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¿Quién no sabe que sin la mano derecha, uno no es nada? ¿Quién no tiene claro que ella es la que nos delata, que es nuestra hoja de vida y el pasaporte para realizar las más diversas actividades de nuestra sociedad? ¡Que no daría yo por tener la mano de un hombre poderoso! ¡Sentir como las puertas se van franqueando, permitiendo el acceso a todas las delicias que no son para todos! Pero la mía, esta mano regordeta, apenas me permite el acceso a los alimentos básicos, a las aspirinas y a los combustibles para mi vehículo. No puedo aspirar a más. A menos, claro, que reciba una cuantiosa fortuna que se me depositará en el banco estatal y que de inmediato le permitirá a mi mano acceder a mejores cosas. Por de pronto, podría cambiarme de casa y dejar de lado esta, que es tan precaria, por otra con todos los adelantos. Podría adquirir un vehículo volador, viajar y conocer todo lo que me sea permitido.

Lejanos ya los siglos de las pugnas sociales, somos los hijos de la ultra tecnología. Visto desde este prisma, un millonario del siglo XXII, podría ser considerado un cavernícola. Está demás que explique que las buenas acciones nos elevan en la escala social, la honradez entrega un enorme puntaje. Pero ¿a quien le interesa ser honrado y virtuoso? ¿No es acaso inherente al hombre saborear en su paladar el gustillo agridulce de la perversidad?

Es curioso. En esta sociedad se premia la bondad y aún así, los hombres siguen prefiriendo escalar posiciones por otros medios. Se habla de los “ricos insaboros”, aquellos que siglos atrás eran conocidos como santidades, seres pulcros y castos que hacían votos de pobreza con el venturoso anhelo de alcanzar la gloria eterna. El hombre actual, continúa logrando objetivos por medio de la intriga. Existen las manos poderosas y las manos de cuna, las manos arribistas y las que no anhelan ninguna cosa. Podemos ver a cientos de miserables proscritos del sistema, conviviendo con los roedores, seres que no aspiran a nada y que se entregan a la meditación. Son los vagabundos, filósofos y escritores, que se aíslan del sistema para tomar distancia de los vicios y carencias valóricas de una sociedad altamente tecnologizada, pero esencialmente fría.

He visto fallecer a un millonario. En el mismo instante en que su corazón dejó de latir, las neuronas han deshabilitado su hemisferio derecho y su mano derecha ha comenzado a perder color hasta transformarse en una extremidad blanquecina. Esto se explica por la inmediata transfusión de bienes al estado. Acá no existen las herencias y una vez que una computadora declara la muerte del individuo, sus posesiones son transferidas. Acá se cumple el precepto bíblico: Polvo eres y en polvo te convertirás. Los muertos son denominados “manos limpias”, muy parecidas a las de los vagabundos, llamados “manos inmaculadas” por los sectores intelectuales y “manos sin huella” por los sectores que los denigran. Pero ¿Quién no sabe eso?

Para terminar, les contaré el caso de un hombre pobre que, no teniendo talento ni siquiera para ser virtuoso, se arrimó al alero de un filántropo. Vamos por parte. En esta sociedad, todos sabemos que cada uno debe rascarse con sus propias uñas, la beneficencia está prohibida por considerarse que promueve el ocio. Por lo tanto, incurrir en ella significa exponerse a una drástica sanción. No entraré a polemizar sobre esto. Por otro lado ¿qué podría pretender un ser sin talento al buscar el amparo de un filántropo? Y ¿cómo podría existir un filántropo en una sociedad que los anatemiza?

El asunto es que el menesteroso necesitaba comer y su mano derecha estaba inhabilitada para recibir cualquier tipo de ayuda. Era, lo que se dice, un “amputado”, un ser que limitaba con las alimañas y que no había terminado de desarrollarse como ser humano. Así de paradójica puede llegar a ser nuestra sociedad.

Enrico Pompeyo, el filántropo, le acogió en su mansión y le brindó aquello que la sociedad le negaba. Hubiese bastado que alguien denunciase esta situación para que el poderoso hombre fuese llevado a prisión y su mano cercenada en el acto. Ese era el terrible castigo al cual se exponía Enrico Pompeyo.

Durante más de un año, ambos hombres habitaron la enorme y lujosa morada. El poco talentoso Ezequiel, servía a su patrón con la fidelidad de un perro, que por poco, lo era. Pero, debido a su escaso talento, nada lo hacía bien y en cambio recibía un pago excesivo. Jamás habría podido confrontar su mano con lo que poseía y por lo mismo, permanecía oculto en la mansión, inexistente para el mundo. Cierto día, los inspectores llegaron a las puertas de Aljaba e hicieron un exhaustivo inventario de la ciudad. Cuando llegaron a las puertas de la residencia de Enrico Pompeyo, este atendió personalmente a los empleados. Su honestidad le impedía ocultar los bienes de Ezequiel y sólo era asunto de tiempo que fuese descubierto y arrestado.

Sucedió entonces algo inimaginable. Cuando los funcionarios llegaron a las puertas de la habitación de Ezequiel, éste sintió en ese mismo momento los síntomas inequívocos de la legitimización, es decir, su brazo derecho comenzó a temblar como si una poderosa corriente infiltrase sus nervios y tendones. Después de esto, su mano adquirió una hermosa coloración, similar a la de los hombres acaudalados. Los inspectores le saludaron con respeto y se despidieron de ambos hombres con mucha cordialidad.

No bien los inspectores hubieron abandonado la mansión de Enrico Pompeyo, la mano de Ezequiel se tornó una vez más descolorida y sin vida.

Aquella noche, Ezequiel abandonó la mansión de Enrico Pompeyo y nunca más se supo de él. Siendo una criatura limítrofe, supo entender que su presencia en ese lugar ponía en peligro la situación de su bondadoso protector.

Muchos creen que esa sola acción permitió que el pobre hombre escalara algunos grados en la escala social. Otros presumen que aún deambula por los pantanos que rodean la gran ciudad. Sea como sea, al poco tiempo, Enrico Pompeyo había habilitado en el fondo de su mansión, un recinto para acoger a muchos otros desventurados seres.
Lo dicho, el hombre prefiere escalar en esta sociedad, saltándose los valores impuestos por esta sociedad…












Texto agregado el 11-03-2007, y leído por 247 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-03-2007 Es usted genial, eso de que cuando el millonario muere, su mano se vuelve blanquecina por: "la inmediata transfusión de bienes al estado"... Cosa que a los a los que no son pobres ni millonarios les ocurre en vida, jajajaja. Muy buen texto. Anua
11-03-2007 Es un placer leerte, no ya de por sí por tu estilo, sino porque siempre me quedo pensativo, después de haberte leído...Saludos amigo... churruka
11-03-2007 Excelente gui, mis estrellas toooodas*************** Victoria 6236013
 
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