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Se fue secando esa vieja herida esos clavos en el ego, durante paseos por los bordes de mi cabeza, tocando timbres al desespero se fue cerrando la contratapa de ese libro que nunca fue mío, pero igual me fue deshilando con el tiempo. Me fui olvidando, como dicen que suele suceder, de tu gusto salado y me encontré sabiendo un poco más de mi, abriendo los ojos, de a poco primero, hasta perderle el miedo a ser encandilado por las obviedades que había preferido no mirar, dejarlas conmigo, a un lado del camino en el que me fui perdiendo.

Las llaves que uno lleva, no abren puertas, son adornos, casi como talismanes, aunque uno no crea en ello, es cierto que no llevan mística alguna, ni consuelo o mágico reparo, las cosas se rompen, y no es cierto que “lo que la gotita pega nada, nada la despega” burdos placebos, como dejar heridas al sol y mirar con lagrimas en los ojos de cómo este se ríe mofándose de la avanzada necrosis, mendigando un cristo que pague nuestras culpas, ¿Usted no sabia que Cristo ya está jubilado!? Y no somos espejos rotos, como lo afirmaría el poeta, somos arena lavada y suele hacer de mar el desengaño.

Es triste afirmar evasiones, pero lo que es cierto es triste de por sí, volviendo a la idea de los espejos, los espejos nunca dijeron la verdad y es por eso que alegran al vanidoso de arena lavada por el desengaño, que dió estrellas por crudo reflejo

Somos, en cierto sentido, coleccionistas de cometas fugaces, de esos tesoros que nos hacen creer que somos un poco menos comunes y un poco mas afortunados que el resto, eso que cuidamos con celo, creyendo que realmente forman parte de nuestras vidas, hasta que algún día nos damos cuenta de que – realidad, triste realidad – estas estrellitas, esos fantasmas de viejas alegrías, esos tesoros, tenían en el fondo inscripta una fecha de vencimiento. es ahí que decidimos, no sin cierta locura en algunos casos, dar un bocado, y probar suerte con los venenos que tal vez contengan esos recuerdos expuestos a su gradual putrefacción. Baudelaire había escrito sobre una fase del estado de ebriedad de hachís, a la cual los orientales llaman Kief “y ya no es algo turbulento ni agitado, sino una beatitud serena e inmóvil. Una resignacion gloriosa” no puedo evitar encontrar una cierta similitud, con las sensaciones que evocan esos caramelos sabor “recuerdo” vencidos, como una absoluta imposivilidad de liberarse, como sentirse endulzado por las cadenas de prometeo, aunque los grilletes muerdan la carne, asi nos vamos entregando, a esa corriente de recuerdos, que nos ahoga; entonces, si; como dicta la celebre y malgastada frase de Marx, “la iglesia es el opio del pueblo”; son los recuerdos el hachís de nuestra vida?

Texto agregado el 28-03-2007, y leído por 85 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-03-2007 Bien, me gustó el estilo y su profundidad... churruka
 
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