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Si nuestra intención es hablar sobre La Naná, lo lógico es pensar que debemos empezar por el principio y terminar por el final. Pero el problema que se nos plantea es complicado porque el principio exacto, exacto de su historia no se conoce. Al menos no por el momento. Y el final aún hoy, sigue siendo motivo de confusión y debate.
Lo único realmente claro es que La Naná debe de ser alguien muy, muy mayor. Pues todos, todos, todos, sin distinción de edad hablan sobre ella contando todo tipo de historias rocambolescas. Y lo cierto es que todos coinciden en haberla visto al menos una vez en sus vidas…
La Naná era la abuela de los sueños de todos los niños. Cuando la necesitaban y sin importar cual fuera el motivo de su presencia, ella se materializaba allí donde fuera preciso. Sí, así es. Y así lo recogen todos en sus crónicas:
Llegaba primero un chispeante olor a naranja exprimida que inevitablemente llenaba todo el ambiente de armonía y de una suave sensación de bienestar. Luego, sin previo aviso se producía un tremendo chispazo y una lluvia de confetis que anunciaba su presencia de inmediato.
Entonces, esa abuela maravillosa, extraordinariamente perfumada, fabulosa y sorprendente, aparecía mágicamente fantástica e impecablemente vestida. Mostrándose encantadoramente divertida en todo momento, pero sobre todo, inmensamente feliz al poder cumplir los deseos de los niños.
Así recordaban a La Naná. Y además de coincidir en su incomparable forma de presentarse, todos y cada uno coincidían también en determinar que La Naná era sobre y por encima de todo, una abuela única. Pero única en letras GRANDES, GRANDES.

Pero tanta ternura no podía ser buena para la salud. O al menos eso había pensado siempre la señora, perdón, señorita Clotilde. Pues a esta extraña dama entrada en años nunca se le pasó por la cabeza la opción de casarse. Aunque ella se encargara de resaltar en toda conversación que oportunidades buenas (por increíble que pudiera parecer), no le faltaron en momento alguno de su juventud. Pero bueno, este es un tema de su vida que no viene a cuento. Lo que nos interesa resaltar de verdad de la señorita Clotilde, es su más que conocido odio hacia La Naná.
El otro sujeto en cuestión que aborrecía tanto o más a La Naná, era el abuelo Gruñón. En su caso más que nada la tenía envidia. Mucha envidia. Muchísima envidia. Tanto, que su mayor deseo era encerrarla en un armario con cerrojo y tirar la llave a lo más profundo de un gran y tenebroso pozo oscuro.
Y en esos pensamientos estaba, cuando por casualidad, supo de los sentimientos de la señorita Clotilde. Sin perder un segundo la telefoneó, y quedaron para decidir cómo hacer desaparecer a La Naná, y también tomarse un chocolate con pastas y bollos de crema. Y lo cierto es que transcurrieron días entre dulces y risotadas de tremenda alegría, antes que el plan estuvo diseñado por completo.

Fue el propio monstruo de Lucas, quien le sugirió a éste la posibilidad de recurrir a La Naná para colaborar juntos en su tarea de mejorar el mundo. Pero sucedió que La Naná no pudo acudir ni a su llamada, ni a la de ningún otro niño. Y nuevamente fue el monstruo de Lucas quién sugirió que fueran a preguntar a Paquito Lumbreras.
Paquito desconocía el paradero de La Naná, y aunque les advirtió amablemente que esta ausencia en sus quehaceres podía estar motivada por la necesidad de tomarse unas vacacioncillas, se puso manos a la obra.
Mientras tanto La Niña y su deliciosa muñequita de trapo, también se habían visto obligadas a acudir a casa de Paquito en busca de consejo. Su alegre abuela había escuchado rumores sobre la ausencia de La Naná, y estaba terriblemente afectada por la noticia de la inexplicable desaparición de su ídolo desde la infancia.
-Se puso las pantuflas de dormir y su camisón de rayas, y se arropó desolada entre sus mantas – comentó La Niña a Paquito nada más llegar a su casa – Y ahora – prosiguió contando – Tan sólo se la oye repetir una y otra vez que una desgracia semejante no es posible en estos tiempos.
No tardaron en llegar las primeras noticias sobre la ausencia de La Naná hasta incluso los más recónditos territorios del Príncipe. Éste fue sin duda el primero en buscar por todos y cada uno de los rincones imaginables. No dejando de visitar ningún recoveco o aldea por pequeña o lejana que fuese. Pero ni aún así, hubo manera de encontrarla. Desolado, optó por preguntar a la propia luna, creyendo que ésta al vigilarlo todo desde su gran altura podía ayudarle mejor que nadie. Pero la luna seguía estando demasiado enfadada para hacerle caso, e ignora una y otra vez sus ruegos. Así que no tiene más remedio que recurrir también a Paquito.

