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Carlo respiró hondo y abrió la puerta. Todo estaba igual. Los muebles, los muñecos. Hilos por todas partes. Y ese maldito martilleo de cientos de relojes que lo acompañaron durante toda su infancia. Incluso el polvo seguia en su sitio. Casi pudo ver sus huellas dejadas tanto tiempo atrás. En una esquina, una pecera vacía y cubierta de moho le resultó más significante que cualquiera de los relojes. Un amasijo de pelos a los pies de la cama lo obserbava impasible. – Figaro- pensó-, ¿también tú estás condenado?
En el centro, un cadaver.

-Buenas noches padre
Gepeto abrió los ojos tanto como se lo permitieron sus párpados, cuajados de legañas
-¡Pinocho, hijo, qué alegría!- intentó incorporarse pero el joven le detuvo
-No haga esfuerzos, padre. Y por favor, no me llame Pinocho. Sabe que ya no uso ese nombre.
-Vamos hijo- le espetó- puedes llamarte como te de la gana ahí fuera, pero en esta casa siempre seras Pinocho. Mi Pinocho querido… –suspiró- ¿por qué has tardado tanto? No puedes imaginar cuánto te he echado de menos…Dios, ¿cuántos años han pasado?
-Diez, padre. Han pasado diez años.
-Diez años… diez largos años y ni una miserable carta- El viejo pretendió enfurecerse, pero la edad y la nostalgia se lo impidieron. La furia se convirtió en llanto, y el llanto dejó paso a su vez a una débil sonrisa.
-Mírate hijo, no has cambiado nada. Estás como la última vez que te vi salir por esa puerta.
-Así es, padre. Como la última vez y como la primera. Como siempre, con toda la magnitud trágica de la palabra. Como esta casa, como todos los malditos objetos que ha estado amontonando a lo largo de estos años. Nada ha cambiado. Nada excepto usted. Usted sí ha cambiado.La última vez que le vi era capaz de andar, de correr, de bailar…la última vez conservaba un hermoso pelo blanco donde ahora hay piel envejecida. La última vez, padre, estaba vivo, y ahora araña los minutos que le quedan tendido en la cama y consumido hasta lo indecible.
No sabe cómo le envidio.
Gepeto lo miro desconcertado. El joven se mostraba impasible y eso, más que dañarle, le sorprendía. Antes siempre se había mostrado muy amable y agradecido con él.
-¿Cuál és la diferencia entre una Hada y una Bruja? ¿usted la sabe, padre? Pues bien, yo se la dire. Las brujas hacen el mal porque esa es su naturaleza, porque disfrutan su perversidad y gozan con el sufrimiento de los demás. Con las Hadas pasa exactamente lo mismo, con el agravante de la hipocresía, que las hace aún más ruines. Esa maldita meretriz me convirtió en un monstruo, padre. Un monstruo condenado a la eternidad.
Para morir como usted es necesario haber estado vivo. Esa es la terrible paradoja de mi destino. Mi único consuelo es ahora poder presenciar su muerte. No por acompañarlo como un buen hijo. Y tampoco por regodearme en ella. Ni siquiera el odio entra dentro de mis posiblidades. Es simplemente un desesperado intento por sentir la vida de cerca. Tan llena de matices que yo desconozco y con un desenlace al que yo nunca llegaré.
Gepeto sintió lástima por él. Cerró los ojos y suspiró. Los relojes dieron la hora en su habitual orquesta de disparates, algunos con cucos, otros con música, martillazos, campanillas, sonidos de pájaros…los conocía todos a la perfección, y de todos tenia también alguna anécdota, alguna historia que contar. Todos ellos le habían visto envejecer y eran, a su vez, una especie de diario del pasado a traves de los cuales podía repasar su historia.
