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Hay cosas demasiado frustrantes, una de ellas, no saber qué hacer cuando posees todo para hacerlo. Ser el más hábil, o el más inteligente, y terminar estrellándote, apenas a flote, en vez de en la cima, donde perteneces.

Lo dije antes, es verdad, pero más vale repetir que olvidar: no conocí un idiota más grande que Maliakbel. Era, desde todas las perspectivas posibles, la persona que menos aportaba a este planeta. Ni siquiera era un estorbo útil, no podías confiar para nada en él. Así y todo me caía demasiado bien. Era inteligente, gracioso, y parecía tener una incomprensible e inaplicable habilidad innata para todo. Como que lo hacía todo hasta el toque final, porque algo siempre manchaba el resultado, y al final, parecía que no hubiese hecho nada bien.

Lo vi aquél día, creo que llovía, y caminaba tranquilo, algo distraído, en alguna dirección sólo conocida por él. A veces se comportaba extraño y misterioso. Era raro, desde su nombre para arriba. Todo sobre él era inusual. Su hogar, primero, era lejos y lúgubre. Sus padres casi nunca aparecía, y siempre que lo hacían, uno no podía esperar a que desaparecieran: asustaban. No tenía hermanos, sí mascotas: arañas de todas clases, serpientes, y un par de bichos raros que nunca supe que eran. Pero además, un extraño invernadero donde guardaba algo que jamás nos enseñó.

Ahora que desapareció, pienso que quizás el monstruo que tenía ahí oculto se lo comió, o algo por el estilo. Sólo un final así sería digno de él.

Era, a pesar de todo, blanco de todas las bromas y de todas las reprimendas. Siempre que algo sucedía en clases, él era el culpable, aunque no lo fuera nunca, pero su nombre se elevaba al cielo acallando cualquier duda, “¡Maliakbel fue!”, lo que seguía con un “Maliakbel, a la inspectoría”, o cosas así. Vivía en los pasillos, planeando alguna travesura. Ahí sí que era el culpable, pero ahí nunca lo atrapaban. De hecho, nunca supimos con certeza cuantas cometió, o cuantas cosas extrañas que sucedían a nuestro alrededor no eran obra de él. Quizás, todo lo que pasaba, todas sus culpas, eran hasta su propio plan.
Era tan brillante como aparentaba ser un idiota, por eso lo que dije antes. Era ambas cosas a la vez y de manera notablemente perfecta. Uno se sorprendía de veras con este tipo.

Era como una mezcla de Draco y Neville, o mejor Los gemelos Weasley y Neville, porque al menos a mí, no me parecía perverso, pero si ingenioso al punto de que no te dabas bien cuenta de que era su idea, y para eso, se requiere más que una simple inteligencia o un toque de genialidad, se requiere un balde de genialidad.

Y digo, pocos lo notaban.

Yo lo vi al final, creo que tenía algo raro en mente, como siempre. Probablemente fue otra de sus travesuras, quizás ésta se le fue de las manos.
Resulta que le tenía algo de rencor a algunas personas. Él parecía saber demasiado de demasiadas cosas, algunas algo tenebrosas, y por eso la analogía Potteriana. Algo demasiado tenebroso. Su nombre incluso me recordaba los cuentos de Lovecraft, sonaba a idioma antiguo y oscuro. No podía traer consigo nada bueno.

Cuando intenté que me mostrara ese invernadero, casi se volvió loco. Intenté poco a poco, al final fui bien persistente y un poco agresivo, pero su respuesta me dejó helado:
“Sólo muerto verás el interior de esas paredes”. Totalmente helado. “Éste tipo está loco” pensé, “loco de veras”.

Cuando desapareció la gente tardó en darse cuenta. Primero creíamos que era alguna gripe, muchos habían faltado, pero no vino más. Fuimos a su casa y estaba vacía. Preguntamos al director, y el nos dijo que su padre había llamado para retirarlo del colegio, pero que ni siquiera se presentó en algún momento ha tratar las cosas en persona, “Sólo envió el cheque para cancelar, junto a una carta que decía: Es tiempo de marcharnos ya, Maliakbel no asistirá más a su escuela. Cancelo todo el año, así evitará molestias. Adiós”. Parco el hombre, un padre extraño, claro ejemplo de su hijo.

Leí por ahí que su padre había sido un hombre exitoso. Tenía libros a su haber, grandes estudios en diversos ámbitos, doctorados, y todas esas cosas que deciden si eres o no exitoso, ya que por sobre todo tenía la más importante: Dinero. Su papá era millonario, y muy famoso en ciertos círculos. Creo que Maliakbel quería seguir sus pasos. Mostraba facetas de niño súper genio a ratos, pero luego se enredaba. No sé si trataba de ser o de no ser súper genio. Quizás quería ocultarlo, quizás trataba de no ser la sombra de su padre. Es que si sigues los pasos de un padre exitoso, nunca serás tu mismo, serás su secuela. Además, muchos dudarán si mereces lo que tienes, o lo tienes por tu padre. Creo que eso no le hubiese gustado a Maliakbel. Creo que tenía mucho que ofrecer, como para más que ser el número 2.

