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Los charcos en la calle cada vez se hacían más grandes gracias a la lluvia que caía incansablemente sobre toda la ciudad.

La gente apresuradamente se apretujaba en los paraderos del autobús, tratando de no mojarse. Otros iban abriéndose paso entre aquel bosque de paraguas para llegar pronto a su destino. Pero Susana iba con paso lento; las gotas quedaban atrapadas en su cabello rizado, y luego se deslizaban a lo largo de su cara. Su piel trigueña estaba completamente empapada, y su rostro dibujaba un gesto de honda preocupación.

A pesar de estar en el centro de la ciudad a las 6:00 p.m., ella no se daba cuenta de nadie a su alrededor. Estaba totalmente sola en el mundo. Al menos así se sentía ella. Poco tiempo
después, entró a ese establecimiento donde muchas veces había estado para pasar el rato sin preocuparse por nada. Pero esta vez era completamente diferente. Se acercó a la barra y ordenó un café; la empleada se lo sirvió y en cuestión de segundos Susana estaba sentada frente a la taza humeante. Sacó un paquete de cigarrillos de la pequeña cartera roja que terciaba su pecho. Del bolsillo de su chaqueta, automáticamente sacó un encendedor azul y encendió el cigarrillo que había apartado del paquete. Un cigarrillo, su único compañero para calentar un poco la noche en el frío de la ciudad. Y el frío del alma. Jugando a robarle un poco de tiempo a su angustia, quitándole un poco de tiempo a la vida. Ese cigarrillo que se enciende queriendo exorcizar el dolor, la soledad, creyendo así que con cada bocanada de humo que arrojamos estamos expulsando también algo de nuestro dolor. Humo que aspiramos y contamina nuestros pulmones, pero queremos que limpie nuestra alma y mitigue nuestra angustia.

Mientras exhalaba el último poco de aquel cigarrillo, Susana sacó de nuevo el contenido del sobre blanco que había depositado en la mesa, con la ingenua ilusión de que el resultado hubiera cambiado. Pero tan solo confirmó lo que ya sabía: estaba embarazada.

Después de varias horas, cuando se decidió a volver a casa, en un parque cercano, una pelota llegó a sus pies, ella despertó de aquel letargo en el que estaba sumergida. Detrás de ese balón corría un niño. A Susana le pareció una extraña irresponsabilidad que a esa hora, un niño que ella le calculó cinco o seis años estuviera solo en un parque. Por unos segundos la preocupación desapareció de los ojos de Susana, dando lugar a una inocente sonrisa; cuando aquel niño le dijo “Hola”. Ella se agachó a su altura y le respondió sonriendo. – “Hola, ¿Cómo te llamas?- -Sebastián- Le respondió sonriendo. Ella continuó el interrogatorio: -¿Vives cerca?-
-Más cerca de lo que tu crees...- contesto Sebastián. –Esta no es hora de estar en la calle. Vete a tu casa. Es peligroso salir de noche.- Dijo ella fingiendo cara de enfado. –¿Mañana juegas conmigo?- preguntó el niño. Ella asintió con la condición de que se fuera inmediatamente a su casa. Mientras ella se incorporó, el niño desapareció tan rápido que Susana no supo hacia donde vivía Sebastián.

La preocupación volvió rápidamente a los ojos del alma confundida de Susana que apenas llegó a su casa, subió de inmediato a su cuarto. Tan solo saludando rápidamente a sus padres que estaban sentados, como casi siempre, frente al televisor. En la soledad de su cuarto, Susana no resistió sus deseos de llorar, mientras pensaba que sería de su vida. Ella, con tan solo diez y seis años iba a ser madre. ¿Qué reacción tomarían sus padres? Ese era su último año de colegio y su papá con mucho esfuerzo le había asegurado un cupo en una de las mejores universidades. Ellos no soportarían algo así de su única hija. Y las monjas del colegio, tan estrictas como eran, no le permitirían graduarse, por más de tener unas notas excelentes. En fín, que pensaría toda esa hipócrita sociedad que sin ninguna autoridad moral te juzga y discrimina. Era mucho más de lo que podía soportar Susana.

