TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Vigneau / EL REY

[C:274]

Nuestra gente habita el valle rodeado por picos de nieves eternas, aunque nunca tuvimos nevadas. Sólo las conocemos por los libros o por referencias de los viajeros. Sé que, más allá de esas montañas, existen otros grupos que pertenecen a nuestro reino pero, aún hoy, no llegué a tratarlos. Espero poder hacerlo algún día. Me contaron que esas personas son más toscas y algo despreocupadas. Su clima, no tan privilegiado como el de este lado, contribuye al desarrollo de ese temperamento.
Como pueblo sólo sentimos satisfacción, a veces forzada, por las medidas tomadas por quien rige el destino de nuestras vidas. Debemos acatarlas desde aquel momento en que sellamos el pacto implícito con el que consideramos el mejor guía, aunque no tengamos la posibilidad de elegirlo. En otros lugares lejanos lo hacen, pero no conocemos el manejo de ese sistema. Suponemos que el nuestro es el más próspero.
La coronación será recordada por varios años. Gente de sitios exóticos, con sus vestimentas igualmente extrañas y regalos que nunca hubiéramos imaginado, asistieron a la celebración. Algunos nos visitaron y hasta hablaron con nosotros. Se asombraban de nuestra ropa holgada y sencilla, y de nuestros rasgos caucásicos. Sus idiomas no fueron un escollo para entenderlos. Sólo tuvimos que ser amables y demostrar la humildad que nos caracterizaba. De ahí en más, ese día lo tomamos como festivo. Con la comida sobrante pudimos alimentarnos por largo tiempo, sin tener la necesidad de trabajar por ella.
El antecesor murió tras una penosa enfermedad desconocida por nuestros eruditos. Yo era muy chico y me contaron que la relación era fría y distante. De carácter autoritario, y supuesta-mente mal aconsejado, casi nunca se lo veía. Cada acto suyo era cuestionado, pero no pasaba de una simple controversia verbal en secreto. Todavía dudamos del parentesco que lo unía al sucesor.
Desde su asunción, el nuevo rey se asomaba todos los días al balcón del palacio, cerca del mediodía y al atardecer, para saludarnos. La primera vez nos dimos cuenta de sus bondades por los gestos paternales que esgrimía, a pesar de la lejanía que nos separaba. En la mano derecha llevaba un anillo que brillaba como una estrella. Esta era la suerte que gozábamos los que vivíamos en el valle.
Una vez sola faltó a la reunión, cuando enviudó varios años después. La reina, que no solía mostrarse tan seguido, tenía unos cabellos que reflejaba el sol. Siempre lo esperábamos y, pasado el infortunio, al presentarse lo aplaudíamos para darle ánimos y fuerzas. Percibíamos su melancolía. No tuvo herederos.
De pronto esas salidas fueron haciéndose en forma esporádica. Comenzó apareciendo solamente al mediodía, y luego cada tres o cuatro días, hasta que no lo volvimos a ver. Sentíamos vulnerabilidad. Para esa época mi familia emigró hacia las regiones costeras. Me quedé con la casa, trabajando tal como lo hacía desde pequeño.
Varios meses habían pasado desde su última vista, cuando solicité una audiencia por motivos que ya no recuerdo. Estaba nervioso al presentarme ante la guardia pero creo que disimulé bastante bien. Me atendieron con cortesía. No vi que alguno se riera. Era la primera vez que me acercaba tanto al palacio. Me contestaron que espere a que un mensajero real fuera a mi hogar con una invitación formal. Ese era el protocolo, de otra manera no podría atenderme. Además el soberano, en aquel momento, no hubiera podido hacerlo. Su enfermedad le impedía realizar cualquier actividad, incluso conversar. Al menos comprendí su ausencia.
Pasaron semanas sin noticias y decidí volver. Fui mejor vestido que en la anterior ocasión. Pensé que habrían olvidado mi pedido y , tal vez para enmendar el error, harían que me atendiera enseguida, si se hallaba repuesto. La respuesta fue la misma. Insistí pero mantuvieron sus argumentos de manera inflexible.
Amagué retirarme y me escondí detrás de una de sus casetas. En un instante de distracción, al cambiar la guardia con la caída del sol y creyendo haberse librado de mi, los burlé. Entré al palacio cruzando las rejas y el gran pórtico, estilo bizantino. Allí conocí el lujo y me asombró. Varias arañas encendidas bañadas en oro, cuadros de pintores famosos colgados en las paredes con las imágenes de los distintos monarcas que gobernaron nuestro pueblo y una recepción dos veces más grande que mi casa obnubilaron mis ojos. Curado de la primera impresión, divisé a un costado una gran escalinata de mármol, delante de varios ambientes inmensos. Ascendí suponiendo que conducirían a los aposentos.
Frente a mi irrumpió un amplio pasillo con varias habitaciones. La alfombra bordeau simulaba ser la continuación de los tapices de las paredes. Toqué con timidez a la puerta más fastuosa, estimando que aquella sería la de nuestro guía. Nadie contestó y me atreví a entrar silenciosamente. Mi temor nacía del castigo que sufriría por mi intromisión, a parte de la creencia que alguien pudiera sugerir de un intento de conspiración. Sabía de la dureza con que se reprime al culpable de esas actitudes y a su familia.
Un aroma extraño y perverso a la vez envolvió mi presencia. Despacio me acerqué al lecho y grité horrorizado. Sin darme cuenta atraje la atención de los demás. Bajo las sábanas de seda, cubierto en dorados paños, yacía un esqueleto con sus últimos dientes.
Un instante más tarde y, sin posibilidades de escapar, percibí las gélidas y plateadas defensas de los guardias rodeándome. Sus oscuras vestimentas se contraponían a las pálidas del primer ministro del monarca, su consejero. Avanzó entre ellos hacia mi con una sencillez que me sor-prendió. Esperaba el peor de los finales.
Me explicó, sin vueltas, que aquello era lo que quedaba del rey. La agonía había comenzado con la muerte de su esposa. Levantó las mantas y me mostró el anillo encajado en uno de los huesos de la mano derecha. Esto debía ser un secreto. No sabían como reaccionaría el pueblo que tanto lo idealizaba. El organizaba todo, pero era ese hombre, con sus habituales saludos y decisiones, el lazo para mantener unida a la gente. Al descubrir el hecho, ya no podría regresar, ni ver a mi familia nuevamente.
Pero hubo una promesa. Si juraba callar, yo sería el próximo en el trono y todo seguiría igual. Allí comprendí ...

Texto agregado el 15-07-2002, y leído por 438 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-05-2003 no se cual seria la modificacion...pero igual..kede como: este, ejmmm...plop! tienes buena tecnica, y una escritura fluida...muy bien!!! besos --)--@ dulcilith
06-09-2002 A mi me encantó la forma de desarrollar le primer tramo de la historia, aunque debería tener un final. Yo, aparte, ya estoy imaginando como podría terminar, y queda muy bueno. Tu idea Vigneau, sobre los reyes y esas épocas, es sensacional, espero otro cuento tuyo así. Oscuro
17-07-2002 Marconio, tenés razón. A mi tampoco me convencía la frase por eso la modifiqué. Un abrazo Vigneau
15-07-2002 La frase final falla. Muy buen cuento, pero las úlltimas palabras lo acorrientan marconio
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]