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El Tirador de Tomates

Lo de los tomates se me ocurrió a la semana de perder mi trabajito como ayudante de mecánico. Aquí, en el taller “El Triunfo”, que se encontraba entonces junto a la estación central del ferrocarril de nuestra querida“Ciudad Blanca”, había aprendido a leer. Aquí, deletreaba, una y otra vez, en los truculentos planfletos de los sindicatos obreros. Aquí, después de muchos años, leí los escritos de Lombardo Toledano sobre el nuevo Código del Trabajo.

Comencé colocando fotos recortadas de las antiguas ediciones de “Life en Español” y de los libros de historia que había encontrado en las basuras de la biblioteca municipal. Pegué las fotos en unos pedazos de cartulina, las forré con plástico y las coloqué en el patio de la casa que da a la calle. Mi colección era un tríptico al estilo antiguo, en el centro, el Porfirio Díaz, a la izquierda Pancho Villa y a la derecha el Káiser Guillermo Segundo. Además, ofrecí tres tomates por un peso; precio muy justo ya que los tomates eran grandes y jugosos.

Mi hermano José alias “Valery”– riéndose – me acusó de revanchista, y no quiso comprarme nada. Otros vecinos me miraron, a partir de ese momento, con asombro o con odio, no lo puedo saber, y no volvieron a hablarme nunca más.

Después de tres días, tres largos días, se acercó el primer cliente; un ex-colega que me compró un peso de tomates. Con calma se los lanzó todos a Pancho Villa. Luego, después del primer mes, la estadística ya había tomado su rumbo aleatorio: los tres candidatos habían recibido casi la misma cantidad de impactos. En la caja ya tenía treinta pesos: suficientes para las tortillas y los frijoles de mi familia.

Pero, lo bueno se acaba rápido: el interés decayó por completo. Nadie se acercó ni por equivocación a mi casa.

Bueno, pues nada, cambié de país, recorté al viejo Somoza, a A.C: Sandino y a William Walker. Y volvió el éxito repentino. Ahora comenzaron también los problemas.

¿Cómo se le ocurre insultar al gran patriota del General Somoza?, me dijo el portero del Grand Hotel, antiguo amigo de parrandas y mujeres. El Párroco me llamó a su oficina y me recriminó por pervertir la paz social. El Jefe Político, el famoso alcalde de todas nuestras ciudades, me amenzó con una estadía en la cárcel, ya que estaba ensuciando la memoria de estas personalidades. El Maestro me dió una lección gratis de historia patria y me recomendó que dejara las cosas por lo sano.

Un anónimo, bastante grosero y claro, me advirtió qué me podía pasar. Virgencita, por favor, ampárame: pero esto de no tener pan es bastante duro; a veces, hay, ¡ay¡, pues, que arriesgar hasta el propio cuero para comer.

Una cosita ingenua, unas fotos y unos tomates, ya eran asunto de pláticas en la alcaldía y objeto de apuestas en las galleras. La pregunta que rondaba, cada vez más bajo, como los zanates: ¿Quiénes serían los próximos tres elegidos? Un tríptico posible, peligroso pero muy prometedor, podría ser: Batista, Pérez Jiménez y el último Somoza.

¡Que le vamos a hacer amigo¡, porque tengo que comer, tengo que darle al público lo que desea: un poquito de sorpresa y suspenso para eso, para ir pasándola.

Texto agregado el 26-03-2007, y leído por 101 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-04-2007 Un cuento sin igual..... soyelquequieroser
26-03-2007 Una idea muy original, tanto la del cuento como la del trabajo. La gente es capaz de comprar piedras si hay una buena diana. Buena puntería por tu parte. Tejera
 
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