CARTA DE UN MINISTRO.
My dear Mónica:
Today, I had wrotten in spanish because I remember you. Tú eres parte de mi pasado y de mi aprendizaje. Últimamente he tenido que recordar tu difícil idioma, últimamente has vuelto a convertirte en presente aunque haga más de veinte años que no nos vemos. La vida nos cambia con frecuencia, andamos el camino dejando atrás un conjunto de recuerdos, que tarde o temprano amenazan con volver. He visitado a un anciano encarcelado en un chalet de lujo. Un amante como tú del té con pastas. Fui a visitarle con intención de que me hablara de ti, busqué a un terrible dictador y lo único que encontré fue a un decrépito, asustado y enfermo abuelo con nostalgia de su tierra. Su manos temblaban, su gesto era de tristeza y dolor. Intente evitar hablar de política y de muertos, de las Malvinas y de ti, lo único que ansiaba era observar al general en su lento camino del ocaso. Tenia una infinita curiosidad en conocer a un hombre que cambio la historia de su país a sangre y fuego, un hombre que levantó a un país de sus ruinas económicas escondiendo en cada esquina un conjunto de cadáveres desconocidos. Un hombre que intentó perpetuarse jugando con la legitimidad democrática y perdió.
I don´t speak spanish but I write in spanish, I write this letter in spanish because, I remeber that you only understand spanish. Recuerdo aquello días en la universidad, jugando a la revolución. Recuerdo las mañanas visitando esas chabolas del suburbio, esas tardes, en que jugábamos a cambiar el mundo en Picadilly Circus o las noches donde escuchábamos el susurro del Tamesis mientras en la radio del coche sonaba “With good on Own side” o “Tambourine man” . Eramos una pareja curiosa, un barbudo inglés que jugaba a revolucionario y una joven chilena con un espectacular expediente académico. La vida da unos giros inesperados y marca unos puntos de inflexión extraños. Una tarde mientras avanzas por el camino descubres que has olvidado lo que te llevo allí. Tú con tu retórica de intelectual marxista, con tu rudimentario inglés tratabas de explicarme lo que ocurría en América, en tú América donde el imperialismo de los USA subyugaba a la pobreza al resto. Donde el 1% de la población de América del sur tenía el 90% de la riqueza. Una tierra con un espléndido futuro sí lograra solucionar sus problemas con el presente.
Hoy sí me vieras con mis gafas de Armani, mi tripa prominente y mi corbata te reirías, y dirías “¡Joder con el revolucionario!”. Cuando en los tiempos de la facultad, corríamos delante de la policía y acabamos, de tarde en tarde, pernoctando en sus fríos calabozos, siempre, mitad en broma y mitad en serio, decíamos que de tanto visitarlos algún día llegaríamos a Ministros de su Majestad . Pues he llegado a serlo, ahora me he convertido en Don Jack Straw, Ministro del Interior del gobierno de su Majestad. Si, he ido cambiando de forma de pensar, de forma de vestir hasta de trabajo. Cuando ganamos las elecciones con nuestras propuestas de la tercera vía que buscaba lo mejor de la izquierda y lo mejor de la derecha, buscábamos no cambiar nada para cambiarlo todo. Al contrario que en los setenta, este no era un tiempo de ilusión y lucha, no era el momento de la revolución y de los sueños. Londres ya no era un bullicio de utopías, era una realidad de pragmatismo. Habíamos olvidado nuestras manifestaciones contra la Guerra del Vietnam, contra las torturas que había en las comisarías, contra los dictadores del mundo, y ya no soñabamos con ninguna revolución que trastocara nuestra destino al poder. Al contrario que en el 68, ya sabíamos que la imaginación nunca llegaría al poder, pero sabíamos que nosotros teníamos que renunciar a soñar para escalar a la dura y silenciosa realidad del poder.
