Llevábamos tanto tiempo escondidas que no pudimos volver atrás. Vivíamos en lugares que no conocían, a la sombra, entre tuberías, con miedo, así es como hemos crecido. A veces algunas llegaban, tras un largo viaje, para reunirse con nosotras. Llegaban de una en una, muy pocas veces fueron dos o tres las que, entrando por uno de los pequeños agujeros llegaban hasta nuestro escondite. Nosotras las oíamos hablar de lugares abiertos, de comida, de gente enorme que nos odiaba, les llamaban humanos. Lentamente esas historias se fueron haciendo cada vez más nuestras, nos vimos con luz, con espacio, y comenzamos a hacernos fuertes, tanto que comenzamos a no temerle a nada. Fue entonces cuando decidimos salir.
Comenzamos descubriendo lugares nuevos, cercanos a nuestro escondite, después fuimos ampliando nuestros horizontes mientras avanzábamos. Nadie apareció durante un tiempo pero un día, cuando la noche estaba tranquila, la luz nos cegó a todas. En la puerta, grande, cubierto por telas sucias, apareció el humano que tanto habíamos temido. Cogió unos papeles y los enrolló usándolos como arma. Se dirigió hasta nosotras intentando golpearnos pero su torpeza hizo que saliésemos indemnes. Nosotras no nos movimos de nuestro sitio, algunas todavía estaban mareadas por la luz. Cuando se vino hacia mí lo esquivé, salté del sillón que me encontraba y corriendo busqué refugio debajo de uno de los muebles. Luego se dirigió hacia a la cocina, le seguí temiéndome que las demás cayeran con sus golpes que iban mejorando por momentos. Intenté avisarlas, unas huyeron pero algunas, más jóvenes, despistadas por el sobresalto en la cocina se quedaron inmóviles. El humano alzando un pie lo dejo caer aplastando a una de ellas. Su pie había caído sobre ella como una meteorito, rápido muy rápido y había producido un sonido sordo, como una cáscara. Recreándose en su victoria, mirando el cadáver que se encontraba en su pie, salió corriendo. Aprovechamos para escondernos, volvíamos de nuevo a la sombra, a las tuberías a los rincones que no ven, aunque esta vez no sería por mucho tiempo.
Habíamos conocido otros lugares, habíamos vivido en la luz del sol, en espacios con aire, ahora queríamos recuperarlos. Teníamos que idear algún plan que nos llevara de nuevo a conquistarlos.
Una noche trajo a una compañera, otra humana. Cuando el humano iniciaba un ritual de apareamiento, encontrándose distraídos en un sofá, salimos en formación de batalla, rápidas, corriendo desde el mueble cercano, mientras otras escondidas en la lámpara saltaron a la cabeza de los humanos. La humana al ver como nos acercábamos a ella y mirando el hombro de su compañero, en el que se encontraban dos de las más compañeras más grandes, comenzó a saltar y gritar por todo el piso. El humano iba tras ella con los brazos abiertos intentando frenar su alocada carrera, mientras se agitaba como un poseso intentando desprenderse de las que tenía encima, el la ropa, en el pelo,. La chica después de unos segundos frenético abrió la puerta y huyó, una de nuestras compañeras seguía pegada a su espalda.
Después hemos sufrido derrota tras derrota, durante unos días pensamos que volveríamos a adueñarnos del piso, pero fue algo fugaz, el humano lo había llenado de un aire viciado, un aire que fue matando a muchas compañeras. Muy pocas pudimos sobrevivir a ese arma. Volvimos a las tuberías, a la oscuridad, pero recordando como hubo un tiempo en que fuimos las dueñas de otros lugares.
Estamos creciendo, las más jóvenes nos oyen hablar de sitios que desconocen que se les ofrecen a cada instante, lugares que están al otro lado de la pared. El aire viciado no nos perjudica como antes y cada vez somos más fuertes.
Pronto no le temeremos a nada, a nadie.