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Estaba en la terraza contando impaciente los minutos. La vida es corta aunque las horas sean tan largas; el viejo Borges, seguro, escribió eso mientras esperaba. Ella entró en el patio sigilosa pero confiada. Mis venas palpitaron en un deseo homicida, miré el rastrillo cómplice imaginando el golpe, la sangre tibia corriendo por su espalda. ¿Qué clase de mezquindad primitiva nos obliga a pensar que todas las vidas son más chicas que la propia, a proteger la sagrada propiedad de las cosas incluso al precio de la vida ajena?
La vigilo mientras se pasea inocente oliendo el aire, buscando. ¿Inocente? No, ella no es inocente, es como un niño… su ingenuidad es tan falsa como perversa. Cualquiera que halla sobrevivido a las burlas del jardín de infantes sabe, que los niños no son buenos, apenas son débiles y estúpidos. Pero ella no es tonta, sabe lo de los otros cadáveres y no se va, quizás busca un pacto. Admiro su valentía, yo, en su lugar, hubiera huido. Me parecería una locura intentar dialogar con un asesino serial, una bestia que guarda pedazos de animales en la heladera. A diferencia de buena parte de mis congéneres, no creo que la inteligencia sea un atributo exclusivo de la humanidad; sin embargo, sí creo firmemente que la imbecilidad es monopolio indudable del homo sapiens. ¿Sabemos acaso cuál es el daño que nos causa un monitor, un teléfono celular, un horno de microondas, una demanda de divorcio? ¿Alguien nos avisó cuántos grados Richter aguantaría, llegado el caso, la estructura de la casa que nos cobija? ¿Cuántas pequeñas crisis nos separan de una quiebra financiera global, de la miseria absoluta? No obstante, nos encanta escuchar una de las palabras más mentirosas del cosmos: seguridad. Gastamos dinerales en armarnos de toda clase de seguridades, cuando el común denominador de nuestra vida es la inseguridad perpetua. Al final estamos exactamente igual que ella: colgando de una telaraña que en cualquier parpadeo desaparece, a merced de los vientos, los terremotos, el desempleo, las guerras, los celulares, los monitores y de un montón de seres violentos más fuertes y despiadados que nosotros que nos vigilan desde la terraza mientras deciden si pegarnos o no el rastrillazo. No creemos en los milagros y es un milagro que sigamos vivos.
Existe la posibilidad infinitesimal que ella podría traer entre las patas el germen de algún virus letal, pero no me importa, es más fuerte la empatía, no estoy dispuesto a ningún pacto. Si no probó el doloroso metal o el acre sabor del raticida, es solamente por eso No simpatizo con ella ni con ninguno de los de su raza. Y no es por su falta de aseo, tampoco simpatizo con los pulcros hamsters o las bucólicos conejitos que encontraron la estrategia de marketing adecuada para venderle su presencia a los seres humanos. Yo también odio el marketing, pero eso no significa que quiera adoptarla como a un perrito. ¿Cómo se hace para simpatizar con un ser cuyos sentimientos son totalmente inexpugnables? Tendríamos que preguntarle a los hombres de buena conciencia. Esos que se saludan los domingos en la iglesia, que se abrazan, cuando se encuentran en el club. Los que no pueden referirse a un tema que les parezca serio, sin darse golpes en el pecho. Un día son ecologistas, otro liberales y otro revolucionarios, siempre con todo un equipaje de coartadas filantrópicas, pero a la hora de la verdad, están aterrados ante la posibilidad de convivir con individuos diferentes a ellos. Te asesinarían en un santiamén, celosos de una asepsia que los hace sentir seguros. Listos para creer en el primer raticida que les prometa la palabra más repetida por el Führer en sus discursos: exterminio, exterminio... Sonrío, mientras le anunció mi presencia gritando esa palabrita que hizo delirar de fervor homicida a millones de rubios y eficientes alemanes: ¡Vernichtung! ¡Vernichtung!
Ella se esconde atrás del ficus, bajo y le dejo abierta la puerta que da al pasillo. Espero que sepa que mi buena voluntad se acaba en tres horas, el tiempo que tarda en hacer efecto el veneno que echaron los fumigadores. Mi pequeño Auschwitz privado. No creo que se escandalice mucho de mi matanza, ella también odia las cucarachas.

Texto agregado el 13-03-2007, y leído por 185 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
04-06-2007 El texto es vertiginoso. Acaso demasiado introspectivo. Sin embargo, es inteligente y deja pensando. Lo tuve en casa dos días, sobre el escritorio, los interrogantes que plantea serían interesantes para debatir. No escasean esos temas en mi obra, pero los abordo diferente. Sé que la intención de tu texto iba a otra cosa, acaso eso va en desmedro del final. Pero de todos modos es un buen texto y debo decir que considero tu narrativa muy buena. Saludos. OrlandoTeran
04-04-2007 Recuerdos a Borges... sereira
30-03-2007 parece que yo tambien tengo mi Auchguits, me masturbo muy seguido para no generar razas inferiores. y luego me vuelvo a dormir cuando en mis sueños soy todo lo que describes. A menops que sea tan valiente como para enfrentarme a la realidad y me despierto, todo es distinto. La vida no tiene problemas, los problemas los fabrioca el soldado heróico que todos los días destruye una nueva idea para disfrutar del amor a la vida. Estoy tan cansado de dormir... benluthor
13-03-2007 je... buen escrito! trukovaliente
13-03-2007 ¡Qué bueno! °°°°° Melisacampos
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