y en otras labores encuentra a muchos mineros de otras nacionalidades, argentinos, bolivianos y peruanos, algún chino o español. Todos son igualmente explotados, piensa y en su cabeza surgen las contradicciones.
Hace pocos años Chile se embarcó en una guerra con Perú y Bolivia por el dominio del salitre. Hoy estas calicheras son en su mayoría de propiedad de los ingleses, las menos son chilenas, si hasta nos pagan en Libras que no es dinero chileno, entonces se peleó para otros. Más de algún minero chileno, peruano o boliviano fueron soldados en esa guerra quizá estuvieron en las mismas batallas en frentes diferentes y ahora nos roban por igual.
Ve con estupor que todos los que trabajan allí son iguales, que lo que aprendió en el ejército tampoco es cierto.

Traba amistad con niños que trabajan como herramienteros, cada mañana salen con mulas cargadas con las herramientas que se utilizarán en el día; llevarán las malas a la maestranza para que las reparen; van con los pantalones parchados y sus camisas de sacos harineros manchadas de sudor y tierra. Cuando viene el tiro se sientan con los mineros, arman sus bolas de hojas de coca y las mascan, hojas de coca que son vendidas en la pulpería, con ello se quita un poco el cansancio que les produce el trabajo bajo el sol.

Esa tarde de martes se armaron los cañones, el barretero gritó, todos corrieron, llegó la explosión pero quedó un tiro echado, no hizo explosión. Mañungo uno de los niños herramienteros se fue corriendo a mirar la razón, le gritaron que no lo hiciera, pero, quería llegar primero, cuando le faltaban unos quince metros, el tiro explotó, la explosión lo hizo volar por los aires, el niño murió al instante.

Los mineros corren con el corazón en las manos, esperan el milagro de qué esté vivo, al llegar a su lado, el niño sangra por la boca y los oídos. Uno le coloca la mano en el corazón, no late, se persignan. Alamiro se queda quieto, no habla, no se persigna, tampoco llora, se había hecho amigo de Manuel. Fue el niño quien le enseñó a hacer el bolo con hojas de coca, ceniza de carbón de espino y papa rayada; vomitó la primera vez Mañungo reía con grandes carcajadas, una risa más grande que los parches de sus pantalones.

Era alegre el Mañungo –medita Alamiro, mientras mira los ojos sin vida del niño-. Ayer conversábamos acerca de su familia, su padre es de Canela, le aconsejé que fuera conmigo y aprendiera a leer y escribir con el Arsenio. Por suerte no fue uno de los tiros que yo preparé, pero mi compadre que lo hizo está mal, esto no es culpa de él ni del niño. ¡Es esta puta vida que nos ha tocado!.

El capataz llegó, miró al cielo y solo atinó a decir ¡Chuchas, el manolo sabía que era peligroso! A ver niños, paren la faena, dejen todo como está. Alamiro busque dos palos largos, si es que encuentra, o use los mangos de algunas palas, amárrenle unos sacos y le hacen una cama, que lo lleve la mula de regreso. Usted era amigo del niño, lleve usted la mula.

Alamiro lo haría aunque no se lo ordenase el capataz.

—Bien señor, le voy a limpiar la sangre de la cara, con el agua que me queda.

—Yo también tengo agua Alamiro. Y yo y yo. - Dice un coro de mineros

Entre todos limpiaron al niño, le peinaron, y se regresaron caminando detrás de Alamiro y la mula. Un cortejo largo y lento, más de una hora de lento andar.
En las casuchas del campamento había inquietud, se oyó la primera explosión y luego la segunda, algunas madres se persignaron, pidieron al altísimo no haya sido accidente. Cuando la comitiva vio a la distancia la oficina, disminuyeron el paso, era como si no quisieran llegar, luego se sintió el ladrar de algunos perros, eso hizo detonar la alarma. Salieron las mujeres y niños a mirar el cortejo que se acercaba, los niños corrieron para ver, las madres quedaron como clavadas al suelo caliente.

Pasaron por la Administración en donde el enfermero confirmó la muerte. El capataz, pidió a Alamiro que llevase al muerto a su casa.

Dos carpinteros fueron ordenados para que con algunas tablas de pino hicieran el cajón y lo pintasen de negro. Hubo una reunión entre los jefes, darían dos sueldos a los padres, un cajón de velas para el velatorio, café de trigo y algunas mercancías para que no faltase en el velatorio, el día del entierro lo darían libre, no les quedaba otra alternativa. Eso sería mejor a un paro, ya que nadie trabajaría ese día.

Dejaron a un par de funcionarios a cargo y los otros huyeron rápidamente para Iquique.

