Me senté para escribir algo, pero ese algo se diluyó en las sombras. Las musas se fueron, me abandonaron, acaso nunca han estado y yo me ilusiono con pensar que son ellas las que sustentan mis pobres escritos. Nunca, una madrugada me ha parecido más paupérrima, sin el auxilio de esa idea salvadora que sobrevuela oportuna para que yo la atrape.

Ahora es sólo el silencio el que se aposenta en la habitación y no son los ladridos ni los sones lejanos de alguna canción romántica, los que me permitirán hilar algo coherente. Me tumbo en el sillón, que tampoco lo es, sino una simple silla y contemplo las volutas de un imaginario cigarrillo, bebo de una inexistente copa y me encierro detrás de estos párpados que ya no quieren saber nada de nada y sólo invocan al sueño que sí traerá situaciones dislocadas, de esas que son la materia prima de mis cuentos. Buenas noches…