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Solo bastó un golpe para hacerla entrar en razón. Dejó la tarea sin terminar y salió corriendo escaleras abajo hacia la sala de estar. Pero no. Nada la libraría del torrente de golpes que vendrían después. Su madre bajó como un huracán y poniendo rígidos sus puños comenzó a golpearla en el estómago, la espalda, los brazos y en el rostro.

-Eres una estúpida, una mal agradecida, una idiota, maldita mocosa. - decía su madre mientras la golpeaba una y otra vez.

Leslyann no dijo nada. Además, ¿Qué podía decir? Claro que no era justo que su madre se desquitara con ella por no obtener un ascenso en la empresa, pero Leslyann no podía hacer nada. Absolutamente nada. Media hora después los golpes cesaron, la furia desapareció del rostro de su madre y, como nada, se fue a la cocina a preparar la cena. Leslyann se levantó con mucho cuidado, procurando no lastimarse la media docena de costillas que tenía rota. Pero el dolor era aterrador. Lagrimas brotaron de sus ojos y antes de que su madre se diera cuenta, subió a su habitación cerrando la puerta tras de sí.

Todas las noches era lo mismo. Su madre llegaba a la casa y descargaba sobre ella toda la furia que reprimía en las mañanas. Ya estaba harta de todo eso. Harta de vivir como lo hacía. Si su madre cambiara… pero ya habían pasado 8 años desde que su madre había comenzado ese ritual y algo le decía que eso nunca cambiaría. Nunca.

A la mañana siguiente tomó el autobús escolar y como siempre fue el objeto de muchas burlas por parte de sus compañeros. Al llegar al colegio su rutina diaria comenzó. Era muy buena en todas las materias, pero de que valía serlo si ni siquiera recibías crédito por ello. Un simple “Haz echo un buen trabajo hoy, Leslyann” por parte de sus profesores hubiese bastado. Pero nadie se tomaba la molestia de decirle algo bueno. Era tanto como un cero a la izquierda.

Además de tener que lidiar con el incesante dolor que tenía en todo su cuerpo producto de la paliza de la noche anterior, sus compañeros de clases no cesaban de hacerle bromas y decirle malos nombres. Leslyann no pudo soportarlo más y decidió saltarse las últimas dos clases. Llegó a su casa y se recostó en su cama. No planeó dormir tanto, incluso pensaba levantarse antes de que su madre llegara del trabajo pero aún eran las 6 y seguía durmiendo. Su madre llegó a las seis y media, y al encontrar a Leslyann dormida comenzó a zarandearla con fuerza.

Leslyann abrió los ojos y lo primero que vio fue el puño de su madre dirigido a su boca. Por el impacto dos dientes saltaron de su boca, produciéndole un dolor aterrador. El próximo golpe vino con una fuerza magistral levantándola dos pies sobre el suelo.

-¡Levántate, levántate!- le gritó su madre con las manos en las caderas.

Leslyann se levantó con dificultad y antes de que viniera el tercer golpe corrió escaleras abajo hacia la cocina.

-No huyas estúpida, no huyas.- dijo su madre mientras bajaba las escaleras a grandes zancadas.

Leslyann se quedó en el medio de la cocina sin poder hacer nada. Su madre apareció en la puerta con los puños apretados y enseñando los dientes. Era una escena aterradora. Leslyann, si bien había visto a su madre furiosa, jamás la había visto tan enojada como ese día.

No sabía que hacer y sus opciones eran muy pocas. No tenía escapatoria. Algo le decía que esta vez no saldría viva de los ataques de su madre.

Todo ocurrió en una milésima de segundos. Mientras su madre caminaba hacia ella dispuesta a atacar con todas sus fuerzas Leslyann vio entre los 'platos' su arma perfecta. Tomó un cuchillo y lo sujetó con furia delante de su madre. Al principio eéta no supo como actuar pero pasados unos segundos comenzó a reír con histeria.

-Así que ahora vas a matarme… Anda, hazlo. ¡Si es que eres tan valiente mátame! Porque si no lo haces te juro maldita mocosa que yo te mataré a ti.

