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Dame un beso en el cuello antes de que empiece a escribir. Si puedes pon tu mano en mi pubis para sentir la excitación y la inspiración que nos transporte a los dos a este mundo que voy a crear a tu lado.

Y ya estamos. Humedecida, con calor entre las piernas camino aferrada a tu mano por este camino de piedras que nos conduce a la Roma antigua.

Es la Vía Apia.

El sol es abrasante y sentimos dolor en la espalda. "Son los látigos querida". Y ahí, sólo en ese instante caigo en cuenta que formamos parte de una caravana de esclavos.

Hemos caminado kilómetros desde nuestro pueblo enclavado en los montes cisalpinos. Te recuerdo luchando las batallas, sangrando hasta el final.

Miro hacia atrás y todavía se clavan en mis ojos las imagenes de los cuerpos mutilados de nuestros hijos.

Amado mío dime. ¿Por qué nuestros dioses no nos protegieron. Por qué sus falsos ídolos dan el favor al Imperio. Por qué invadieron nuestro pueblo querido?

Escucho al resto de la caravana. Algunos hablan nuestra lengua. Amor mío, dicen que nos van a crucificar y quemar vivos en el Coliseo. Tengo miedo. ¿Tu no tienes temor?

El sol se ensaña. Calienta, derrite las piedras. Sin duda la estrella es romana. Mis pies sangran mucho pero no duelen. Entonces bajo la cabeza y veo que he perdido tres dedos izquierdos.

¡Ay mi amado!, ¿por qué no morimos en la batalla como nuestros hijos? Dame tu mano, que la necesito más que nunca. Apriétala por favor. ¿Por qué no la aprietas? ¿Dónde estás? ¡Ay no! ¿Dónde estás?

Ya no quiero seguir. Me rehuso. Alguien que habla mi lengua me dijo que te caíste en la caravana hace una hora y un soldado te atravesó con una lanza.

No. No camino más a una muerte segura como espectáculo ante un circo hambriento lleno de víboras. ¡Mátenme soldados. Terminemos acá!.

Mi familia está muerta. Los soldados se ríen. Me dan más latigazos y me obligan a avanzar. Entonces caigo de rodillas. Me acurruco para que terminen conmigo de una vez.

Y siento el dolor, la intensidad de la piel carcomida, de la herida que llega al hueso. Luego vienen las patadas. En los senos, la cabeza, brazos, todo lo que queda de mi cuerpo.

Los oídos se tapan. Un silvido me impide oír. Creo que estoy muerta y te busco. No encuentro nada. Estoy supendida en el vacío eterno.

Intento dormir en esta inconciencia. Siento que pasan horas o siglos. Y luego, sonrío. Siento algo en el pubis. Está humedo. Ahora recuerdo que me acompañabas escribiendo un cuento.

Entonces siento tu mano que abre mis ojos y te miro. Pero veo tu cara y los cierro nuevamente. Estás bebido. Me estás dando otra paliza como de costumbre.

Texto agregado el 06-04-2007, y leído por 132 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-04-2007 Muy bueno, dos escenarios distintos, y en ambos el sufrimiento es el protagonista. ¿Cuando acabará esa "violencia de género"?. Un abrazo ***** -nagore
06-04-2007 Esa tierra! sereira
 
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