Orlando, el padre, tanto como lo había amado, con ese amor inconsciente de la adolescencia, que es capaz de darlo todo, de enfrentarse a todo el mundo con tal de estar con la persona que amas... ella en verdad lo había amado con todo su ser. Pero ahora ese amor era tan solo desilusión y rabia. Ese sentimiento que nos invade cuando la persona que se ama no valora en lo más mínimo nuestro amor, todo nuestro esfuerzo. Orlando y el amor que ella había sentido por el ahora era solo parte del pasado, un pasado que Susana prefería no recordar, pero que ahora mas que nunca estaba presente. Aunque el había arruinado su vida, ella no iba a buscarlo, total, el tampoco tenía como ayudarla. Orlando, un simple aspirante a músico, en qué podría aliviarle su pena. Eso pensaba Susana. La única solución, la criatura no debía nacer. Además, hasta ahora era tan solo una célula. No era un pecado, y si lo era, Dios la perdonaría. Después, cuando estuviera en condición, ella tendría una familia y podría darle todo el amor.

Al día siguiente, cuando regresaba del colegio, en el parque cerca de su casa, vió a Sebastián. Enseguida recordó la promesa que le había hecho de jugar con él. Sebastián estaba esperándola, después de saludarse, él la tomó de la mano y la llevó hacia los juegos del parque. Pasaron cerca de dos horas, aprovechando todas las atracciones del lugar, que a esa hora estaba casi desierto. Cuando se cansaron se sentaron bajo un árbol. De repente, el rostro de Sebastián demostraba tristeza. Susana de pronto se dio cuenta y le preguntó que le pasaba. Después de unos segundos le respondió: - Mi mamá no me quiere. Ella no está segura si me quiere a su lado o no.- Susana lo consoló, le dijo que no habría quien no quisiera estar con un niño tan lindo, que tal vez solo era que estaba muy ocupada. Susana se hizo el propósito de hablar con la señora y hacerle caer en cuenta que algo no andaba bien.
Así nació una gran amistad entre Susana y Sebastián. Todas las tardes durante algún tiempo se encontraban en el parque, jugaban, hablaban y permanentemente Sebastián sorprendía a Susana con su forma de pensar y hablar, bastante madura para su edad. Cuando estaba con él, olvidaba todos sus problemas y ella era feliz. Pero apenas de despedían, Susana volvía a retraerse en sus problemas, ya que debía darles una pronta solución.

Así pasaba sus días Susana, mientras su alma se consumía en la hoguera de sus sentimientos, sus temores, su soledad, su sentimiento de culpa. Todo el tiempo era solo angustia para ella, como si sobre sus hombros llevara la más dura condena. No lograba entender como algo que había sido tan lindo y especial para ella, solo un poco después fuera solo dolor y angustia en su vida. Pensaba que algo que ella, en sus sueños infantiles era la más grande bendición, ahora era el motivo de su desesperación. Cuando estos pensamientos la atacaban, salía corriendo al parque, donde siempre encontraba a Sebastián. El era el único capaz de hacerle olvidar todos los problemas que le abatían, y hacerle sentir la tranquila inocencia de la niñez. Pero tarde o temprano era hora de volver a la realidad, a ese duro mundo que nos espera, haciéndonos recordar la insignificancia de nuestra existencia.

Por fín, Susana logró ahorrar un dinero que recolectó de la venta de algunos discos compactos, y algunos trabajos que hizo en su computadora, y claro, la mesada que sus padres le daban. Sí, tenía lo suficiente para salir de su problema. Ahora era el momento de darse prisa y terminar pronto con todo ese asunto.