Y allí estaban en el salón de la casa de Paquito: Lucas y su monstruo, La Niña y su muñeca, y el Príncipe, aburridos y tristes como sapos, escuchando el tic-tac-tic del reloj y esperando alguna respuesta de consuelo.
Y eso fue lo que les dio Paquito, una respuesta:
-La Bruja de ébano, hermana gemela de La Reina Negra del tablero de ajedrez, inspirada por las ideas malévolas de la señorita Clotilde y el abuelo Gruñón, ha secuestrado a La Naná y la retiene desde hace meses en las mazmorras de su castillo alimentándola tan solo a base de leche y yayitas con miel.
-¡Tenemos que hacer algo! – gritaron todos al unísono.
-¿Sí, pero qué? – se preguntaban desolados unos a otros.
Por unos breves momentos reinó el pánico y la confusión en el salón. Nadie tenía ni siquiera una pizca de idea de dónde se hallaba ubicado el castillo de La Bruja. Preguntaron a los papás de Paquito Lumbreras, e incluso a la abuela Bisi, creyendo que por su edad podría tener alguna ligera idea. Pero fue en vano. Fue entonces cuando entre todos sugirieron telefonear a la alegre abuela de La Niña. Pero la pobre abuela se quedó aún más desolada que antes al conocer la inesperada noticia del secuestro. Incapaz de articular palabra alguna, se tomó tres tazas repletas a rebosar de tila, y se arropó aún más entre sus mantas. “Ya no hay esperanza, no hay esperanza” – repetía entre eternos sollozos.
Ante tal situación, Paquito se vio obligado a encerrarse de nuevo entre sus libros para estudiar detenidamente los mapas antiguos. Con lupas e ingeniosos inventos de ahora y de otros tiempos pasados, leía atento y concentrado las páginas de sus voluminosos volúmenes de enciclopedias.
Tras días interminables, llegó a la conclusión que era imposible averiguar el paradero exacto del castillo de La Bruja mediante estos métodos convencionales. Pero aún así no perdió el ánimo, dedicándose por entero los días siguientes a descifrar el mecanismo para descubrir el recóndito lugar donde La Bruja había construido su castillo de cuento. “¡Eso es!” - gritó de júbilo Paquito mientras se reunía a todo correr con el resto de los chicos.
-Escuchad – les dijo – No hay manera humana ni la habrá, de poder localizar mediante mapas o libros, o cualquier otro artilugio, el lugar donde vive La Bruja – las caras de los chicos se llenaron de asombro y tristeza, pero Paquito prosiguió su explicación – Tanto ella como La Naná, son personajes de cuento y por tanto irreales. Pero La Naná nació de una pluma que la dotó de unos sentimientos tan grandes y hermosos que no cabían entre las líneas de un cuento. Por eso tiene capacidad para materializarse y hacerse real, de carne y hueso. Pero ahora, estando bajo los dominios de La Bruja, sólo percibe sentimientos macabros y vuelve a ser un personaje de cuento. ¡Chicos, no hay opción! ¡Nosotros también tenemos que ser personajes imaginarios e introducirnos entre las páginas de un cuento para rescatar a La Naná!
Ahora las caras de los chicos se llenaron de perplejidad e incredulidad. ¡No era posible lo que escuchaban! ¡Era todo tan irreal! Paquito les había pedido que confiaran ciegamente en él y que siguieran sin rechistar sus breves instrucciones. Les había preguntado con suma seriedad y uno por uno, si creían en los cuentos de antes y de ahora, y si habían soñado con sus personajes. Como sus respuestas habían sido afirmativas, ahora Lucas y su monstruo, La Niña y su muñeca, El Príncipe, y el propio Paquito se encontraban ante las páginas abiertas de un voluminoso manuscrito de tapas doradas. A lo largo de sus incontables páginas, los copistas habían ido recopilando todos y cada uno de los cuentos que habían nacido de la imaginación del hombre siendo dotados de la magia de asombrar y encandilar al que los leyese.
Cogidos de la mano todos ellos recordaban con entusiasmo todas y cada una de sus historias predilectas, convirtiéndose en su imaginación en aquellos personajes fantásticos. Y así, entre sueños y magia de un mundo irreal, fueron siendo absorbidos poco a poco y con gran cuidado por las páginas del libro.

Lo que ocurrió dentro no se sabe con exactitud porque los chicos nunca quisieron desvelar los secretos ocultos. Aunque las crónicas que recogen la historia de La Naná, sí comentan brevemente que los chicos habían logrado llegar hasta las puertas del castillo de la Reina Blanca del tablero de ajedrez. Una vez dentro y tras descansar del largo y tortuoso viaje, la mismísima Reina al conocer su misión había concedido al nuevo Peón Blanco ausentarse de sus quehaceres y acompañarles en su camino hasta los dominios de La Bruja.
De cómo consiguieron llegar hasta allí y flanquear las puertas de acceso al castillo, no se sabe absolutamente nada. Tan sólo se termina la historia diciendo que la sola presencia de los chicos había logrado destruir por completo la maldad de La Bruja, dejando libre la fantasía de La Naná. Ya que la unión de la esperanza y bondad de los chicos, podía conseguir cambiar y mejorar todo lo que se propusiese.

Un olor dulzón a naranja y una suave alegría, empapó de bienestar la casa de Paquito Lumbreras. Inmediatamente después, apareció de la nada aquella inconfundible lluvia de confeti…





Texto agregado el 05-04-2007, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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