Cuando en tú pequeño ático compartimos una taza de maté con pastas, mezcla de la costumbre inglesa y de los hábitos chilenos, tú decías que no habría revolución sin pastas y que lo único que conduce a la revolución a un Inglés es que le prohiban disfrutar de su taza de té. Entonces me abrazaste y me contaste que te ibas. Había llegado la hora de la revolución en Chile, había llegado la hora de que la imaginación llegara al poder, era la hora de Allende, era el momento de la utopía. Me dijiste que tú no podías faltar a la cita, que tu gente te necesitaba y tú no podías defraudarles. Yo sabía que no podía detenerte, sabía que cada día que pasabas en Londres era un día preparando la revolución. La primera revolución pacifica y democrática en la historia de América latina. Aquella noche nos abrazamos junto con el amanecer, nuestros cuerpos se fundieron para siempre reconocerse por mucho que millones de océanos se interpusieran, nuestra noche fue veinte poemas de amor y una canción desesperada. Al final de la noche un “Ojala” de Silvio dio broche a nuestra despedida.
Ahora estoy casado y tengo tres hijos educados en la estricta moral del pragmatismo ingles. Ahora voy en un coche oficial acompañado de unos ruidosos y luminosos motoristas. Ahora soy un laborista que jamás tuvo ningún pasado con una chilena en el Londres de los setenta. Ahora soy una máscara del poder, un hijo de Gran Bretaña y de su tradición liberal y parlamentaria. Ahora soy un cliente de Harrods, un amante del orden y de la virtud.
Nos escribimos durante algún tiempo, tú hablabas de proyectos, de la lucha y de Chile. Yo te contaba a grandes rasgos lo aburrido de mi escalada. Luego fuimos espaciando la correspondencia hasta que un día dejamos de escribirnos. Tú formaste parte de mi prehistoria oculta, de un pasado nebuloso que algunas tardes creó que no existió nunca.
Hace un año y medio llegó Pinochet a operarse a Londres. En mi mesa encontré una orden de detención contra él por un juez español. Sabes que hay tardes en las que la imaginación visita al poderoso y esta fue una de ellas. Ordené su detención. Provoqué un conflicto internacional, un debate encarnizado en Chile, España e Inglaterra. Una tarde, revisando por curiosidad las imputaciones contra Pinochet, vi tu nombre, descubrí que eras uno de los desaparecidos. Cuando al principio, decidí detener a Pinochet fue porque dentro de mi quedaba algo de aquel idealista aunque sabía que era sólo un gesto. Después volviste como un fantasma a mis recuerdos, volviste para recordarme quien fui, recordándome que detrás de cada torturado, de cada desaparecido hay una familia, una persona y quizá una historia de amor como la nuestra. Los tribunales fueron sentenciando a favor de la extradición. Fui presionado por todo el mundo en un sentido y en otro.
Hoy justo después de que termine de escribirte esta carta, daré la orden de liberar a Pinochet por razones humanitarias, lo haré basándome en unos confidenciales informes médicos y también lo haré por ti. Durante un año y medio el temible dictador se ha convertido en un anciano asustado que espera la muerte lejos de su tierra. La vida aún le concederá dos o tres años. Pero el miedo a su enjuiciamiento y su derrota le acompañarán hasta su muerte. Nadie puede juzgar a un hombre de ochenta y tres años, su verdadero juicio está a punto de llegar . Gracias a este año y medio, a desaparecido la impunidad de su vocabulario y se ha convertido en un viejo decrépito inútil que no es más que un estorbo hasta para sus compañeros. No es más que un anciano que regresa a morir a su tierra porque le han reconocido unos derechos humanos que fue incapaz de reconocer. No es más que un anciano que regresa para pudrirse junto aquellos que ordenó asesinar.
Gracias a este año y medio parece que por fin podremos conocer la verdad, porque el viejo carnicero ha pedido clemencia, porque el arrogante dictador regresa humillado y proscrito. Porque en Chile por fin los tribunales han dado un paso adelante para conocer que pasó.
I ´d prefer believe that You are live. I ´d prefer believe that You´ll read this letter and You´ll understand my decision. I ´d prefer believe that I´ll can kiss your lips and will speak with you. however, you never read this letter and this letter remain forgot in a dark big box.
FIRMADO: JACK STRAW.
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