Era esta una sentencia a muerte. Vida por Vida. ¿Sería capaz Leslyann de matar a su propia madre? La respuesta era simple: No. Aunque en su corazón tuviera una furia increíble; aunque deseara con todas sus fuerzas que todo acabara; aunque deseara odiarla. NO. No podría. Porque aún con sus defectos la amaba más que a su propia vida. Porque aún como era jamás la mataría aunque con ello se pusiera en riesgo a ella misma. Odiaba el mundo. Odiaba a las personas del mundo, incluso se odiaba a ella misma. Pero le era imposible odiar a su madre. Simplemente no podía.

Tiró el cuchillo al suelo y corrió lo más rápido que pudo. Lejos de la cocina. Lejos de su casa. Lejos de esa mujer a quien llamaba madre. Lejos de todo.

Corrió cerca de media hora hasta que se detuvo en el puente “Ocean”. Muchos carros pasaban a su alrededor, pero ella dudaba que a alguno de ellos le interesara su vida y por lo que estaba pasando. A veces pensaba que si su padre no hubiera muerto en ese atroz accidente su vida sería diferente. Su madre seguiría siendo esa madre perfecta siempre preocupada por el bienestar de su hija. Pero no. Tuvo que suceder aquello. ¿Por qué? ¿Porqué su padre murió? ¿Por qué Dios lo permitió? ¿Porqué su madre dio ese cambio tan radical? Sabía que sus preguntas no tenían respuesta alguna. Pero las necesitaba. Necesitaba encontrar una respuesta para toda su existencia. Una razón.

¿Por qué vivir? ¿Para qué vivir? ¿Por qué había nacido? Necesitaba que alguien le respondiera. Pero no. No había nadie a su alrededor. Sólo ella. Como siempre… sólo ella.

Leslyann subió hasta la barandilla y se sujetó con ambas manos. Sintió como el viento daba de lleno en su rostro y al mirar hacia abajo vio el hermoso océano rugiendo y alborozado como un niño. Sintió algo tibio deslizarse por sus mejillas y supo que ya era tiempo, no podía seguir sufriendo - se dijo a si misma. ¡No podía! Lentamente fue soltando la barandilla hasta que sus manos estuvieron libres, y su cuerpo tan frágil que el viento no tardaría en lanzarla hacia adelante. Cerró los ojos y extendiéndose hacia al frente se dejó llevar. Sus pies descalzos ya no tocaban el frío cemento ahora caían hacia el vacío para aterrizar en las aguas frías y turbulentas del océano. En ese momento en que su cuerpo tenía el peso de una frágil pluma, pensó otra vez en su patética vida, en los sueños tronchados, las pesadillas que nunca terminaban, en la soledad que poco a poco la iba consumiendo, y en ese sentimiento que apenas hace unos cuantos días descubrió: el odio. Mirando hacia atrás, su pasado, se dio cuenta de que su vida todo este tiempo no había tenido sentido alguno. Vivía por vivir. Pero ya no más. Su vida llegaría a su fin cuando su cuerpo tocara el océano, por primera vez sería libre o al menos ya no seria una vil esclava de la vida. Miró hacia abajo, veía cada vez el mar mas cerca… más y mas cerca. Su fin estaba llegando. Extendió sus manos y sus frágiles dedos tocaron el alborotado océano. Su delicado cuerpo se sumergió en las profundidades del mar. Y su alma encadenada voló hacia la libertad.

Texto agregado el 15-03-2007, y leído por 143 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-03-2007 Primer dije: maldita perra malnacida, puta vieja, desgraciada, coraje ira, odio, luego me calmé y pensé, lástima que sea realidad, cuántas personas abusadas por familiares cercanos, qué aprendí, a tener paciencia, tolerancia y amor a mis hijos, jamás violentarlos, las razones de la sra. inválidas totalmente, el suicidio de la joven. injusto. Exelente escrito, creó mil sensaciones en mi. sagitaria
15-03-2007 Muy fuerte, esperé hasta el final que alguien la salvara, pero por desgracia estas cosas ocurren ¿por qué permanecemos ciegos ante tanta barbarie? 5 astigitana
15-03-2007 Intenso. Es lo que se me ocurre decir de tu historia. Muy bueno. Un retrato que refleja bastante bien el sentir de muchos. kone
 
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