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Bitácora II


Una noche cualquiera de Julio, La Habana

Caminaba la soledad, de vez en cuando la sacaba a pasear, para evitar que se sintiera demasiado sola, caminábamos por el Malecón, siempre lleno de gentes, deseoso de dejarle atada al brazo de alguien, pero la muy obstinada se empecinaba en quedarse conmigo.

Esa noche como todas, había rostros diversos, rostros únicos, como el rostro enamorado de las parejas que van al muro a regalar a la noche un poco de amor; Rostros de diversión, como los del grupo de amigos que junto a una guitarra y la siempre presente botella de ron ofrendan risas y canciones a la luna y las estrellas.

Rostros de proxenetas, y de mujeres que detienen poderosas con una sonrisa plástica y una ropa llamativa el transito de los autos conducidos por los turistas; Rostros de pescadores a la caza de algún remedio para su aburrimiento y algo para él estomago, rostros de policías, rostros y más rostros, el de mi soledad, el mío y el de aquella muchacha sola, de espaldas a la calle y con sus pies queriendo tocar el mar.


- Hola, ¿Puedo sentarme?

Una mirada, casi un reproche

- Ya estas sentado

- ¿Esperas a alguien?

- No espero a nadie

Otra mirada, si fuera fuego ardería

- ¿Sueles ser siempre así?

- ¿Así como?


- Como tu soledad quiere que seas

- ¿Qué sabes tú de mi soledad?

- Lo mismo que de la mía, no mucho, que es una compañía conveniente a ratos, muchas veces necesaria pero injustamente enamorada y posesiva, que tiene buena pegada y es capas de hacernos invisibles a su antojo.

- La soledad – me dijo – es como el silencio, llena de armonías y sonidos inexistentes dentro de nosotros mismos, es como el mar inmenso y sabio o como el brillo de una estrella que viaja por millones de años luz para entrar por tus ojos y llegarte al corazón en noches como esta.

- Discúlpame, no he querido herir a tu soledad, yo considero a la mía como un mal necesario o como una mala virtud que.....

- No es necesario una disculpa – me interrumpe – mira, nuestras soledades conversan como si se conocieran de siglos, ¿Qué tal si caminamos un rato?

- Buena idea, mucho gusto, me llamo Gerardo, pero, ¿Qué hacemos con ellas?

- El gusto es mío, no te preocupes, nos encontraran al final de la noche.

- ¿Puedo saber tu nombre?

- Soledad, Soledad Martínez.

Texto agregado el 16-03-2007, y leído por 83 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-03-2007 Bello y pulido texto. Me ha gustado mucho leerlo*****Un saludo de SOL-O-LUNA
 
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