Un día cualquiera, Susana se alistó como todos los días para ir al colegio, solo que ella sabía que no sería así. Guardó el papelito donde había anotado la dirección que halló en el periódico, allí tratarían su problema. Al salir de su casa, encontró a Sebastián. Tenía en su mirada mucha tristeza. La detuvo en su afanado caminar y le dijo: -Serás siempre mi amiga. ¿Puedo contar siempre contigo? Susana asintío. Pero en ese momento tenía mucha prisa y no se detuvo a pensar el por qué de aquellas palabras, simplemente al regresar hablaría con él y lo consolaría. Susana tomó un taxi y le dictó la dirección del papelito. Unos minutos después estaba en frente del centro médico. Al entrar por la puerta sintió que todos la miraban, como si la acusaran. Caminó rápidamente hacia la escalera. En aquel lugar solo sonaban los pasos de Susana sobre los escalones de madera. Cuando llegó a la recepción en el segundo piso, la atendió una señorita vestida de blanco, quien le tomó los datos, le cobró la consulta y le pidió que aguardara sentada mientras el doctor la llamaba. En la sala de espera habían otras cuatro jovencitas que evitaban mirarse entre sí. La espera fue como de cuarenta minutos, pero a ella se le hizo eterno, hasta que el doctor la llamó desde la puerta. La hizo pasar al consultorio, le pidió que se acostara en una fría camilla, hizo lo de costumbre en una ecografía y le dijo: -Tiene seis semanas de embarazo. ¿Desea interrumpirlo?- Susana dijo que si con la cabeza. El médico automáticamente le dijo la tarifa y le explicó brevemente el procedimiento. Luego le pidió que se quitara la ropa y se pusiera una bata, mientras el se colocaba unos guantes quirúrgicos. Cuando estuvo preparada, el médico inició el procedimiento. Susana apenas sentía el frío instrumental en su ser, y aún peor, el frío en su alma. En ese momento solo se le ocurrió pensar en Sebastián para mitigar un poco su dolor. Cuando terminó el medico, le recomendó esperar veinte minutos para recuperarse, le recetó unos analgésicos y unos antibióticos para evitar una posible infección, le dijo no hacer ningún esfuerzo físico en los siguientes siete días, pero de resto podía seguir su vida normal.

Camino a su casa, Susana no se explicaba si ya el problema había finalizado, por qué se sentía igual de mal, ya no esa angustia de pensar en el qué dirán, pero si un vacío en su alma, algo que faltaba en su ser. En fín, esa sensación desaparecerá con el tiempo...- pensaba ella. Cuando llegó al barrio, como de costumbre se encontró a Sebastián, pero su mirada era de una absoluta tristeza, sus ojos estaban humedecidos de llanto, su semblante era pálido, casi la palidez de la muerte. Susana sintió un sobresalto al verlo así y le preguntó que le pasaba, pero el solo le dijo: -“Vengo a despedirme. Me tengo que ir...- Susana no podía soportar los deseos de llorar, y le preguntó que a donde se iba, que habían prometido ser amigos por siempre. Sebastián estiró su mano hacia el vientre de Susana y le dijo: - Yo vivía aquí. Yo era parte de tu esencia. Y tu eras todo para mí. Dependía de ti que yo existiera. Dios te dio la oportunidad de decidir y tu tomaste una elección. No te reprocho por esto. Solo siento que ya no seremos amigos. Ya no seré parte de tu vida.- Dicho esto desapareció. Susana se deshizo en llanto mientras quería morir pensando en todo lo que había pasado, en la consecuencia de su elección. De su cobardía, por miedo al que dirán, a luchar, a lograr su sueño, pensando en todo el mundo menos en él, quien era el que más la necesitaba, el único que merecía todo su ser.

Aún piensa en eso, mientras se debate entre la vida y la muerte en un hospital, a causa de una fuerte hemorragia. Su pronóstico es reservado. Tal vez se salve, aunque ella prefiere morir. Sabe que de todas maneras, algo en su alma ha muerto. Y hay mucho en su ser que nunca va a recuperar.

Texto agregado el 16-03-2007, y leído por 95 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-03-2007 Un tema, el aborto que da pie para muchas discusiones. m_a_g_d_a2000
16-03-2007 Conmovedor y triste relato ...aún una realidad ...negarse al la vida cuando es lo más bello. NAIVIV
16-03-2007 Excelente texto. Describes muy bien el ambiente y las sensaciones que rodean a la protagonista. Es una historia que bien puede ser real, me gustó la profundidad que le diste a ese encuentro con aquel niño (Sebastián), era algo así como una pequeña luz de esperanza que llegaba a la vida de Susana. Sin embargo, no siempre las personas logran ver o entender lo que significa aquello. Un final muy triste, el dolor perforando el alma de aquella mujer. candy11
 
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