-Una vez tuve un sueño- dijo-, después de tantos y tantos años creando todo tipo de artefactos, relojes, marionetas… Quería crear algo real, culminar mi obra. Quería ser padre. Era ya un anciano por aquel entonces, pero aun estaba capacitado para afrontar aquella responsabilidad…a todos los niveles. La vida me habia tratado bién y quería compartirla. Supe que sería un buen padre, pero por más bueno que fuera, y a pesar de haber sido capaz de crear este universo de hilos por mi mismo, en esta ocasion necesitaba ayuda. Una mujer –el recuerdo le hizo esbozar una sonrisa, moviendo sus ojos a traves de los párpados cerrados, visualizando los detalles del passado.- Aurora solia venir al taller. Le fascinaban mis marionetas y se pasaba horas observandolas. A pesar de la diferencia de edad que nos separaba decidí arriesgarme. A cierta edad uno no tiene nada que perder –detuvo su relato y se quedó pensativo unos instantes.- El resto, hijo mío, ya es historia. Te concebimos de una manera poco ortodoxa, es cierto, pero lo hicimos. La magia fue nuestra aliada, pero también lo és para el resto de mortales. Hace falta mucha, muchisima magia para traer un hijo al mundo. Y ya no te hablo tansolo del amor. Te hablo de la magia del sexo, y de la vida.
Las mujeres tienen todas algo de hadas y algo de brujas, hijo, y Aurora no fue una excepción. Toda la bondad que emanaba cuando la conocí desapareció al nacer tu. Se sintió atada a exigencias que nunca le pedi y huyó, haciendo visitas ocasionales que sin duda recuerdas. Le encantaba llamar la atención…
La estancia quedó en silencio. Los relojes se habían calmado y vuelto a su constante tic tac al que Carlo nunca llegó a acostumbrarse. Gepeto abrió de nuevo los ojos mirando a su hijo con dureza. Estaba a punto de morir, lo sabía, y tenia que hacer acopio de sus ultimas fuerzas para una última reflexion. Quería que éste entendiera el mensaje, la moraleja final.
-Mira Pinocho, no sé a qué has venido, y pese a que me hace muy feliz verte de nuevo ahora, en mi lecho de muerte, déjame decirte que en tus manos está. Puedes odiarme por lo que hice, o puedes odiar a tu madre. Puedes pedir responsabilidades a quien te parezca oportuno si es que eso te hace sentir mejor, pero no te engañes. Lo que hagas con tu vida es tu responsabilidad. Hace muchos años que te quitamos los hilos y ahora eres tu quien ha de manejarlos. Hay un ejército de muertos vivientes ahi fuera, no te creas tan original…
En tus manos está el morir habiendo vivido.
Gepeto relajo sus facciones y sonrió de nuevo, intentando transmitir todo el amor que pudo. –Espero que seas feliz-, pensó, y tórpemente se acurrucó en la cama de espaldas a su hijo. Fígaro se adaptó a la nueva postura de su amo, bostezó y siguió durmiendo.
Carlo se quedó inmovil, observando el bulto en la cama que se movia acompasadamente a un ritmo lacerante, hasta que, al poco tiempo, se detuvo. Los relojes también pararon. El silencio más absoluto reino en la habitación, haciéndose tan ensordecedor que incluso Figaro se sobresaltó. Maulló a Carlo inquisidoramente y éste le acarició por debajo de las orejas. Su instinto le provocó un ronroneo, pero estaba totalmente desconcertado.
- Buenas noches Padre-, dijo al fin. Se puso a Figaro en el regazo y abandonó la estancia sin mirar ni un instante hacia atrás.

Texto agregado el 22-03-2007, y leído por 701 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-03-2007 Es un relato original, con personajes conocidos pero con una filosofìa diferente y una moraleja si se quiere algo existencialista. Me gustò. doctora
22-03-2007 La recreación, con explicación incluida, del famoso cuento infantil, añadiéndole un final al padre Gepeto, trazando un infeliz destino al hijo Pinocho, un reproche al hada-bruja, buena y mala a la vez. Importante la ambientación y el ritmo de la narración, los diálogos bien llevados aportan mucho al relato, las pausas y lo que ocurre en torno a los personajes. Inusual encontrar una historia como la que propones, creo que será del gusto de muchos. Logrado más que Carlo, tu Gepeto moribundo, aunque con demasiado expresivo a tramos. Lo criticable: hay palabras sin tildar y otros detalles para corregir. Saludos. cvargas
 
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