Le gustaba el fútbol. Dudo que su padre conociera que era el fútbol. No lo dejaban jugar, pero lo hacía igual. Era hábil, era rápido, pero era un triatleta, por lo que no era muy apreciado. Triatleta igual: Corre, bicicletéa y al final, nada. Cero aporte.
Igual siempre lo elegía en mi equipo. Muchos me lo reprochaban, pero me agradaba el tipo, le tenía fe.

A veces daba la impresión de que no quería que se notara que era tan bueno. Quizás por miedo a su padre, no quería ser de la selección ni nada, por que sería una afrenta a la familia, al señor doctor- magíster – científico -escritor y toda esa mierda.

Así era el tipo, raro y multifacético. Algunos dirían un hombre del renacimiento. Yo también lo diría, pues lo vi pintar, escribir, cantar, tocar el violín y el piano, y resolver increíbles ejercicios de física y matemáticas, además de acertijos de miedo, que yo ni siquiera podía entender, menos resolver.

Pero al final se fue, y no sé si lo tiró todo por la borda con sus boberías o no. Hizo algo, y el colegio se volvió un caos ese día, pero nunca supe bien cómo. Él tenía puros 7, pero ya dije, se pasaba expulsado de la sala, vagando por los pasillos y quien sabe, ¿planeando su próximo golpe?

Su último día de clases lo recuerdo perfectamente. Nadie más notó que era el último.
Unas llamas se encendieron por la cancha de fútbol, formando una extraña inscripción. Muchos creyeron que eran un acto de vandalismo satánico o algo así, pero yo reconocí un símbolo arcano que había visto mucho antes en su cuarto, en uno de sus extraños libros. También el agua sabía rara, y tuvo un color extraño todo el día. Al mismo tiempo las hojas de los árboles se mecían distintas de lo usual, y su amarillo refulgía poderosamente. Todo parecía más vivo. Nadie notó tantas diferencias, excepto yo. Puede ser que lo comprendía mejor, o que soy, más sensible, o simplemente más paranoico, porque le atribuyo habilidades extraordinarias ahora que lo pienso bien. Pero yo le tenía mucha fe, sabía que tenía algo especial y único.

Además de todo, había unas semillas flotando por todo el cielo, sólo dentro del colegio. Al salir a la calle había cambiado el olor, y fue por eso que las noté. Eran el sabor extraño del agua, y estaban regadas por la tierra que removí, en la base de las llamas, varios días después del incidente.

La reencarnación forma parte de muchas culturas. Supe un día de una extraña rama de aborígenes precolombinos, tenían ciertas artes que hoy llamaríamos oscuras, pero cuyo fin era la vida, la inmortalidad y la preservación de cada alma en el mundo, como parte de la naturaleza, de todo. Tenían un ritual que mezclaba el fuego, símbolo de transformación y renacer, con unas extrañas especies de frutos y plantas inexistentes. Al menos, en ningún libro ni página Web de botánica pude encontrar algo parecido.

Era algo así como que se comía la fruta, se creaba una fogata quemando sólo hojas y tallos de una de esas plantas, y luego se esparcía la especia. Esta especia era lo más complicado, pues decían que sólo brotaba del fondo de la flor de una planta rara que florecía cada 333 días, y que moría su poder a los 333 segundos.

Encontré curioso que supieran todo eso y no supieran bien ni el nombre de la tribu ni donde vivía. Me sonó a cuento, pero bueno, Maliakbel lo creía, y como he dicho, yo creía mucho en él.

Al final, el hombre se quemaba hasta desaparecer, pero su cuerpo no se pudría ni se carbonizaba, sino que se consumía en semillas que se esparcían por el viento, que pasaban a formar parte de todo a su paso, dando vida, dando resplandor al mundo.

Fue increíble pensar que lo que quedaba de él fuese sólo semillas en el aire, formando parte de todo, pero también era reconfortante pensar, que esas semillas eran incluso parte de mí, dándome parte de su vida, de su energía. Todos los demás no lo notan, pero quizás tengan algo de él en su sangre, en su corazón, o quizás en su alma.

Días después, todo el asunto me quedó bien claro cuando, hojeando el libro - que de paso, había encontrado en la biblioteca, pero me dijeron que lo tenían por que alguien lo había dejado ahí olvidado – noté algo muy obvio, el nombre del autor: Marasiak Miskarkan, el padre de Maliakbel.

Debo reconocer que, si fue verdad, el tipo era genial. No creo que muchos podrían llegar a saber como hacer lo que hizo él, como convertirse en inmortal. Pero debo decir también, que el tipo fue bien idiota. ¿Cómo se le ocurre convertirse en semilla en el siglo 21, cuando a nadie le importa la naturaleza? Probablemente se este bañando en toxinas ahora mismo. Y segundo, ¿en qué estaba pensando cuando quemó nuestra preciosa cancha de fútbol?...

Al menos logró lo que quería. Me pregunto si será feliz ahora.

Texto agregado el 04-03-2007, y leído por 135 visitantes. (2 votos)


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