Alamiro se fue con su carga e infinita tristeza, caminó las calles del campamento con el niño en la camilla detrás de la mula. Llevaba tristeza y rabia en su corazón. Se acercó la niña Mariana, le miró, tomó la mano de Alamiro y caminó a su lado, no preguntó nada, tampoco hizo comentario, era su manera de expresar la solidaridad al hombre que se había metido en su corazón.

La gente se fue colocando detrás del cuerpo, la madre ya sabía y lloraba desconsoladamente. Cuando llegó el cortejo, Mariana soltó la mano de Alamiro, este sólo atinó a abrazar a la madre; miró al cielo, sabía que sería la única manera que no llorar. La madre se lanzó a abrazar a su hijo. Alamiro tomó al niño en brazos, lo alzó como si no pesara nada, entró en la habitación y lo colocó en la cama a la espera que llegase el cajón para velarlo. La madre dejó entrar algunas mujeres, ellas se encargarían de desvestir y vestir al niño.

Algunos trabajadores chinos entregaron papeles de colores, con estos se confeccionaron flores para hacer las coronas de cementerio de la pampa. Pidieron flores frescas de Iquique, las que llegarían mustias.

El maestro Juvencio, director del grupo de teatro se apersonó a la Administración y solicitó a don Fernando que se facilitara el teatro para hacer allí el velorio. Este tenía instrucciones de colocar la menor cantidad de problemas ya que una huelga sería más caro, así que le entregó al maestro las llaves.

Llegó el día del entierro, si los funerales son tristes, un funeral en la pampa lo es mucho más. Toda la oficina asistió, llegó gente de otras oficinas de otros cantones. El padre del niño tomó una de las asas del cajón, el hijo mayor la otra, Alamiro y tres herramienteros se colocaron también para cargar el ataud. Caminaron hasta el cementerio de la oficina, era media tarde, el viento sopla fuerte, las coronas con flores de papel de otras sepulturas lucen desteñidas y suenan con el viento entonando una de los cantos mas tristes que pueda haber. Las coronas de Mañungo son las únicas de colores vivos, en poco tiempo el sol las desteñirá.

Las mujeres lloran. Despiden al niño sus amigos Alamiro y Arsenio. El maestro Juvencio toma su guitarra y comienza a hacer sonar un vals. Un herramientero boliviano, compañero de Manuel saca de su chaqueta una quena y acompaña al maestro Juvencio, quien con su voz de tenor inicia el canto.

Canto a la pampa la tierra triste
réproba tierra de maldición
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación

En donde nunca el ave gorjea
en donde nunca la flor creció
ni del arroyo, que serpentea
su cristalino bullir se oyó

Año tras años por los salares
del desolado tamarugal
lento pasando van por millares
los tristes parias del capital


Dejó hasta allí la canción, sabe el maestro que no debe seguir, que aún no es el tiempo.

Alamiro, luego que la madre y el padre y otros han lanzado su último puñado de tierra como despedida, toma la pala, lentamente llena la sepultura y finalmente coloca las coronas y flores.

Se afirma en la pala, mira el horizonte que va cambiando de colores, mira, pero sus ojos no ven el horizonte desértico, Tan sólo ve un futuro que no será fácil.

Curiche
Febrero 27, 2007

Texto agregado el 27-02-2007, y leído por 323 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
09-11-2007 La peor desgracia, leyendo tu relato desde mi ordenador en estas fechas y sabiendo de cuando hablas, es ser consciente de que la explotación infantil aún se da en zonas de sudamérica, áfrica y asia. Cada vez con argumentos más sofisticados, como nuestro sofisticado mundo. También es triste ver que no hemos aprendido nada, a pesar de lo evidente de tu frase "se peleó para otros" y ahí seguimos. Eso es triste, recordar la historia, comparar y ver que en la forma sí, pero en el fondo no ha cambiado mucho. Selkis
31-05-2007 Muy bueno el capítulo. Mis 5* . salambo
18-05-2007 Has hecho una investigación formidable que plasmas con simplicidad. Así es como se enseña. y se conoce Canela alto y bajo, Ovalle, Serena...Y mira tú cómo aparece la solidaridad,...en la desgracia...se aprende,se aprende. BenHur
11-04-2007 Hay amigo, que tristeza leer esta parte, y pensar que esto ocurre una y otra vez, en diferentes lugares del mundo como pan de cada dia...te sigo leyendo, y felicitaciones por tu maravilloso trabajo...te sigo. Arianna
04-04-2007 Que capítulo tan triste injusto y desolador, pero a la vez tan hermoso y bien narrado... Un saludo! Sigo!***** josef
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